Sí, soy yo. Llevaba años escondida. Horrorizándome con la masa ante cada nuevo caso de acoso escolar. O de Bullying. Qué palabra. Bullying. Eso no existía en nuestra época. Porque solo podíamos comer o ser comidos. Estaban los que repartían, los que recibían y los que aplaudían.
Pero hoy en día solo se cuentan las historias de las víctimas. De los adolescentes que se suicidan porque no aguantan más que les peguen, que les insulten, que les escupan. Y a mí se me parte el alma. Y digo: “hay que ver, qué crueles son los niños”. Y no miento, porque lo siento de verdad. Pero, ¿qué pasa con los verdugos? Los que le daban collejas al tonto de la clase, o los que se reían cuando este las recibía. Esos callan todos como putas y se indignan como yo. Pero todos sabemos lo que fuimos y lo que hicimos en el instituto.
Lo peor de todo es que casi ni me acuerdo de ti. Tengo imágenes de una preadolescente rechoncha de pelo lacio y graso detrás de unas gafas de pasta y enfundada en una ropa ridícula que llegó nueva al instituto el mismo año que yo. Al principio, evidentemente, no te hice ni caso porque me daba tanto pánico no caer bien, que me ocupé de mis asuntos. Pero cuando ya conseguí meterme en el círculo de los guays e incluso hacer que girara a mi alrededor, tenía que mantener mi estatus entreteniendo al personal y, claro, tú eras presa fácil.
Recuerdo que te insultaba, te encontré algún que otro mote, escribía alguna broma sobre ti en la pizarra y exprimía mi ingenio para arrancarle a mi público una carcajada cada vez más gorda. Recuerdo que me dabas rabia, pero en aquella época prácticamente todo me daba rabia y, para serte sincera, era un mero pasatiempo. Puede que para ti fuera un infierno y que tengas grabado mi nombre a fuego el resto de tu vida, pero para mí era una tontería, una ínfima parte de mi día a día.
El resto del tiempo estaba preocupada por mantenerme arriba, porque ya sabes que en esos años un día eres la estrella y al siguiente te conviertes en escoria. O en ‘puta’, como me pasó a mí. Que de la noche a la mañana descubrí que era la putilla del instituto. Así, sin comerlo ni beberlo.
Había un grupo de tíos que cada vez que pasaban por mi lado me tocaban el culo y lo que podían. Yo me quedaba blanca, como ida. También me esperaban a la salida y me seguían por la calle. Siempre gritándome “Putaaa!” delante de toda esa gente a la que yo había querido impresionar. A veces intentaba correr, pero siempre me alcanzaban y me arrinconaban y me tocaban.
Nunca llegó a más, pero fue suficiente como para que me sintiera sucia y culpable. Pensé que había hecho algo mal, que les estaría provocando de alguna manera así que me corté el pelo y empecé a vestir ropa ancha para esconderme. No se lo conté a nadie porque mis padres ya tenían lo suyo con el divorcio y antes estas cosas tampoco se contaban. Hoy seguro que lo llamarían acoso sexual y hasta podría haber puesto una denuncia. Pero por aquel entonces lo vivía en silencio y sacaba la rabia por donde podía. Humillando a otros como tú, haciéndoles la vida imposible a algunos profesores, sacando malas notas…
Ahora ambas somos adultas, pero tú me seguirás recordando como esa zorra que te arruinó la vida en el instituto, yo tendré grabadas las caras de los hijos de puta que me la destrozaron a mí y quién sabe qué les hicieron a ellos. Porque todo verdugo es a su vez víctima y toda víctima desatendida puede convertirse en el peor de los verdugos.