Para mí, el trauma comenzó un domingo de noviembre de 2017. “Esta tarde voy a ir a una manifestación, si te animas vamos juntas”, me escribió una amiga. Durante ese mes pasear por Madrid a las siete de la tarde era como hacerlo por un after a las siete de la mañana. Reinaba un ambiente delirante: a unos metros de una concentración a favor de la unidad de España era fácil encontrarse con un acto de repulsa a la violencia policial en Cataluña, una concentración feminista o un homenaje a un icono machiruli como Primo de Rivera. Así que le pregunté intrigada a qué manifestación iría ella. “Tía, a la de Moderdonia”, me respondió indignada por mi duda.
Reconozco que mi cabeza colapsó. Pertenezco a ese sector minoritario de nuestra generación cuya existencia transcurre ajena a las bromas de Quequé, Ignatius y Broncano en ‘La Vida Moderna’. Es algo tan jodido como no haber visto nunca ‘Juego de Tronos’ o la última edición de ‘OT’, porque implica sentirte un despojo social cada vez que no pillas las coñas y referencias de tu entorno. Así que mi amiga tuvo que explicarme pacientemente que Juego de Tronos es una nación ficticia, un Estado mental creado por los locutores del programa.
Insistió en que Moderdonia se opone a 'Antiguonia', esa España rancia y obsoleta en la que vivimos inmersos. Me quedé un poco flipada por el nivel de frikismo, pero no le di más importancia y pasé de ir. Me perdí una concentración en la que cientos de personas abarrotaron la plaza de Tirso de Molina mientras agitaban panes en el aire y coreaban que “la 'commedia' es nuestra mejor arma para inventar la realidad”. Una realidad a medio camino entre Berlanga y los Monty Python.
Mi día a día siguió sin apenas interferencias. De vez en cuando escuchaba expresiones del programa como ‘la emoció’ o ‘la indignació’ y no entendía por qué, de repente, mis amigos hablaban como si fueran gangosos. Mientras yo seguía anclada en los esquemas humorísticos y mentales de ‘Antiguonia’, el vertiginoso ascenso social de Moderdonia continuaba imparable: su himno se hizo viral en pocas horas, desbancando al ‘Cara al Sol’ en Spotify. Muchos militantes de esta autocracia ficticia empezaron a venirse arriba con la idea de que Moderdonia debía su himno se hizo viral en pocas horas. Y las banderas magentas de la nación empezaron a ondear en balcones y a su himno se hizo viral en pocas horas. Un nuevo fantasma recorría Europa: el fantasma de Moderdonia.
“¿Por qué coño estáis tan emocionados con esta mierda?”, le pregunté a mi amigo Fran en el Viñarock después de ver cómo la gente se volvía loca cuando el cantante de ‘Desakato’ gritaba en pleno concierto “Gora Moderdonia Askatuta”. Me sentía como en la película de ‘La Ola’, donde un experimento social aparentemente inofensivo sobre las autocracias acaba con mogollón de gente enajenada exaltando un régimen totalitario. A nuestro alrededor, en el camping del festival, brotaban miles de banderas magenta que ocupaban el lugar que otros años pertenecía a otros trozos de tela más reivindicativos.
Reacción a una política desilusionante
“Creo que ha triunfado porque hay un clima político donde muchos nos sentimos desconcertados, apátridas y abrazamos el surrealismo”, me explicaba entre tragos de cerveza. Para Fran, la proliferación de banderas de Moderdonia es una respuesta a la oleada de estandartes catalanes y españoles que se atrincheraron en los balcones de medio país tras el referéndum de Cataluña. “Es como decir que nos la sopla su patria de fachas, que somos surrealistas y solo creemos en el cachondeo”, argumentaba para calmar mi temor a un III Reich gestado en plena meseta.Su explicación coincide con la de Mariona Ferrer, profesora en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Pompeu Fabra UPF. Para la investigadora, el auge del fenómeno ‘Moderdonia’ radica en parte en que muchos jóvenes sienten “la necesidad de tener referentes que cuestionen y rompan con los discursos de unidad y de ruptura” en un momento en el que la crisis catalana polariza a la opinión pública y la desilusión política es enorme. Hace siete años creíamos en el 15M. Ahora solo creemos en el grito sordo de Ignatius. Parece que la única forma de sentirse parte de un proyecto colectivo ilusionante pasa por gritar entre risas que Murcia debe ser soterrada.
