Nos acostamos con una sex doll

Tres condones, un tubo de lubricante y una botella de Moet Chandon sobre la mesa. De fondo, los gemidos de una película porno intentan en vano generar cierto ambiente erótico y sobre la cama, ajena a la cuidada puesta en escena, está Katy. Una especie de Pamela Anderson de 40 kilos de silicona y aluminio a la que cinco minutos después tendré que penetrar para confirmar si un tío cualquiera como yo es capaz de llegar al orgasmo con una muñeca. “Los medios de comunicación han querido polemizar lo que no es más que un juguete sexual”, me explica antes de consumar el acto la cara visible de la primera empresa de muñecas hiperrealistas para el sexo de Europa, Sergi Prieto. Hace algunas semanas, cuando Lumidolls abrió sus puertas en el centro de Barcelona, me llamó completamente indignado por la crónica publicada por un periódico de Madrid. El periodista se había hecho pasar por cliente y se había dedicado a manosear y fotografiar a la muñeca, pero no la probó. En Código Nuevo sabíamos que no se podía escribir una primera persona sin que hubiera sexo de por medio. En el momento de la grabación habrá varios clientes en el interior, uno de ellos con una Lumidoll, y la discreción es una norma imprescindible en este tipo de establecimientos.