Por qué hay gente que vive instalada en la queja y no disfruta de nada

Es su forma de vida: nada es suficiente, todo es mediocre o mucho peor y con las personas le pasa lo mismo. No hay nadie al que no le saque una pega…

Hay personas que si no se quejan no viven, es como si las quejas fueran parte de su alimentación diaria; es más, diría que muchas son adictas a ellas. Incluso, cuando no existen motivo, buscan hasta el más mínimo detalle para señalar lo que está mal, no es suficiente o es insoportable. Se podría decir que viven instalados en la queja como Calimero, aquel pollito negro con su cascarón de huevo roto en la cabeza que lo único que hacía era gruñir y decir continuamente “no es justo”, “nadie me quiere”, además de quejarse de lo mal que le iba todo. Ahora bien, ¿qué hay detrás de este tipo de actitudes? ¿tenemos que tomarnoslas en serio? ¿son solo quejas y victimismo o hay algo más?

Según el psicoanalistas Saverio Tomasella, detrás de este tipo de comportamientos hay algo más que unas simples lamentaciones: existe un sufrimiento real, un reclamo emocional que está desantedido de forma retirada porque el fondo de toda queja se enmarca dentro de un contexto. Eso sí, esto no quiere decir que nos dejen de resultar irritantes o cansinas, ya que estar al lado de alguien que tiñe de negro todo cuanto ve es realmente frustrante y tampoco quita peso a esas otras quejas que son emitidas para llamar la atención y que en ocasiones resultan muy difíciles de manejar. 

A día de hoy hay muchos calimeros y calimeras, de ahí que exista la etiqueta de “síndrome” para este tipo de comportamientos, ya que nos encontramos en una sociedad al borde de la implosión en la que las injusticias y la rigidez cada vez son más evidentes. Algunos gozan de ciertos privilegios, mientras que otros son ninguneados, ignorados o se aprovechan de ellos. De hecho, según Tomasella, existen ciertas similitudes con el mundo que precedía a la Revolución de 1978, razón por la que no es raro que muchas personas experimentan una sensación de injusticia y como consecuencia la necesidad de quejarse.

Sin embargo, las quejas pueden llegar a ser muy peligrosas porque atrapan en la incapacidad y el no hacer, en la desesperanza y el desprecio. Es como si se fuera un tertuliano de esos reality shows en los que se empieza comentado algún tema pero en los que al final no se llega a nada. La cuestión es que por un día o un rato pueden servir como desahogo, sin embargo como tendencia o estilo de vida, las quejas están más cercanas al pesimismo frustrante que a otra cosa. Y con esto no quiero decir que haya que estar en modo wonderful o brilli-brilli, sino más bien que uno acaba intoxicándose por una negatividad que lo envuelve y que le impide estar en movimiento para actuar en cualquier ámbito de su vida.

Lo que hay detrás de las quejas

Ahora bien, también es cierto que la mayoría de las personas que se quejan mucho han experimentado algún tipo de injusticia y temen volver a ser víctima de una situación similar. Por ejemplo, han sido humilladas, ninguneadas, rechazadas o abandonadas. Por tanto, las quejas cubren temas y situaciones muchas más profundas de las que pensamos. Es como si fueran su escudo, su mecanismo de defensa. Lo que ocurre es que es una estrategia mal seleccionada y mal puesto en marcha porque tiene un toque de autoengaño. En la mayoría de las ocasiones, la persona no sabe lo que se pone en juego y en lugar de expresar la preocupación o el miedo que tiene a ser herida, enfoca sus quejas en cuestiones superficiales, como el retraso del bus, el café demasiado caliente o las críticas hacia la apariencia de los otros, ya que esto no supone consecuencias sociales ni emocionales. 

