Llevo meses viviendo solo en un pueblo fantasma y ojalá sean muchos más

"He aprendido a bajar el ritmo y por eso disfruté del aislamiento". Esa es la diferencia con el resto de nuestras cuarentenas: no tuvo que sufrir la precariedad y la incertidumbre, pudo desconectar, pero de verdad

Un pueblo que en su día tuvo 4.500 ciudadanos, hoy solo uno. De sus cientos de edificios, solo quedan 22 estructuras. El resto, ruinas y montones de piedras inútiles. Es Cerro Gordo, uno de los más de 3.000 pueblos fantasma en Estados Unidos, perdido en medio de la nada, con el pueblo más cercano a tres horas en coche. Hoy en día, Brent Underwood, su único residente, es también el propietario, porque lo compró “por un precio irrisorio en 2018”, como cuenta en ReddIt, y que lleva desde entonces rehabilitándolo para convertirlo en “un retiro espiritual para soñadores” vamos, que quiere crear un paisaje rústico de fábula muy Instagrameable.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Junto a su socio, fueron rehabilitando poco a poco todo el recinto. En teoría, para abrir este año, pero por el covid se aplazó. En marzo fue a hacer un último viaje antes de la apertura, para tomar fotos para la publicidad y acabar unos pequeños retoques, pero de golpe: cuarentena. Así que se quedó varado en el pueblo fantasma, viviendo él solo, porque su compañero no pudo ir con él.

Después de meses de aislamiento impuesto, planeo quedarme indefinidamente. Aprendí a reducir la velocidad”, asegura. Ha pasado el confinamiento con poco internet, pero ha descubierto nuevas pasiones vitales: la reparación de edificios, el diseño de muebles, convertir la nieve en agua potable, trabajar el huerto, entender mejor la fauna y flora que lo rodea, incluso ha explorado las minas abandonadas de este antiguo pueblo minero y descubierto zonas embrujadas, “con fantasmas, mis nuevos compañeros de cuarentena”.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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La historia de Brent no es la única. Taylor Jackson es un guardia forestal que vive en Bodie State Historic Park, un pueblo fantasma protegido por el Gobierno de California por su valor histórico. La tienda de comida más cercana está a dos horas en coche, pero no puede ir cuando quiere: situado en la Sierra Nevada, a 2,5 kilómetros de altitud, gran parte del año está nevado y las rutas inaccesibles, así que pasa muchísimo tiempo viviendo aislado, asegurándose que nada le sucede al recinto fantasmal.

“Cuando está abierto recibimos unos 150.000 turistas, así que tengo muchísimo trabajo”, asegura al The New York Times. Es por eso por lo que, cuando cierra, puede valorar “la paz” que se esconde en tener la naturaleza solo para ti, en “convertirte en uno con el paisaje”. “Es la mejor época del año: cuando nieva y estás aislado. El tiempo va más lento y puedes desconectar, pero de verdad”. Lo mismo le ha pasado a Underwood. A diferencia de su socio, atrapado en un piso en plena ciudad, él ha tenido la libertad del campo. No estaba solo, estaba rodeado de otros seres vivos. Además, la desconexión del confinamiento fue real: simplemente sobrevivir y pasar el tiempo, sin responsabilidades.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

I don’t think I’ll ever grow tired of sunsets at Fat Hill 💫

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Y por eso han descubierto el placer en el aislamiento: porque, aunque fuera impuesto, podían conectar con su propia naturaleza, sin el estrés y la ansiedad de pagar facturas, llegar a fin de mes o no cobrar el paro. A diferencia de las de tantísimos, su cuarentena no fue precaria. ¿Su única preocupación? Alimentarse y sobrevivir a las nevadas, el resto del tiempo lo dedicaron a pensar, contemplar su alrededor y preparar, con tranquilidad, sus reservas y las construcciones que les daban cobijo, para asegurarse que estaban en perfecto estado.

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