La triste conclusión a la que esta criminóloga llegó tras entrevistar a 100 violadores

"No son monstruos, no son psicópatas aislados, son hombres comunes en un sistema machista", aseguraMadhumita Pandey, doctora en Criminología

Cuando los diarios informan de una nueva violación en India parece que ya nadie se sorprende, sea cual sea su grado de crueldad. En el país asiático las agresiones sexuales son, tristemente, muy comunes: solo en un año se denunciaron 37.000, una cantidad muy inferior a la real, porque se calcula que el 90% de casos no se denuncian, según denuncia El Español.

Los detalles de las violaciones, además, son muy escabrosos. Hay casos en los que se usa ácido para violar a las víctimas. Otros en los que se producen en grupos de decenas de hombres abusando de una mujer. En la mitad de los casos, además, las víctimas eran menores. Uno de los casos que más impactaron a la sociedad india ocurrió en 2012. Una estudiante fue violada en un autobús público de Delhi, la capital. Fue tan brutal que tuvieron que extirparle los intestinos, pero ni así pudieron salvarla, murió tras dos semanas ingresada.

Su historia es una de las que suceden diariamente, y que solo sirvió para cambiar levemente la legislación india entorno a las agresiones sexuales: “se pusieron en marcha los juzgados rápidos para este tipo de casos y se amplió la definición legal de violación, que hasta ese momento no incluía la penetración con objetos”, explica el artículo. Medidas insuficientes que no supusieron el antes y el después sobre la violencia machista que el país necesita. 

India ocupó el último puesto en la clasificación mundial de países que tratan bien a sus mujeres. Y dentro de sus fronteras, la capital india —Nueva Delhi— está considerada uno de los lugares más peligrosos para la mujer. Por eso, se habla de una “cultura de la violación” en el país. “cultura de la violación”, doctora en Criminología, decidió entrevistar a 100 violadores en la cárcel india de Tihar, la mayor de Asia central para descubrir los patrones psicológicos de estos hombres, que veía como poco menos que psicópatas.

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Pero, para su sorpresa, no fue así. Como explica a El Español, “eran hombres ordinarios que repetían más o menos las mismas historias, el mismo menosprecio hacia las mujeres, la misma manera de justificarse”. No eran locos ni fanáticos, eran hombres integrados en la sociedad y que cometían crímenes sexuales porque tenían impunidad, “hombres comunes” que actúan porque la violencia contra las mujeres está institucionalizada y apoyada incluso “por los políticos y jueces que se suponen deben combatirla”.

La violencia sexual está profundamente arraigada. Socialmente se considera que tener una hija es un problema, y por eso hay tanto aborto selectivo para solo tener hijos. Además, los matrimonios concertados y el sistema de castas promueven la violencia machista, ya que a muchas víctimas se las obliga a casarse con su violador, porque socialmente se cree que será más complicado casarlas porque ya no son vírgenes, sino que están “mancilladas”. La ley promueve esta práctica porque asegura que, si un violador promete casarse con su víctima, no hay violación. Se le perdona la culpa. Y es esto a lo que, precisamente, Pandey se refiere cuando dice que “la cultura de la violación” es el sistema por el cual se rige India.