Recuerdo la primera vez que noté esa mirada. La del hombre X con el que te cruzas por la calle y que, en cualquier otro momento, te hubiese pegado un buen y desafiante repaso de arriba abajo y tal vez te hubiera dicho algo, o hubiese emitido algún sonido para llamar tu atención. En cambio, cuando vas con otro hombre a tu lado, esa mirada es mucho más furtiva. Sus ojos caen sobre ti, después basculan hacia él y luego baja la cabeza, como aceptando tácitamente el código masculino de que esa 'mercancía' es de otro.
Tu pareja, por supuesto, no lo nota y tú, evidentemente, tampoco lo haces notar, pero respiras aliviada, te agarras más fuerte de su brazo y sigues con la conversación como si no hubiese pasado nada. O a veces se dan situaciones más evidentes. Cuando en un bar te separas a pedir una copa y un tío se acerca y te habla hasta que tu pareja te alcanza. Entonces tú dejas de ser un interlocutor válido y, con cara de susto el tío murmura un "hostia, perdona, no había visto que estaba contigo" y se escabulle por entre la gente. Que tampoco pasa nada porque te hable, faltaría más que ahora no se pudiera entablar conversación con un desconocido o ligar, que es lo que la gente aspira a hacer en los bares, pero, ¿por qué su reacción no es decirte a ti: "hostia, no me había dado cuenta de que venías acompañada, perdona si te he molestado".
Nadie le da importancia a estos pequeños detalles, porque son pequeños detalles. Se quedan en impresiones, en sensaciones, pero sumadas, a ti te hacen sentirte más segura cuando estás con un hombre que cuando estás sin él. Después, si aparece alguna campaña de denuncia contra el acoso callejero, tu pareja la observa con extrañeza. "¿A ti te ha pasado eso alguna vez?", te pregunta inocente provocándote una carcajada. Cuando le contestas que te pasa cada día, te mira con escepticismo y te suelta: "¿Cómo puede ser, si yo voy contigo y no lo he visto nunca?". Así que, encima te sientes una mentirosa, o como mínimo una exagerada o una engreída y él se queda pensando que eso deben ser 'tonterías de feministas', que debe pasar en algún lugar muy lejano o a alguna otra tía que esté mucho más buena que tú, pero que eso a su 'mercancía' no le pasa.
Y así van pasando los días, los meses y la vida. Con ese poso de que es mejor estar con un hombre que sola, porque al menos estás más segura y puedes bajar un poco la guardia. Ir por la calle un poco menos tensa, con la mirada menos gélida, esa que pones cuando quieres aparentar que no has visto nada, que no has escuchado que te silbaban como a un perro. Porque si cuando fueras sola por la calle te atrevieras a ir relajada, confiada y sonriente, podrían decir que estás 'provocando'... Entonces claro, si alguien se toma el derecho de hacer con tu cuerpo lo que le dé la gana, que es el miedo velado con el que vivimos las mujeres desde que ponemos un pie en la calle, pues no podría quejarse, porque lo iba 'buscando'.
Este es el contexto en el que, cuando una mujer se pregunta "le dejo o no le dejo" y ve lo que le espera allá fuera, se convence a sí misma de que está mejor mal acompañada que sola, de que "seguro que no encontraré nada mejor" y de que solo un hombre puede protegerme de ser presa de otros hombres.
Crédito de la imagen: Théo Gosselin