Fui a Egipto y comprobé que nuestro miedo al terrorismo está arruinando un país maravilloso

Cuando viajar rompe todos tus estigmas y prejuicios previos. viajes, lugares, internacional, experiencia

Sobre la arena del desierto de Egipto se alzan sus edificios vacíos, que evocan a un pasado glorioso. Lo que algún día albergó vida, ahora no es más que un esqueleto arquitectónico. Un lugar de paso sin un alma. Hablo de los hoteles de este país, en su día uno de los principales reclamos turísticos del mediterráneo, hoy un lugar casi tan desierto como las arenas que le rodean, por culpa del miedo y las medias verdades.

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Primer contacto con el país

Cogí el avión en Barcelona en abril de 2017 mientras en mi memoria se iba repitiendo lo que todos mis conocidos me habían ido diciendo sobre viajar a Egipto. “Pero, ¿no tienes miedo?”, “¿de verdad vas a tomar ese riesgo?”, “ha habido ataques terroristas, ve con cuidado”. Para más intranquilidad de mis padres, una semana antes habían cometido un ataque terrorista contra los cristianos coptos con unas cuantas decenas de muertos.

Este miedo viene alimentado por la inestabilidad política que surgió de la Primavera Árabe, que empezó en diciembre de 2010 y cuyas consecuencias todavía se viven hoy, especialmente en países que han acabado en guerra como Libia, Yemen o Siria, o países que han encontrado un nuevo sistema democrático –aunque no perfecto- como Túnez. En Egipto, la Primavera Árabe supuso un cambio consecutivo de formas de Gobierno que concluyeron con Primavera Árabe y con la presencia y amenaza del Estado Islámico en diversos puntos del país.

Gracias a su rico patrimonio histórico Egipto siempre ha disfrutado de mucho turismo y durante muchos años vivió de esto. Pero la inestabilidad política se cebó sobre todo con el sector turístico, lo que supuso la ruina para muchas personas que vivían de él. Solo hace falta ver las cifras, de 14 millones de turistas en 2010 a 5,3 millones en 2016.

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Ver las Pirámides sin otros turistas

Por eso, no era de extrañar que hubiera grandes complejos hoteleros vacíos. En Cairo pude encontrar un hostal muy barato en pleno centro donde apenas había cinco turistas además de nosotros. No solo el alojamiento, también la entrada a las Pirámides tenía un coste irrisorio. La tasa de conversión al euro salía muy a cuenta y la entrada para el recinto, la Gran Esfinge y el interior de las pirámides costó unos diez euros. Muy económico, comparado con otras maravillas del mundo, como Petra que sale a 70 €.

Pudimos ver pirámides por dentro sin cruzarnos con muchos grupos de turistas, e incluso tomar fotografías con la Esfinge sin que aparecieran otros, "algo impensable antes de 2010", según me dijeron unos amigos que habían estado entonces. El problema, claro, es que como había tan pocas personas dentro, todos los vendedores ambulantes te insistían el doble. Me topé con otro grupo de españoles que dijo a pleno pulmón: “normal que no haya turistas con lo pesados que son”. Me quedé con las ganas de decirles que sí, molesta, pero también se debe ser empático y pensar que probablemente estas personas llevan toda la vida dedicándose al turismo y que con la nefasta situación del sector cada venta era decisiva para poder llegar a final de mes.

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Cuando llega el sentimiento de peligro

En Cairo descubrimos el impacto real que tenía el gobierno de Al-Sisi en sus habitantes. Quedamos con un periodista de izquierdas de Alejandría que conocimos por Couchsurfing y nos llevó a un bar árabe —de los que puedes encontrar en todos los países árabes y que se sirven tés y limonadas—. Lo más llamativo de él es que le faltaba un ojo que había perdido por culpa de la represión policial en una manifestación. Además, aseguraba que estaba en el ojo de mira por sus artículos, en los que había criticado al gobierno.