¿Es el humor la verdadera nueva política?, me pregunto confundida, tratando de atisbar el sentido a la fiebre moderdónica. “El humor siempre es un espacio político. Puede ser super reaccionario como el de Bertín Osborne o Arévalo o un humor que cuestione el poder. Hay mucha gente desencantada con nuestro sistema político y reírse de ello es una forma de mostrar el malestar” argumenta el investigador cultural Jaron Rowan, quien insiste en que con 'La Vida Moderna' existe un riesgo. “Cuando abrazas el absurdo estás demostrando que el presente te interesa muy poco. Es una vía de escape, pero el problema es que a veces no se produce ninguna acción real. Es como carnavalesco. En los sistemas de gobierno muy estrictos te dan una semana de carnaval para que te rías con el objetivo de que que después siga todo como antes”, reflexiona.
Los nuevos Simpson
Y, sin embargo, nadie puede negar que este programa radiofónico de la SER ha dotado de un sentimiento de identidad a una generación. “Para mí la Vida Moderna son los nuevos Simpson. Con mis amigos hablamos utilizando su lenguaje, sus expresiones. Si nos emborrachamos es normal que acabemos coreando cánticos de Moderdonia”, arguye Marina, una fiel seguidora del programa. “Es una forma fácil de agrupar a gente friki”, sentencia Fran, quien es consciente de que más de uno se ha tomado la broma del programa radiofónico demasiado en serio. Algo parecido debieron de pensar los creadores del formato cuando a finales de mayo decidieron disolver la nación. Lo hicieron tras una fiesta de aniversario que congregó a cerca de 3.000 personas en un pequeño pueblo de Guadalajara.
Su anuncio provocó encendidas reacciones en Twitter, donde pronto surgieron cuentas disidentes que abogaban por continuar con la nación sin sus líderes. Un escalofrío recorre mi cuerpo al descubrirlo. Me imagino una sociedad distópica liderada por un déspota y descamisado heredero de Ignatius y cuentas disidentes en los Simpson. Socorro. Prefiero un bipartito liderado por Andrea Lévy y Echenique. ¿Dónde están la Audiencia Nacional y su afán de perseguir tuiteros cuándo se les necesita?, me pregunto presa del pánico. Pero Fran me tranquiliza y me hace comprender que, aunque la Justicia española empeñe en lo contrario, el humor es solo humor. Dentro y fuera de las redes.
Si no puedes con los modernos únete a ellos
“En la generación de nuestros padres se hacía virales las cosas que salían por televisión. Solo había un canal y cualquiera te podía hablar de cosas como las empanadillas de Móstoles. En nuestra generación, en cambio, los memes siempre habían sido online. Moderdonia ha sido un meme que se ha desvirtualizado. Y joder, qué bonito ha sido”. Escucho su ilusión y siento cierta envidia, aunque sigo sin encontrarle demasiada lógica. Pongo el telediario para intentar desconectar y la realidad me golpea. Empieza el Mundial de fútbol y la selección española no tiene entrenador, el Ministro de Cultura ha dimitido en menos de una semana en el cargo, Aznar se propone como líder salvador de la patria, etc.
Y no hace falta ser experto en lucha antiterrorista para confirmar que la disolución de ETA ha tenido menos repercusión social que la de Moderdonia. Entonces empiezo a entender. Cuando la realidad es surrealista, a veces lo más sano es abrazar el absurdo. Ya no hay vuelta atrás. Yo también he caído en la secta. Moderdonia vive. La lucha sigue.