Drogas, peleas y arrepentimiento: recorremos ‘La Modelo’ junto a un expresidiario

Antonio Cepedo, de 52 años, pasó uno de los peores años de su vida internado en la prisión ‘La Modelo’ de Barcelona

Para Antonio Cepero, de 52 años, no es fácil volver a entrar en la prisión ‘La Modelo’ de Barcelona después de haber cumplido condena entre sus paredes. Estuvo encerrado entre 2013 y 2014 y, ahora, mientras cruzamos el lúgubre pasillo de la entrada, no puede evitar que se le humedezcan los ojos. Fue este mismo espacio, adornado por barrotes de acero y puertas blindadas, lo primero que conoció Antonio el día que dijo adiós a su libertad.

"Los Mossos nos sacaron del autobús, nos pusieron en hilera en esa pared, nos quitaron las esposas y nos fueron llamando por nombre y apellido para meternos en nuestra celda. Me di cuenta que mi vida en el exterior había acabado", cuenta Antonio con la voz entrecortada al recordar la experiencia que, inevitablemente, hizo que jamás volviese a ser el mismo.

Una cárcel emblemática y en ruinas

Él es uno de los últimos presos que estuvo en la emblemática cárcel barcelonesa antes de cerrar sus puertas definitivamente en junio de 2017 y se convirtiese en una curiosidad para los turistas y los barceloneses que ahora se pasean por su interior. El edificio, casi en ruinas tras sus 108 años en servicio, necesitaba una urgente inversión de 25 millones de euros para su reforma. Un gasto que el Parlament de Catalunya no consideró oportuno destinar a un complejo fundado en 1909.

Más de un siglo de vida para un recinto que atesora entre sus viejas paredes infinitas historias de reos, como la foto de 1994 del empresario Javier de la Rosa comiendo un bocadillo de chorizo, un secuestro a funcionarios capitaneado en los ochenta por un Javier de la Rosa comiendo un bocadillo de chorizo y de incontables anónimos que luchaban por sobrevivir o, bien, por seguir cargándose los sueños que habían dejado atrás.

Su primera cárcel

Antonio los abandonó por primera vez en 2006, cuando le encerraron un año en Huelva por robar en siete casas rurales. Su madre murió mientras estaba dentro, pero aquello no fue suficiente para que se alejara del mundo de la delincuencia. Años después, "las amistades menos adecuadas" como él las define y su adicción al alcohol y al Trankimazin fueron el detonante que le llevó a perpetrar más de 40 robos.

Unas acciones desesperadas que le privaron de su libertad  y le convirtieron en uno de los residentes de La Modelo, el lugar que ahora recorre mientras recuerda como fueron los días en los que de Barcelona solo veía el cielo y lo poco que se vislumbraba desde los barrotes. Días de tedio y soledad en los que solo podía evadirse de la cárcel con su mente.

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Entre teles de plasma, ratas y cucarachas

En los más de 365 días de su condena, Antonio tuvo que lidiar con lo mejor y con lo peor de cada casa. Junto a sus cinco compañeros de celda, el nuevo recluso tenía que intentar malvivir en un espacio que apenas medía cuatro metros por seis. Mientras observa pensativo la puerta de esa misma celda años después, ahora vacía y desprovista de los aromas que seis hombres adultos son capaces de generar en una celda sin aire acondicionado, explica que el panorama empeoró cuando se dio cuenta de que lo compartían con ratas y cucarachas.

"Dormían con nosotros, eran nuestras compañeras. Me levantaba a media noche y era habitual ver a uno de mis compañeros con cucarachas por la cara, también lo era matar a una y que aparecieran 200 o levantar un libro y que salieran más”, dice mientras gesticula con sus brazos señalando la puerta de su celda vacía.

Lamentablemente, estas visitas nocturnas no eran las únicas que le demostraban que las condiciones en las que vivían estaban lejos de ser las adecuadas. Cada preso disponía únicamente de un champú gratis al mes, por lo que cumplir unos mínimos de higiene era solo posible para los convictos que tenían algo de dinero o familiares que se acordaban de ellos y podían enviárselo. Quizás uno de los tesoros más valiosos que un presidiario puede tener en su lucha diaria con la soledad.