"Podría ser que ahora llegase la policia y me detuvieran, y no solo por mis artículos, sino porque este bar es de izquierdas y podrían hacer una redada sorpresa y dejarnos en la cárcel sin juicio ni motivo". Aseguró que la libertad de expresión no existía y que Al-Sisi había impuesto una dictadura militar —las elecciones las ganó con más de 90% de los votos, muy común en los países sin libertad democrática—. Al día siguiente fuimos a ver una iglesia cristiana en una zona muy alejada de donde había ocurrido el ataque terrorista y, aun así, para acceder tuvimos que pasar un control policial y hablar con un inspector de incógnito que nos revisó todo, incluidas las fotos de la cámara para asegurarse de que éramos simples turistas.

Me vinieron a la cabeza las palabras de algunos amigos: "cuidado, que los países árabes son peligrosos". Palabras que venían de la ignorancia y el racismo, porque no sentimos ningún peligro deambulando por sus calles ni hablando con los autóctonos, sino que lo sentimos siendo interrogados con las fuerzas de seguridad, aquellas que en teoría deben mantener el orden pero que en la práctica mantienen el temor entre una población que sufre una dictadura. Una sensación similar a la que ocurre en Israel.

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Luxor, las tumbas de los reyes

La siguiente parada fue Luxor, uno de los lugares más famosos, donde están todas las tumbas del Valle de los Reyes y los templos más impresionantes. Buscando hotel nos sorprendimos de lo baratos que estaban todos. Hoteles en primera línea de Nilo entre 10 y 15 euros la noche. Cogimos uno barato que pintaba bien pensando que sería una trampa y sería un tugurio. Pero cuando llegamos quedamos fascinados: chef propio del hotel haciendo comida autóctona, balcón grande, terraza chill-out… Todo por un precio mínimo.

Nos hospedamos en la ribera oeste del Nilo, la zona de los templos. Toda la ribera estaba llena de hoteles, pero ni la mitad de las habitaciones estaban ocupadas. Era, realmente, un páramo fantasma. Se lo comentamos al dueño de nuestro hotel y nos comentó que la situación era así desde 2010. “Pasamos de tener muchísimos turistas a perder más de la mitad. Y, aunque la situación se ha calmado desde hace años, los turistas siguen creyendo que es peligroso. Necesitamos que sepan que no, que pueden venir y que es seguro para ellos”, comentó resignado.

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Decidimos visitar el Valle de los Reyes, una zona donde se esconden las tumbas de los faraones, como la de Tutankamón. Había una tumba, la de Seti I, que llevaba años cerrada para proteger su espectacular estado de conservación del turismo masivo. Pero para promover el turismo, el ministerio de antigüedades tomó la inusual decisión de abrirla a visitantes —eso sí, con una entrada a 50€—, algo que refleja la dramática situación del sector.

Tuve la suerte de visitarla, y nunca en mi vida había pagado tan a gusto esa cantidad. Perderse en una tumba llena de colores y jeroglíficos en un estado de conservación casi perfecto fue espectacular y mágico, y además, teniéndola para nosotros solos le añadió una magia inolvidable. Era un sentimiento total de inmersión en la cultura egipcia, aislado del mundo, conectado solo a todas esas imágenes y escenas. 

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Durante todo el viaje la atención de la hostelería fue exquisita y personalizada. Quizá porque fuimos fuera de temporada o porque éramos poquísimos turistas. La falta de turistas nos permitió encontrar siempre sitio para comer en la terraza, no hacer colas y no esperar demasiado para comer. Incluso cuando nos equivocamos con los trenes de vuelta a Cairo, el propietario del hotel de Luxor fue a comprar unos de última hora a la estación. Aunque por una parte disfrutamos mucho de esta individualidad, cuando personas del sector turístico nos decían "por favor, decidles a vuestros conocidos que el país es seguro", no podíamos evitar pensar que ojalá no hubiéramos estado tan solos.