Tu cerebro no está preparado para dejar de cometer los mismos errores

Una vez aprendes una forma de hacer las cosas no quieres que te saquen de ahí. Y que te digan que te has equivocado duele, pero es que así es la naturaleza humana

Dejar de caer en los mismos errores es muy, muy difícil. Seguro que te has dado cuenta. Sacudir los métodos que tenemos aprendidos para resolver problemas nunca es fácil: si ya es difícil rectificar cuando una opinión resulta no estar en lo cierto, ¿cómo podemos afrontar que nuestra forma de resolver conflictos, gestionar emociones o avanzar en la vida está equivocada? Es la conclusión a la que llegó un estudio que recoge la revista National Geographic, y que aseguraba, en resumidas cuentas, que cambiar nuestra forma de interactuar con el mundo y resolver conflictos requiere más fuerza de voluntad como cumplir los propósitos de año nuevo, ir al gimnasio o hacer una dieta.

El estudio, dirigido por Victoria Horner y Andrew Whiten, dos psicólogos de la Universidad de St. Andrews en Escocia, se centró en analizar las diferencias en el aprendizaje de niños y chimpancés. Los investigadores “mostraron a humanos y primates una caja opaca cuyo interior era inescrutable. Mediante la ayuda de un palo, los sujetos tenían que activar una serie de mecanismos para obtener una recompensa en forma de caramelo. Tras mostrar a ambos el procedimiento a seguir, comprobaron que en sendos casos, tanto los niños como los chimpancés, reprodujeron el ritual mostrado en aras de conseguir su recompensa”, explica el artículo.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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A continuación, repetían la experiencia, pero la caja era de cristal, y demostraba que no hacía falta hacer todo el paripé del palo sino que abriéndola directamente ya podían coger el caramelo. Lo interesante fue que solo los chimpancés la abrieron directamente, ignorando las instrucciones que les habían dado antes. Los niños, por su parte, a pesar de que era obvio que era irrelevante usar el palo, reprodujeron paso a paso el método que les habían enseñado.

En base a esta muestra sacaron conclusiones: “mientras los chimpancés, de una manera más pragmática se centraron en los resultados, los seres humanos, en este caso los niños, se limitaron a repetir el comportamiento que les había resultado exitoso en el pasado, reforzando así la idea que los seres humanos, en este caso los niños, aprenden por imitación y sin apenas cuestionar o analizar las variantes en el procedimiento”, remarca la revista. Así pues, si los niños, en pleno proceso de aprendizaje, ya les cuesta cambiar, para los adultos es todavía más complejo desaprender lo aprendido.

Por lo tanto, no sabemos aceptar que estamos equivocados una vez tenemos aprendido algo. Aunque sea con cosas tan básicas como que la forma que tenemos asumida de ir al trabajo no es la más rápida. Si alguien nos lo dice, el primer instinto es o no creértelo o decir que a ti te va mejor esta. Es lo que se conoce como sesgo de confirmación: es decir, entendemos la realidad de forma que nos conviene, y no como es. Y eso, en todos los sentidos. Desde lo político hasta lo emocional. Nuestro entorno se mueve de una forma y nosotros la imitamos. Gestionan las relaciones de una forma, opinan de una forma, consumen productos de una misma forma. Al final, aprendemos copiando y no queremos dejar de hacer las cosas como sabemos que funcionan.

A esto se junta otro factor. Como señala el artículo, “los seres humanos poseemos una irracional e improductiva obsesión por lo que los demás piensan de nosotros”, algo que viene de forma instintiva de la necesidad de formar parte de una tribu, ya que si no encajabas y no eras aceptado, era una condena de muerte. Por eso, cuando nuestras ideas son valoradas y reforzadas, nos llenamos de dopamina y serotonina: la sensación biológica del bienestar. Sin embargo, cuando nuestras ideas son cuestionadas nos bloqueamos porque sentimos que nos alejamos de nuestros semejantes.

Y es normal, porque queremos encajar, queremos sentir que nuestras ideas se refuerzan en grupo y una vez sabemos que algo funciona porque nos lo han dicho o lo hemos visto, así lo creemos sin dudar. Que nos digan que no algo no es como pensábamos nos duele, por muchas cosas, desde orgullo y miedo al rechazo hasta el miedo a que no te valoren y quedes desplazado, y por eso es tan necesario tener fuerza de voluntad para reconocer que tus métodos y forma de afrontar las cosas son equivocados. Porque hay un miedo instintivo que te impide creer que las cosas no son como tu entorno las ve, ya que con esta visión de la realidad tienes tu grupo, cohesionado, de intereses e ideas comunes. Nada más terrible que sentir que todo eso puede tambalearse con un simple "me he equivocado".