El mutismo selectivo es la forma de ansiedad que te impide hablar en cuanto sales de casa

La patología es consecuencia de una presión severa que, por inseguridades y miedos, bloquea cualquier palabra y convierte todos los entornos en hostiles

“En cuanto abandonas tu casa, el mundo espera que hables. Pero no podía. Si alguien me hablaba, me congelaba”, explica Red Elizabeth Jolley, una adolescente de Reino Unido a la televisión británica BBC. Le pasa desde pequeña: “en casa tenía vida, sentido del humor, estaba relajada”, recuerdan sus padres, “pero fuera de casa no hablaba. Quizá estaba cantando a pleno pulmón, llena de vida, abría la puerta de casa y automáticamente miraba al suelo y encogía la espalda. Era muy trágico. Al principio pensábamos que era tímida y se le pasaría al cabo de un tiempo, pero pasaban los años y seguía sin hablar con nadie”.

En la escuela no tenía amigos, y las pocas palabras que era capaz de pronunciar se las decía a los profesores. “Solo hablaba cuando todos los alumnos estaban fuera de clase y podía decirle cuatro cosas a los profesores sin que nadie más la oyese”, asegura. Pero el drama no estaba solo en las aulas. También en su familia: no podía hablar con otros que no fueran sus padres, con su abuelo no le salen las palabras, él nunca ha oído su voz en directo.

Tras muchas visitas a psicólogos, médicos y terapeutas, descubrieron qué le sucedía a Red: mutismo selectivo, una forma de ansiedad social tan severa que solo le permite hablar con pocas personas. Si alguien con quien no tenía confianza le hablaba o si alguien le hacía una pregunta que la descolocaba, su cerebro se colapsaba y perdía la capacidad para comunicarse, su cuerpo se tensaba y entraba en un profundo estado de ansiedad, quedándose sin aire y sin poder reaccionar.

Recuerda crecer celosa de todos. Sentía que vivía tras una pared de vidrio, viéndolo todo a su alrededor, sin capacidad para comunicarse ni cruzar este muro. Ella era una simple espectadora en la vida de los demás. Esto la frustraba: quería hablar, quería expresarse, quería amigos. Pero no lo conseguía, su ansiedad le repetía que no podía, que no valía, que cualquier cosa que dijera sería una tontería y que la juzgarían. La llenaba de una rabia y frustración, que al acabar el día, en cuanto llegaba a casa, explotaba en forma de gritos y lágrimas.

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Con el tiempo empezó a desarrollar más autoestima y fue ampliando su círculo de personas con quien hablar. “Una vez me llamó la profesora y me dijo que Red estaba castigada por hablar en clase”, esa misma noche lo celebraron: “¡había hecho una amiga!”. Pero con las amistades vinieron nuevos problemas. Por ejemplo, sus padres le dieron a los padres de sus amigas unas tarjetas con “sí”  y “no” para cuando le hicieran preguntas, porque no podía hablar con ellos. Solo se podía comunicar con sus amigas, nadie más.

Aunque ya va a la universidad y está aprendiendo a comunicarse con más facilidad —pudo concederle una entrevista a la periodista que escribió el artículo original—, todavía tiene muchos problemas. Con su abuelo no puede hablar y están probando varios métodos para facilitarlo: ahora se comunican a través de notas de voz.

Anita McKiernan, terapeuta del lenguaje, no tiene cifras oficiales sobre cuántas personas viven con mutismo selectivo. Eso sí, cree que la situación está mejorando en cuanto a la visibilidad y los diagnósticos. Antes se pensaba que eran o niños extremadamente maleducados o antipáticos. Ahora saben que tienen una autoestima frágil y ataques de ansiedad constantes que les impiden interactuar con el resto y que la única forma de refugiarse es imponiéndose, de forma inconsciente, un silencio que no pueden superar.