Por qué a veces nos cuesta tanto decir que no

Cuando aprendes a decir que no expresas que conoces los límites y que aceptas las consecuencias de tu negación

No quieres ir a la fiesta, realmente tienes cero ganas. Te avisaron de este encuentro hace varias semanas y, en aquel momento, estabas tan a tope que dijiste que sí sin pensarlo. Con el paso de los días se te ha ido apagando ese subidón y ya no quieres ir. Te da palo coger ahora el móvil y decir que pasas de ir, sobre todo porque has esperado hasta el último momento. Vas a quedar fatal. Antes de lanzarte a decir que no vas, piensas que por ir un rato tampoco pasa nada. Algo así como asistir por cumplir, por compromiso. Pero, ¿por qué? La realidad es que no quieres ir, ¿por qué te cuesta tanto? No eres la única persona a la que esto le ocurre, la realidad es que, aunque es una de las primeras cosas que aprendemos a decir, con el paso del tiempo es bastante complicado negarse y, también, comprender la negación por parte de otras personas.

Aprender a decir “no” puede parecer sencillo pero, a medida que crecemos, nos cuesta más. De pequeños e incluso durante la etapa de la adolescencia parece que, en nuestro interior hay un ser dispuesto a llevar la contraria por todo, es un acto de rebeldía, una especie de búsqueda de la propia personalidad, como si necesitáramos comportarnos de esta manera para sentirnos auténticxs. Para aprender a negarnos tenemos que tener en cuenta que, en muchas ocasiones, esto tiene que ver con tener la posibilidad de fortalecer la individualidad frente a la colectividad. Cuando estás rodeadx de personas que dicen sí sin pensarlo y que tienen ese impulso que parece optimista, es más fácil sumarse sin tener en cuenta si de verdad nos apetece o no.

Hay momentos en los que afirmar o negar algo no tiene que ver con el resto ni con el contexto sino con nuestro propio discurso interno. En este caso, no tener una postura específica hace que estemos constantemente “entre el sí y el no” y esa posición puede no beneficiarnos. Para entenderlo mejor, un ejemplo: sospechas algo, sospechas quizás que tu pareja te engaña, se trata de algo más bien relacionado con la intuición que con una realidad fundamentada, no tener decisión en este aspecto podría hacer que sea complicado distinguir entre fantasía y realidad.

La palabra “no” es una de las primeras que aprendemos a comunicar. Es más, el movimiento de la cabeza para expresar la negación tiene un origen: cuando el bebé aleja su cara del pecho materno, expresando que ya no quiere más. La negación es también aceptación: aceptación de que existen límites y que podemos escucharlos o respetarlos. La palabra “no” reafirma nuestra individualidad y muestra que conocemos los límites. Eso sí, es aquí donde entra lo complicado: conocemos los límites pero muchas veces no queremos aceptarlos. Esto puede ocurrir, principalmente, por miedo. La posibilidad de decir no puede hacer que nos paralicemos porque no sabemos cuáles serán las consecuencias tras nuestra negación.

Lo ideal ante este temor y lo importante para aprender a superarlo y tener la libertad de decir que “no” es que pensemos en esas consecuencias y las pongamos en una balanza, ¿qué puede ocurrir que sea tan sumamente negativo para que tengamos que forzarnos a decir que sí cuando realmente queremos decir “no”?