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Así, si se quiere llegar a saber qué es lo que le ocurre, hay que ejercer como traductores e intérpretes. Solo así nos daremos cuenta de que detrás de esa retahíla de comentarios enmascarados hay dolor o vergüenza y una necesidad de ser escuchado para que se reconozca su sufrimiento, incluso en los que lo hacen por llamar la atención existe ese trasfondo. Aunque como dije al principio, tampoco dejan de ser esas quejas que se repiten una y otra vez, que desgastan hasta al más paciente y que convierten a la persona que las emite en un calimero porque solo sabe relacionarse con ella misma y con los demás a través de ellas.

Ahora bien, algo sobre lo que se debería reflexionar es que si las quejas o el dolor son burladas, se convierten en injusticias: el mayor temor de este tipo de personas. Sí, tienen cierta facilidad para crearse su propia trampa. De ahí que sea recomendable no burlarse de una persona que se queja porque hay un trasfondo mucho más complejo que lo que nos muestra, además de reforzar su predisposición a quejarse si lo hacemos.

¿Esto quiere decir que todas las quejas son negativas y ocultan grandes dosis de sufrimientos? Por supuesto que no. Las quejas puntuales pueden actuar como desahogo, reclamo o como un toque de atención para cambiar una situación. El problema viene cuando se convierten en monólogos y en el sofá en el que uno se sienta día a día.

Las quejas de auxilio y las quejas teatrales

También existen una serie de quejas teatrales que el único fin que tienen es que la persona sea el centro de atención, la estrella de la situación o la persona más importante. Suelen ser propias de personalidades histriónicas y en algunos casos narcisistas, pero que corresponden a otro tipo de necesidades que están más ligadas a sus rasgos y forma de ser. De ahí que sea conveniente saber diferenciar entre unas y otras, ya que en estas personas los motivos por los que sus cáscaras están rotas son diferentes; no hay un grito de ayuda ni un querer cambiar o reconstruirse, simplemente se quejan porque forma parte de su personalidad. Su distintivo es la actuación, a menudo se puede identificar que no sienten 100 % lo que están diciendo.

Sin embargo, la mayoría de las personas que se quejan mucho están emitiendo un grito de auxilio porque están rotas y destrozadas. No saben cómo salir adelante, cómo cambiar aquello que les aflige y les hace sentir mal y finalmente reconstruirse. De hecho, no buscan hacer daño, aunque a veces se interprete que sí, de ahí que se recomiende ser pacientes y empáticos con ellos, al menos si son personas que nos importan, y traducir su queja por ese “escúchame”. Un grito de auxilio que no fue escuchado en su momento, normalmente cuando fueron más pequeños, y que les ha llevado a expresarse a través de las quejas y en algunos casos a que otras personas les solucionen lo que les pasa.

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Así, los calimeros y calimeras son personas atrapadas en la queja que necesitan ser escuchadas, ser vistas, para mostrar cuánto están sufriendo. Eso sí, esto no quita que de alguna forma intentemos hacerles ver que actuar a pesar del miedo es mucho más eficaz que permanecer sentados en una ventana como espectadores, víctimas de las circunstancias. Y mucho cuidado con resolverles todo porque a menudo esto sirve para minimizar el sentimiento de culpa, pero también para contribuir a su pasividad, lo que se conoce como la perversión de la ayuda. Y precaución con el positivismo crónico porque tampoco arregla nada.

Lo más importante es ayudarle a salir de la jaula del victimismo y esto solo es posible si no reforzamos las actitudes y pensamientos que los limitan, si les ayudamos a cortar los círculos viciosos en los que quedan atrapados, algo más difícil de lo que parece -porque es su tendencia-, pero que realmente les ayuda a ver que también puedes ser responsables o protagonistas principales de sus vida. Porque aunque suene a utopía, es posible elegir la actitud con la que vamos a afrontar una situación o la respuesta que vamos a dar otra persona, solo se necesita ejercer un papel activo y abandonar el de víctimas. Porque no lo olvidemos, las quejas solos nos niegan el poder que tenemos.

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