Esta cuarentena nos está enseñando lo que es vivir como un hikikomori

"El mundo tiene unas expectativas en mí que no puedo cumplir" es el mantra que se repiten estos jóvenes que se recluyen en su casa por temor a afrontar las relaciones sociales y obligaciones laborales

Estamos encerrados en casa. Saliendo lo mínimo posible, para abastecernos, pasear perro y tirar la basura. Poco más. Confinados, viviendo en una cuarentena. No lo sabíamos, pero nos hemos convertido en hikikomori, el término japonés para describir a esas personas que llevan desde mucho antes de la cuarentena encerrados en casa, sin salir a la calle ni interactuar en persona con prácticamente nadie que no sea la familia con la que convive.

Según un documental del portal de noticias Al Jazeera, el gobierno nipón calcula que hay un millón de japoneses, en su mayoría hombres jóvenes, viviendo sin salir de sus casas. Pero sus historias no sirven como superación ni inspiración, como sí lo hacen Frida Kahlo o Newton, que sacaron genialidades un documental. Al contrario, los hikikomori nos demuestran por qué tenemos que cuidar nuestra salud mental y estar atentos a nuestra fragilidad emocional y psicológica en pleno confinamiento.

“Los días son muy repetitivos. Me sorprende lo rápido que han pasado, no noto el paso del tiempo”, asegura Kenji Yamase, un hikikomori que da su testimonio en el documental. Pero el tiempo pasa. En concreto, 30 años. Se retiró de la sociedad a casa de su madre en su veintena, y ahora tiene 54 años, de donde no ha salido más que para hacer recados muy puntuales.

Pero, ¿qué impulsa a un joven a convertirse en hikikomori? “Es sentir que no perteneces a ningún lugar. Y que, aunque estés aquí presente, nunca podrás ser tú mismo”, añade Kenji. La mayoría de los pensamientos que desencadenan en la reclusión domiciliaria empiezan de pequeños, cuando se niegan a ir a la escuela por la rigidez del sistema educativo, la presión los padres, la falta de educación emocional, el bullying y la ineficacia de las herramientas para combatirlo y, en definitiva, la sensación que el mundo no te quiere y que exige de ti cosas que no estás preparado para cumplir. Ante tantos inputs negativos, deciden encerrarse en casa.

Hide, otro joven hikikomori entrevistado por la BBC, empezó a aislarse socialmente cuando dejó el instituto. “Empecé a culparme, y mis padres también me responsabilizaron por no acudir a clase. Entonces, gradualmente, comencé a tenerle miedo a salir y a temer conocer a gente. Fue entonces cuando ya no pude salir de mi casa”.

Hide sentía que el sistema educativo no estaba hecho para él, pero todos le decían que era la única forma de triunfar. Se sentía inútil no cumpliendo las expectativas, así que se encerró y cortó en seco la comunicación con sus conocidos, hasta con sus padres. “Para evitar verlos, dormía durante el día y se sentaba toda la noche a ver la televisión”, añaden los periodistas a cargo del artículo, que lo visitaron en su hogar.

Estos retiros voluntarios se pueden volver crónicos. Según los estudios psiquiátricos llevados en Japón, la media de años que se encierran ronda los 15, lo cual deriva en agorafobia y unas profundas ansiedades sociales que los llena de ira y culpa: “¿por qué no puedo ser normal? ¿por qué no puedo encontrar a nadie que me quiera? ¿por qué no puedo ser lo que mis padres quieren que sea?”, son las preguntas con las que se castigan mentalmente y que retroalimentan su miedo a salir del encierro.

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Pero este fenómeno no es solo japonés: “el síndrome hikikomori o de aislamiento social también es un problema de salud en Europa”, concluía un estudio del Hospital del Mar en Barcelona que activaba una comisión para estudiar este fenómeno en Cataluña. Desde entonces, solo en la comunidad ya se han diagnosticado un estudio, contrastando con el total español, que son solo 190. Sí, faltan por detectar más casos en España, aunque es difícil porque los que lo sufren no salen de casa y faltan herramientas. A partir de entonces.

Además, detectaron que la mayoría de pacientes en España tenían no solo patologías previas, como psicosis, adicción a drogas o ansiedad, sino que vivir en un hogar desestructurado, con problemas de comunicación y falta de habilidades en resolución de problemas, impulsaba estas conductas de aislamiento. Por eso, toca vigilar de cerca a esos seres queridos que, durante la cuarentena, puedan verse encerrados en dinámicas nocivas para su salud mental. En la situación actual, tan complicada y excepcional, todos los profesionales advierten: la salud mental puede volverse más frágil, y debemos controlarla.

Es evidente que el confinamiento no va a convertirnos en hikikomori pero quizá tras este confinamiento entendamos un poco mejor lo que sienten.