Soy el pegamento de mi grupo de amigos y me deprime ver a cada uno por su lado

Aferrarse a amistades ideales, con unas expectativas que no se cumplen, es un nido de frustraciones y dolor, porque acabas haciendo el pegamento de un grupo que inevitablemente se desmorona

Un grupo de cinco o seis amigos que vive cerca y lo comparte todo. Siempre están juntos, viviendo experiencias e historias profundamente interesantes, con un punto en común: se tienen los unos a los otros. Es el argumento de la mayoría de las sitcoms como Friends, Cómo conocí vuestra madreBig bang theory, una premisa que ha definido mucho toda mi vida social.

Inspirado por este tipo de series, desde mi adolescencia he sentido la necesidad de estar en un grupo de amigos. Cuatro o cinco personas con gustos similares que hacemos lo mismo y que siempre estamos apoyándonos. He tenido muchos desde el instituto: primero estuvieron con los que iba al cine y hacía planes cuando era más pequeño, luego vinieron los que hice en las clases de inglés y con los que fui a mi primer viaje de amigos, luego los del bachillerato, luego los de la uni, con los que salía de fiesta. Todos ellos, con el tiempo, se han ido rompiendo.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Por supuesto, esto me genera frustración y malestar psicológico. “¿Por qué no logro tener un grupo de amigos sólido y que perdure?”, me he preguntado cientos de veces. Cuando he notado que estaban muriendo, he optado por hacer de pegamento y gancho, invitándolos a planes que no podían rechazar, organizando cenas, creando grupos de WhatsApp, resolviendo conflictos internos que me exprimían. Todo por conseguir mi grupo ideal e irrompible de amigos.

Además del ‘amor romántico’ existe la ‘amistad romántica’

Obviamente, no es una visión sana de la amistad. Me di cuenta, y me pregunté qué estaba pasando y por qué los grupos se disolvían, haciéndome sentir tanta frustración. “Esto es lo que se conoce como ‘amistad romántica’ o ‘amistad idealizada’”, explica Verónica Portillo, psicóloga y psicoterapeuta. 

“Es el equivalente de la amistad al mito tóxico del amor romántico”, ese que nos hemos tragado en cine, series y literatura desde pequeños que nos dice que encontraremos a alguien que nos hace feliz, que merecemos un final de película, una pareja que lo llene todo, una media naranja. Sin embargo, no es real, solo genera frustraciones cuando la realidad se impone y no logramos estos finales felices.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Siguiendo el paralelismo, este tipo de amistad “vende la idea de que los amigos son algo ideal, que están ahí incondicionalmente, constantemente, a lo largo de toda la vida, con el mismo grado de unión y de la misma forma, los unos para los otros. Unas expectativas que generamos respecto a la amistad”, define la psicóloga.

Ansiedad cuando tus grupos se desmoronan

Yo he vivido esta presión. La ansiedad que me da ser el pegamento del grupo, ese que intenta acercar partes que se están separando en un fútil intento de conseguir que permanezcan juntos y seguir con mi sueño vital a lo Cómo conocí a vuestra madre. Me causaba mucho dolor, porque sentía que a nadie más le importaba. “Tenemos que aprender que no se puede ser el único en tirar del carro”, advierte Portillo.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Pero, también, “siempre hay personas que tiran del grupo, y muchas veces gracias a estos continuáis viéndoos a largo plazo, aunque cambie la frecuencia. Estos perfiles de personas son positivos. Siempre y cuando no estés en ese lugar y te desgaste. Igual estás dando muchísimo y nadie da nada”.

Las relaciones no son incondicionales. Es decir, es lógico querer algo recíproco, tener unas expectativas de retorno de tu amistad. “Si yo te doy cinco, dame tres, aunque sea, pero dame”, añade. No siempre podemos estar en el mismo punto, pero es entonces cuando debes priorizar en ti y ver si quieres la energía que gastas en mantener el grupo vale la pena por lo que recibes en retorno. “A veces toca dejar ir, aunque no siempre estamos preparados”, concluye.

Los grupos, ni la misma intensidad, ni las mismas personas

Una de las cosas que más me frustró es ver cuando se iban creando pequeños grupitos en mi entorno. Comprendí que era normal en mi grupo del cole, que éramos más de diez. Pero no en el de mis amigos más íntimos, que éramos cinco y se iban organizando parejitas. Yo era el único que daba y daba, intentando quedar siempre todos juntos. Pero era infructuoso. Seguían quedando sin el grupo, y yo veía sus fotos en Facebook en aquella época o en sus stories ya más recientemente y me llenaba de ira. “¿Por qué intentan boicotear el grupo?”, me preguntaba, sin entender el por qué.

El por qué, ahora lo veo, es porque es algo natural. Los grupos van fluctuando por etapas. Primero estamos muy unidos, luego se forman otras afinidades, la gente cambia de prioridades, etcétera. Me lo confirma Portillo: “las épocas de hacer siempre planes juntos se pueden acabar, porque verse con mucha frecuencia está muy contextualizado a la época y al sitio donde quedamos todos. Pero claro, la vida no es lineal, cambia el contexto. Hay épocas de unión y luego hay fragmentación. La mayoría de grupos, de hecho, no se rompen por conflictos, sino que se diluyen”.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Sanear el grupo

La forma sana de afrontar estas relaciones es tener en cuenta todo lo comentado y aprender a gestionar las expectativas y, así, reducir la frustración. Es como una relación que se acaba: algo que tú creías que iba a durar, se muere. “No es fácil entender que un grupo se desmorona, viene una época de duelo porque se acaba algo que creías que no tendría final”, añade.

Lo mejor es ir reduciendo poco a poco las expectativas y no cerrar la amistad. Es lo que yo he hecho con varias personas: entender que no estarán en la misma posición de mi vida, pero que les tengo cariño y podemos quedar de vez en cuando. Ya no serán esos a quiénes llame para ir de fiesta ni para hacer una birra o ir de viaje. Pero quizá un par de veces al año nos podemos ver sin rencores, del plan nostálgicos, sin pensar “me han dejado”, y entendiendo que ahora ocupan este espacio en mi vida. Y qué bien, porque, por suerte, siguen en ella.