Mis padres no aceptan que he crecido

Hay familias a las que les cuesta aceptar que sus hijos ya no las necesitan como antes, que son libres y pueden tomar sus propias decisiones

Ser padre no es tarea fácil. Lo sabemos. Lo cierto es que tiene sus complejidades y no existe un manual de instrucciones que indique cómo actuar y qué es lo más adecuado. A menudo, se cometen errores desde la ignorancia o incluso pensando que una forma de actuar es la más correcta. Sin duda, es una decisión para no tomar a la ligera, pero si hay un aspecto claro en la paternidad es que los hijos no son propiedad de los padres y a cierta edad tienen derecho, o mejor dicho, deben tomar las riendas de su vida. Y es aquí precisamente donde algunos padres tienen ciertos problemas: no aceptan que sus hijos han crecido y se resisten a dejar paso a lo que debe suceder: que empiecen su camino y todo lo que ello conlleva.

Tomar decisiones, iniciar relaciones, cometer errores, comprometerse con sus metas personales, descubrir nuevas formas de ver el mundo y, por supuesto, dejar el hogar familiar. Se trata de pasos únicos y decisivos que suceden como parte del desarrollo de una persona y que en muchas ocasiones son percibidos como amenazas por parte de muchos padres, sobre todo aquellos que han ejercido una hiperpaternidad. Porque la independencia de un hijo es un cambio que puede vivirse como una crisis, una etapa a la que no solo este tiene que adaptarse, sino también sus progenitores. Y esto, si los padres no lo saben gestionar, pueden vivirlo hasta como un ataque a su propia identidad, manifestando comportamientos autoritarios y de control, a veces de forma directa y otras camuflados bajo una sutileza pasivo-agresiva muy característica y que es justificada bajo el amor incondicional que ahoga a los hijos, no les permite crecer y mucho menos ser.

Y es que cuando uno decide ser padre, no debe olvidarse que también tiene otros roles, que no es solo eso lo que les nutre ni define como persona, aunque sí sea importante. Tienen que hacer como los equilibristas: saber compensar, encontrar ese punto medio en la crianza de sus hijos que les permita dar amor, pero poner distancia y no ser invasivos; ofrecer protección y a su vez empujar hacia la independencia. Todo un reto, si nos ponemos en su lugar. Ahora bien, ¿qué hay detrás de esos padres que parece que ahogan más que otra cosa? ¿por qué no aceptan que sus hijos ya no son niños, han crecido y quieren buscarse un lugar en el mundo?

Necesito que me necesites

Hay muchos padres que se sienten útiles cuando son necesitados por sus hijos. Solo así se ven visibles, importantes y suficientes. Algo así como que tienen un fin: cuidar de su progenie. Han trasladado el valor de su identidad y de ellos mismos como persona al hecho de ser padres, cuidadores y salvadores en muchos casos.

Lo que ocurre es que cuando llega la independencia, cuando pasan los años, la visión que tienen de ellos mismos se ve desafiada porque sus hijos cada vez hacen más cosas solos, reclaman un espacio propio e incluso solucionar sus problemas. Y es ahí cuando los padres se desestabilizan porque pierden el rumbo: si ya no los necesitan, no valen para nada… Lo más complejo de esta situación es que así como ellos lo ven es como se lo muestran a sus hijos, echando mano de la manipulación emocional en algunos casos: culpándolos, criticándolos o con comentarios que pueden hacerles sentir mal.

El narcisismo parental

Otras de las razones que impiden el crecimiento de los hijos es que los padres tengan un perfil narcisista, ya que están acostumbrados a mediar en cada área de la vida de estos, es decir, tienen gran control sobre su vida en los casos más extremos hasta un proyecto de futuro. La cuestión es que incluso los hijos pueden no darse cuenta, ya que desde pequeños han sido educados bajo esas reglas autoritarias en las que pedir permiso y contar con la aprobación de sus progenitores es fundamental.

No obstante, también existen esos otros casos en los que comienzan a despertar: reclaman independencia, autonomía y empiezan a tomar decisiones. Actitudes que generan frustración, resentimiento, molestias en sus padres y que conllevan más de una discusión. De hecho, los padres narcisistas esperarán cualquier oportunidad para recuperar su control, aún cuando su hijo esté pasando por un mal momento: “te lo dijimos, pero no querías hacernos caso. Nosotros sabemos lo que es la vida, pero tú no….”.

Eres todo para mí

Extremo cuidado, atención obsesiva, disponibilidad completa, dominancia excesiva… La hisperpaternidad es un amor asfixiante y limitante, que no solo se da cuando los hijos son pequeños, sinó que puede arrastrarse hasta la adultez. Lo que conlleva un impedimento de la independencia y en muchos casos ansiedad.

Cuando un hijo lo es todo para unos padres y la sola idea de que les pase algo les hace sufrir fuertemente o experimentan miedo ante la posibilidad de distanciamiento es señal de hiperprotección. “Es mejor que no salgas a correr…”, “¿cómo vas a viajar solor?”, “me da miedo que vayas por ahí…” suelen ser expresiones muy comunes que dirigen padres sobreprotectores a sus hijos de 20, 30 e incluso cuarenta años. Y no, no es para llamar la atención. De hecho, hay estudios que demuestran que los universitarios que han recibido una educación sobreprotectora experimentan ansiedad social en su primer año de carrera e incluso hay quienes no son capaces de irse a estudiar porque no soportan la idea de separarse del lado de sus padres.

Eres mi refugio

Muy similar a los padres que demandan ser necesitados, están esos otros que identifican a sus hijos como el refugio de sus carencias, como ese bálsamo que cura heridas, frustraciones y conflictos, aunque solo sean un parche momentáneo que les distancia de realidades que no quieren ver, sufrimientos que evitar o insatisfacciones personales. Para ellos, sus hijos, cuando son pequeños, tapan cualquier dificultad. Sin embargo, como ocurre en los casos anteriores, cuando estos crecen no quieren ser ese refugio, sino conectar con sus iguales y probarse a sí mismos.

En estos casos, puede suceder el fenómeno de la parentificación: niños, adolescentes y adultos que acaban ejerciendo como padres de sus padres porque asumen responsabilidades que no les corresponden, como satisfacer sus necesidades emocionales. La cuestión es que a larga esto puede tener graves consecuencias porque no solo ejercen un rol que no les corresponde, sino que sus propias necesidades no son cubiertas, sino olvidadas e ignoradas. De hecho, un estudio realizado por Earley & Cushway en el 2002 afirma que “…la parentalización durante la niñez tiene un impacto en el desarrollo de la identidad y la personalidad del individuo, en las relaciones interpersonales y en las relaciones con los propios hijos durante la edad adulta”.

Se trata de una forma de limitar fuertemente el crecimiento de los hijos que es implantada desde la infancia y que puede generar adolescentes y adultos dependientes que se consideran responsables de sanar el sufrimiento de sus padres, por lo que su libertad se ve cohartada y en muchos casos sufren el síndrome del impostor. Por último, aunque sorprenda, estas situaciones pasan a los 15, 20, 30, 40 años... Hay padres que se resisten a dejar ir y no aceptan que sus hijos han crecido, necesitan independencia y hacer su propio camino. Por ello, pedir ayuda es fundamental en este tipo de situaciones. Todos tenemos derecho a vivir nuestra propia vida.