Me contagiaría con VIH para no volver a rayarme más

La fobia del VIH impide disfrutar plenamente del sexo y despierta un sentimiento de preocupación y culpa a cada encuentro sexual

Estaba follando y tras diez minutos de penetración me di cuenta de que el condón se había roto. No se corrió, y no continuamos después de eso, pero no pude evitar rayarme. Estuve tres meses —el tiempo prudencial para asegurarte que las pruebas del VIH son concluyentes— estresado, sin tener relaciones, pensando que me había contagiado. Tuve un resfriado invernal durante esos meses y llegué a creer que mi sistema inmunológico estaba fallando porque tenía el virus. Aunque salió negativo, mi angustia no cesó, y cada vez que hacía alguna práctica sexual oral o anal, aunque fuera con condón, seguía estresado.

El miedo al contagio continúa hoy en día, y por su culpa no puedo disfrutar plenamente del sexo. Soy consciente de que aunque tuviera el virus, con la medicación que hay hoy en día mi cuerpo nunca llegaría a desarrollar el sida, es decir que mi sistema inmunológico se debilitara tanto que cualquier enfermedad común podría ser mortal, como pasó durante muchos años y sigue pasando en países en vías de desarrollo. Por eso, más de una vez he deseado que me den un resultado positivo en los análisis para dejar de sufrir por si tendré VIH: si ya lo tengo no puedo pillarlo. En mi mente, solo así podré volver a disfrutar del sexo sin preocupaciones. Es, a efectos prácticos, una fobia al virus.

Tengo fobia al VIH

Explica Mark Cichocki, divulgador científico sobre el VIH, que “la fobia al sida es el miedo irracional a infectarse con el VIH o el miedo a estar infectado a pesar de las evidencias que apuntan lo contrario”. Pero la fobia al sida, como tal, no está reconocida como enfermedad. “Estaría incluida dentro de unos trastornos más hipocondríacos y obsesivos”, añade José A. Muñoz-Moreno, Mark Cichocki. Aunque son distintas patologías, sí que comparten muchos síntomas y es fácil una interrelación entre la hipocondría y la obsesión, retroalimentándose, en este caso, bajo la apariencia de un profundo terror al VIH y al sida.  

Cichocki y Muñoz-Moreno coinciden en que, como cualquier otra fobia, surge de múltiples factores, como puede ser la predisposición genética, el resultado de una experiencia traumática o el contexto social. Pero según Muñoz-Moreno, no todo el mundo puede contraer fobias, sino que hay algunas personas con mecanismos propensos a generarlas que pueden activarse en cualquier momento con cualquier detonante.

Me merezco la infección

El factor social es uno de las causas más típicas de la fobia al VIH en los heterosexuales, principalmente causada por el impacto de la educación heterocatólica en la moral, que castiga todo lo extramatrimonial y homosexual. La fobia se genera por la culpa que supone hacer una actividad “reprochable sexualmente, como que un hombre casado tenga sexo con una prostituta, sea adúltero, o tenga una experiencia homosexual. En su mente, el VIH se ve como un resultado inevitable de un mal acto. Creen que el VIH es el castigo por un crimen que han cometido y que la culpa que sienten es razonable y merecida”, cuenta Cichocki.

En homosexuales, la fobia se genera más por actividades consideradas ‘depravadas’ o ‘poco puritanas’, como puede ser ir a clubs sexuales, glory holes o saunas, creyendo que están actuando como ‘putones’ o ‘pervertidos’ y que, al igual que los heterosexuales, “merecen el castigo”, que sería el contagio del VIH.

En este sentido, Muñoz-Moreno apunta que en el rechazo al VIH también se entremezcla la xenofobia y la homofobia. Hay una tendencia a relacionar el VIH con algunos colectivos determinados, como el gay o el negro, y la fobia surge porque se están teniendo ‘actitudes nocivas’ que relacionan con unos estereotipos determinados e interiorizados de estas comunidades, por ejemplo, el tópico de la promiscuidad gay o el del VIH como virus presente en todas las personas africanas o de ascendencia africana.  