Pero en aquel microcosmos, en esa sociedad paralela que regía La Modelo, también había privilegiados. De hecho, uno de sus recuerdos más felices allí fue el día en el que un compañero de celda consiguió colocar un pequeño televisor de plasma en la celda. Al final, lo que él y sus compañeros hacían no era más que recrear los roles de esa misma sociedad en la que no habían conseguido —o no habían querido— encajar: mientras unos presos olían mal y pasaban el rato con algún viejo libro o revistas, otros desprendían olor a jabón y disfrutaban con el telenoticias o el Pasapalabra.

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 “La Modelo es un recuerdo, tenemos que aguantarla y seguir viéndola", reflexiona Antonio que, precisamente por eso, no concibe que desde que La Modelo fue abierta al público hace unos meses haya personas que se hagan selfies mientras visitan un lugar que, como hemos visto, tenía a la nostalgia y al desconsuelo como constantes.

Los peligros de prisión

Para Antonio, recorrer La Modelo no es una experiencia agradable y no puede evitar cierto nerviosismo al hablar de su peor experiencia entre rejas. Ocurrió cuando le compró a un compañero unos tejanos por 10 euros sin saber que este se los había robado a otro convicto. Cuando el dueño se percató, empezó a acechar a diario a Antonio en busca de pelea. Él lo evitaba porque no quería problemas, pero un día acabaron encarándose en el patio y, en consecuencia, un guardia casi les envía a la zona de castigo, un sitio que hacía que las celdas pareciesen un hotel de cinco estrellas.

"El tío no iba a parar hasta que se los devolviera. Si no lo hubiese hecho nos habríamos terminado enganchando. Yo soy bueno, pero tengo muchos prontos y aquí no estás para eso, hay muchos días en los que te levantas mal”, cuenta sobre otra de las experiencias que, junto con los pinchos y las drogas que circulaban entre los reos, hicieron que el centro penitenciario fuese un lugar en el que cualquiera podía —y solía— volver a delinquir.

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"Se puede decir que dentro de las cárceles hay más drogas que fuera", sentencia Antonio para añadir que una de las vías de entrada podían ser los vis a vis íntimos entre los reclusos y sus parejas del exterior. Aunque, acto seguido, reconoce que los controles de seguridad le hacen sospechar. "Después de un vis a vis podían cachearte casi desnudo, nos miraban los zapatos y registraban toda la paquetería. Creo que alguien que trabajaba dentro entraba la droga", añade con recelo.

Lo que le esperaba fuera

Caminando entre las cabinas en las que hablaba con sus allegados a través de un cristal al exconvicto se le remueven los recuerdos. Fija la mirada en la cabina 37 y con tono de voz nostálgico explica que justamente allí habló con sus hermanos cuando llegó a La Modelo. Al verlos preocupados por su situación, lo único que pudo hacer fue sacarles unas cuantas risas 'fardando' de todas las monedas que, por casualidad, llevaba encima. 

“Cogí el teléfono y les dije: ‘mirad como estamos aquí, que no tenemos una bola atada al tobillo'. Mi sobrina pensaba que llevaba un uniforme de rallas blancas y negras”, recuerda Antonio quien consiguió lo que quería, que sus hermanos se marcharan creyendo que su estado no era tan crítico como imaginaban, aunque en realidad era incluso peor.

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Se marchó de La Modelo en 2014 cuando le trasladaron a Can Brians 2, donde volvió a vivir entre barrotes hasta que, pasados dos años, fue por fin libre. Y no hubo mejor manera de disfrutar sus primeros minutos de libertad que estando junto a su familia y comiendo unos huevos fritos, que "hacía mucho que no probaba". Porque, como demuestra el testimonio de Antonio, cuando has perdido la libertad durante años hasta lo más insignificante puede volverse un tesoro para ti si eres capaz de sentirte verdaderamente libre para disfrutarlo.