Nada volverá a ser igual después de la matanza en directo de Nueva Zelanda

Cada vez son más frecuentes las imágenes horrendas de atentados, pero por primera vez lo hemos visto en vivo y directo, de principio a fin y sin un segundo para asumir qué estaba pasando

La imagen la tenemos muy interiorizada: un hombre va en coche, tranquilo, escuchando música folk y un ambientador de pino amarillo moviéndose bajo el retrovisor. "Que empiece la fiesta", arranca. El coche avanza por la carretera de una ciudad X durante tres minutos, el GPS le dicta el camino a seguir. La cámara está situada en la frente del conductor, así que vemos lo mismo que él: el volante, sus manos tapadas con unos guantes verde militar que le dejan las yemas al descubierto, las calles que se suceden a través del parabrisas. Pasados tres minutos y algo, se detiene, mira miramos alrededor y coge la cámara para mostrarnos —por única vez— su cara. Es rubio, blanco, grande. Después sabremos que tiene 28 años y considera que pertenece a una familia "normal".

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Todo esto, el tal tipo blanco, lo ha retransmitido en directo desde Christchurch, en Nueva Zelanda. Igual que ha retransmitido a través de Facebook Life y Twitter cómo se acercaba a un callejón cercado por paredes blancas, dejaba que cuatro peatones pasaran por delante de él antes de bajar del coche. Nos damos cuenta de que bajo su hombro derecho había un fusil de asalto con el foco encendido. Ahora está sonando la marcha de los brigadieres británicos, banda sonora también de tramas bélicas como Barry Lyndon. El tipo, que después será identificado como Brenton Tarrant y de extrema derecha, baja del coche, coge otra metralleta del maletero y empieza a caminar. Entra al edificio blanco que después sabremos que es una mezquita y, antes de cruzar el parking, empieza a disparar. Caen dos personas. Él entra.

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Seguimos viéndolo todo como si fuéramos los autores de una de las peores masacres de los últimos años, que luego sabremos que dejará 49 muertos, decenas de heridos, sumando otro atentado simultáneo en otra mezquita. Y todo parece tan fácil: caminar, apuntar el arma y disparar el lugar iluminado por la linterna. Ya no hace falta saber trigonometría para disparar, parece que solo hay que enfocar y darle al gatillo. El tipo, sabremos después, tenía simpatía por las armas, pero no formación militar. Camina por un pasillo con moqueta verde. Se ve muy bien, pero se escucha mal. O la gente que estaba allí rezando, se aglomeró a las esquinas de la sala en silencio, comidos por el miedo.

Porque esto es lo que aparece en la escena cuando el sujeto entra en ella: montañas de personas a las que vamos a empezar a disparar de forma obsesiva hasta que no se mueve nada. Volvemos a salir de la mezquita por el mismo pasillo por el que entramos. El espectador respira como diciendo "se acabó". Cuando crees que tienes un momento para empezar a pensar qué ha pasado, vuelve a disparar, a la gente que pasa por la calle, a quienes pasan a lo lejos, donde se pierde el punto de fuga, a una mujer tumbada bocabajo entre la calle y la acera que pide piedad. Ella sí que grita, y mucho, pero eso no impide que sus sesos acaben volando por los aires

Y nosotros viéndolo, en directo. El tipo "normal" vuelve a subir al coche, sigue sonando la radio, marca una dirección en el GPS, frena y suelta un par de disparos más desde el interior del coche, como si fueran tareas pendientes, y se aleja del barrio aumentando la velocidad. La radio sigue sonando durante unos tres minutos y la cámara, al final, se apaga.

En total, todo ha durado 17 minutos. Después sabremos que hubo otro atentado simultáneamente en otra mezquita de la ciudad, que cuatro detenidos, que las imágenes se perpetúan por las redes, que Tarrant se inspira en el ultraderechista y supremacista noruego, Anders Behring Breivik, que en 2011 perpetuó la matanza de Utoya y Oslo. Europa despertaba con la historia contada en pasado, pero, ¿quién estaba viendo esas imágenes mientras todo ocurría? 

Cuando lo hemos visto, es demasiado tarde para arrepentirnos, cuando todo el mundo en Twitter pide retirarlo, es demasiado tarde para intentar borrarlo. Está en todos lados. El mensaje de odio ha corrido. Se empieza de nuevo a buscar responsables dentro de las empresas de redes sociales, pero cada vez entendemos mejor que no hay límites para ellas, que cualquier cosa que nos pueda parecer "normal", a nosotros o a cualquiera, tiene su lugar en Facebook. Incluso el lado más oscuro de nuestra humanidad. Por desgracia, este macabro espectáculo en vivo ha hecho que nada vuelva a ser lo mismo.