Primavera sexual bajo la amenaza del VIH

En mi caso, el detonante de la fobia al VIH fue cuando un amigo cercano se contagió. Tenía poco menos de 18 años y estaba totalmente desinformado –pocas cosas me contaron en el instituto sobre las ETS–. Así pues, empezaba la época de iniciación al sexo con la amenaza del VIH muy presente. Era un enemigo silencioso cuya presencia era constante.

A cada encuentro sexual que tenía pensaba que me había contagiado del virus, aunque hubiera usado protección. Acababa leyendo páginas y páginas sobre cómo podía contagiarse. “¿Con el contacto de una pequeña herida en los dedos podría contagiarme? ¿Y con la saliva?”, me preguntaba. Llegó a tal punto la obsesión que una parte de mí deseaba que, a cada análisis, me saliera positivo y así olvidarme para siempre de este miedo a contagiarme.

Sí, sé que quererme contagiar es incongruente y que carece de sentido. Sin embargo, es lo que pasa por mi cabeza. Para Muñoz-Moreno, este proceso mental es un mecanismo de defensa: “respuestas del sistema emocional y el cognitivo para intentar llevar bien una emoción desagradable”. Sin embargo, el deseo de que salga positivo en los análisis es falso. Me explica Muñoz-Moreno que tengo tanto miedo a infectarme que me miento a mí mismo diciéndome que me parece bien. No quiero este sufrimiento, así que me miento.

Una explicación a la fobia y al autoengaño tiene que ver con las características del VIH. Contrariamente a otros virus, el VIH es asintomático y no tiene siempre una relación causa-efecto que justifique al 100% el contagio. “En base a porcentajes es una enfermedad esencialmente de transmisión sexual, y en el sexo hay muchas variables y en ocasiones el contagio es arbitrario. Esto no te permite controlarlo y te mantiene en incógnita después de un contacto de riesgo”, comenta. Por eso, como es algo que no puedes controlar totalmente, el miedo te dice que mejor tenerlo y así despejas las incógnitas, desconocimientos y rayadas que creas y exageras después de cada polvo.

Aun así, aunque nos digamos a nosotros mismos que queremos infectarnos para poder controlar mejor las emociones y el terror a la enfermedad, en nuestros adentros no queremos. En general, un paciente de esta tipología cuando recibe un diagnóstico positivo “acaba rompiéndose”, añade Muñoz-Moreno. “Apuestan por una falsa tranquilidad a corto plazo”. La hipocondría al fin y al cabo es el miedo a la muerte, y no quieres soportar estar infectado de algo que si no te tratas puede matarte.

Una posible solución

Más allá de la terapia psicológica y la asistencia mental, una de las formas de paliar esta fobia al VIH es la PrEP, unas pastillas retrovirales que previenen el contagio si se toman diariamente. “De acuerdo con la evidencia científica, tiene una efectividad de casi el 100% para evitar la transmisión del VIH en las personas que la usan de manera consistente”, aseguran desde BCN Checkpoint.

Aunque la Agencia Europea de Medicamentos EMA recomienda su implantación a los países europeos, España no ha seguido estas indicaciones, por lo que no se puede conseguir de forma transparente y segura a través del sistema sanitario. Las patentes, los altos costes del medicamento y la lentitud del Ministerio y de las comunidades autónomas están bloqueando la universalización de la PrEP, una de las mejores de formas de ayudar a combatir, no solo la fobia al VIH, sino el contagio.

En mi caso esta fobia se ha desarrollado en una preocupación extrema en cada polvo. Me preocupa, me rayo y acabo mirando y remirando webs de dudosa fiabilidad buscando algo que me calme los nervios. Otros muchos casos han acabado en depresiones, ansiedades y trastornos obsesivo-compulsivos graves. Puede parecer algo banal e incluso ridículo preocuparse tanto por una enfermedad cuando todavía no la tienes mientras que otras muchas personas sí la sufren. Sin embargo, vivir en una constante preocupación provocada por la hipocondría acaba erosionando la salud mental, causando sufrimiento y, en definitiva, perdiendo calidad de vida.