Tu infancia podría ser la culpable de que te pases el día procrastinando

Todo cambia mucho en función de si nos educaron satisfaciendo nuestras necesidades emocionales o, por lo contrario, con poco apoyo y amor

Procrastinar es muy fácil. Tienes 1.234 páginas de apuntes que estudiar para el próximo examen, pero a la mínima entras en Instagram a hacer un scroll sinfín en busca de memes. O debes terminar de montar ese complicadísimo mueble de IKEA antes de que tu pareja llegue a casa, pero a la que te cansas un poco te da por curiosear esos cromos de fútbol o de Operación Triunfo OT llenos de polvo. Y así podríamos seguir con incontables ejemplos que demuestran la pereza que puede darnos hacer ciertas cosas y que, según el caso, su origen podría radicar en la infancia.

En general a todxs nos sobran las ocasiones en las que optamos por procrastinar un poco. De hecho, Psychology Today se ha hecho eco de un estudio en el que se estimó que entre el 80% y el 95% de los universitarios pierden el tiempo. Aunque, al mismo tiempo, la web de psicología apunta que una cosa es procrastinar a veces y otra estancarse habitualmente. Es en estos casos cuando, incluso, algunas personas han llegado a considerar la procrastinación un rasgo de personalidad.

Hasta aquí ha quedado todo bastante claro, pero, ¿a qué se debe esta tendencia a posponer frecuentemente? También de acuerdo con Psychology Todayla respuesta es el miedo al fracaso. Así lo subraya citando varios estudios que indican que las personas con este tipo de temor se denominan “orientadas a la evitación”, ya que para ellxs es más fácil no esforzarse ante un objetivo que fallar en el intento, que tener que enfrentarse a una caída demasiado difícil asumir, como si fuese equivalente a no sacarse una carrera hasta pasados 68 años.

Y espera, porque hay más. En una línea similar, también se ha teorizado que la procrastinación puede ser un tipo de “autoimpedimento” con el que se persigue proteger la autoestima. Es decir, poner obstáculos en el camino, como “Hoy hace mucho calor para salir a correr”; que funcionan como excusas perfectas para evitar, a toda costa, un posible fracaso. Porque, al final, si no hay experiencia no hay fallo, ¿no?

Por fácil que sea de entender la información ofrecida hasta ahora, el siguiente paso para sea realmente completa es saber de dónde viene este miedo. Como detalla Psychology Today, de la infancia, de si crecimos en una familia con poco amor y apoyo o, por lo contrario, en un entorno que satisfacía nuestras necesidades emocionales. Es en el primer caso cuando es más probable percibir toda caída como “un defecto de la humanidad” o un gran error que debe sortearse siempre y, en el segundo, cuando es más fácil enfrentarse a ello porque la seguridad forjada con los años ayuda a entender que los fracasos son parte de la vida y que todo acabará bien. Algunos psicólogos denominan a estas personas “orientadas al enfoque”. Vaya, que son capaces de cumplir hasta cuando el objetivo pasa por esquivar en pleno verano a multitudes de desconocidos por su ciudad.

Si al leer estas líneas has percibido que procrastinas constantemente, sabrás que no es nada fácil cambiar. Pero tampoco imposible. La plataforma de psicología sostiene que lo mejor que puedes hacer es trabajarlo en una terapia, tratar de encontrar las razones que te llevan a postergar o hacerte preguntas como: “¿Estoy más motivado por el miedo al fracaso que por la tentación del logro? ¿Hay tareas específicas que pospongo? ¿Siento ansiedad o alivio al posponer?” y más preguntas cuya respuesta te pueden ayudar a recordar que mejor vivir arriesgando y a veces fallando, que vivir con miedo y sin vivir.