Así es Ámsterdam cuando la descubres perdiéndote por sus calles

Cuando voy a un lugar por primera vez siempre escojo un día para empezar a caminar y no detenerme, de esta manera no se vistan los lugares más típicos y es posible sentir, un poco más, la esencia de la ciudad

Un hombre corta madera y la pinta en la acera por la que estoy paseando ahora mismo. Pienso, cuando lo veo a lo lejos, que quizás está montando el mobiliario de algún bar o tienda pero no. Está redecorando su casa. Y está haciéndolo en la calle, ¿por qué no? No puedo evitar sonreír desde el día en el que pisé la ciudad que estoy sonriendo. Cuando paso por delante me devuelve la sonrisa ¿Puede ser este instante más bonito? ¿Me lo parece a mí que llevo poco más de 24 horas y todo me maravilla? Vale, es cierto que tengo una manera de ver y vivir ciertas cosas con varias toneladas de romanticismo.

Hacía muchos años que deseaba conocer Ámsterdam y ahora, que lo estoy haciendo, nada me disgusta. Cuando viajo a un sitio nuevo, sigo una especie de ritual informal que empieza por una acción: perderme. Pienso que cuando sigues un mapa o marcas ciertos puntos que sí o sí tienes que visitar, pierdes otras cosas, pierdes los detalles, la esencia, lo que nadie ve. Así que, cuando salgo del hotel, elijo una de las tres vías que aparecen antes mi ojos y empiezo a andar. 

Soy neerlandesa

Mis compañeros del trabajo no se fían de mi mapa de Ámsterdam impreso. Sí, imprimí un mapa, lo hice porque me parece cómodo, eso en primer lugar. Con un mapa de papel puedes tener cierta idea de una totalidad sin tener que estar usando los dedos para hacer zoom o no. Esto, sin duda alguna, también es de esas costumbres que llevan adherida un toque de postureo ¿no? Como cuando empezaron a salir memes de hipsters en cafeterías con máquinas de escribir de las antiguas. Lo sé. No pasa nada, lo acepto.

Lo que también es verdad es que para perderse, perderse de verdad, es mejor este tipo de mapas. Con el Google Maps averiguas rápidamente dónde estás y qué tienes que hacer para regresar a tu punto de partida. Quiero fiarme de mi orientación y hacer que el mapa de la ciudad se construya en mi imaginario. Como si llevara años viviendo aquí, como si esta fuera mi ciudad.

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Al principio, nada sale como esperas. El camino me lleva a una especie de barrio sin más. Pienso que podría ser cualquier barrio de mi ciudad, aunque las casas son bastante diferentes. Hay una pizzería, un salón para hacerse las uñas y un bazar. Si no fuera por una cafetería que hace esquina que tiene ese mágico toque otoñal tan característico de esta ciudad, diría que podría estar en la mismísima Barcelona. Hay algo que me hace sentirme cómoda: no hay turistas. Esto me genera alegría porque mi objetivo de encontrar esos lugares donde las personas hacen su día a día parece que empieza a darse.

De repente, me encuentro obstaculizada por más de treinta niñxs que salen de una guardería. Parece que van de excursión. La profesora, para captar su atención, empieza a cantar 'follow the leader'. Todxs la siguen a modo de coro. Este instante es más verdadero que conocer la Plaza Dam de Ámsterdam y hacerle una foto al obelisco. O eso es lo que a mí me parece.

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Como tengo cosas que comprar empiezo a prestar más atención a las tiendas, para ver si veo algún supermercado. Me apetece dar con el oficial, como cuando vas a Barcelona y conoces el Consum o el Bon Preu. Esto es más bien difícil y me digo a mí misma que tampoco es necesario. Encuentro un sitio que se llama Jumbo, donde me da la sensación que absolutamente cada uno de los productos son bio, eco friendly, vegan...

Además, también me doy cuenta y no solo por este supermercado que se trata de una ciudad en la que la población está muy concienciada con el cuidado del planeta y la buena alimentación. Son detalles que puedes leer en alguna parte pero que, cuando las ves desde dentro, sientes que formas parte de la trama, aunque solo sea como espectadora.

Lo que me llevo dentro

Sigo caminando y la calle se divide en dos. Sé que si voy a la derecha llegaré, en unos 40 minutos, al centro. Donde están todos los monumentos, las plazas famosas y las tiendas de souvenirs donde se concentran los turistas, así como también el conocido Barrio Rojo y el sinfín de coffeshops, principales atractivos turísticos de la ciudad. Así que elijo el camino de la izquierda. Las casas se tornan, de repente, más bajitas, todas con un jardín pequeño en la entrada donde las bicis están aparcadas.

Me encanta, me recuerda a Notting Hill pero con menos colores llamativos. Grabo un vídeo para enviárselo a mi mejor amiga y compañera de piso y le pongo "vivir aquí, ¿no?". La construcción de estos hogares me hace imaginar que seguramente dentro haya una chimenea, cuadros con ilustraciones abstractas, libros y mucho té. Pero eso, pienso, es por la cultura cinematográfica que tengo insertada en el cerebro. 

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Es entonces cuando empiezan a aparecer las ventitas clásicas que cada barrio tiene: un lugar donde una señora muy rubia y anciana arregla la ropa, una verdulería hiper bio, la peluquería del que lleva toda la vida viviendo ahí, una papelería, una tienda de libros de segunda mano y hasta un lugar donde alquilar dvd's. Está clarísimo que es una ciudad donde la cultura es muy valiosa, es importante. Observo cómo la gente se mueve llevando a cabo sus rutinas como todos hacemos en los barrios en los que vivimos.

Doy con placitas pequeñas donde hay jóvenes jugando al baloncesto, están en camiseta de manga corta y yo llevo como cuatro capas de ropa para no pasar frío. Mientras camino, obviamente, voy topándome con diferentes canales que hacen que el rumbo cambie, con los tranvías que cruzan toda la ciudad y con cientos y cientos de bicicletas

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De vez en vez, en el marco de mi paseo encuentro a un grupo de turistas que hacen fotos a estos canales. Palo selfie en mano y click, el recuerdo en el móvil porque no han tenido tiempo de mirarlo con sus propios ojos y, aunque lo hagan, quizás no lo recuerden. No es fácil transmitir la esencia de un lugar a través, solamente de las palabras. Lo recalco porque, durante mi paseo, también fui a visitar el centro —no soy tan renegada— y ahora, mientras escribo, apenas lo recuerdo. Había tanta gente, tantas tiendas, tanto movimiento que mi atención se veía captada cada segundo y no podía detenerme a observar con tranquilidad lo que sucedía. Pienso que eso no es Ámsterdam.

Esta ciudad son sus calles pequeñitas, sus casitas flotantes, sus árboles muy verdes y muy marrones, sus familias de paseo, sus cafeterías con cojines, sus talleres creativos, su apuesta por la cultura, sus túneles callejeros como rincón de reunión y sus puentes. Para quien tenga ocasión de visitarla, es esta mi recomendación: piérdete sin rumbo y darás con los secretos que la hacen única.