Venecia ha anunciado que comenzará a cobrar cinco euros para visitar el centro a los turistas que no pernocten en la ciudad. Ámsterdam votó este año a favor de prohibir que los cruceros atraquen en el centro. Grecia ha implantado una limitación de 20.000 visitantes diarios a una de sus joyas turísticas, la Acrópolis. Y Estados Unidos ha establecido un sistema de reservas para algunos de sus principales parques nacionales. No son los únicos destinos en emprender una batalla contra el turismo de masas: es una actitud cada vez más generalizada consecuencia del castigo que este provoca en los vecinos. Deja dinero en las ciudades, sí, pero corrompe la vida cotidiana en ellas. No merece la pena.
Así lo explican en una publicación de Business Insider dedicada precisamente a esto: “Peor aún que el efecto desmitificador que pueden tener las grandes aglomeraciones de turistas en los lugares más bellos del mundo es el impacto que pueden tener en las personas que viven allí: desde cosas más pequeñas, como la imposibilidad de entrar en los restaurantes locales, hasta impactos muy grandes, como que les echen de sus casas por los altos precios o que no puedan permitirse vivir en los lugares donde realmente trabajan”. París. Barcelona. Roma. Se parecen cada vez más a un parque de atracciones o a un museo y menos a una ciudad donde vivir a gusto.
Hay demasiado ruido. Demasiado movimiento. Demasiada poca familiaridad. Demasiada poca comunidad. Demasiada contaminación. De ahí que los vecinos hayan empezado a alzar la voz. “En Barcelona, por ejemplo, ha habido protestas masivas contra el turismo, y muchos residentes han abandonado los barrios en los que llevaban mucho tiempo viviendo”. No sienten la autenticidad de antes. Las tiendas de souvenirs y los tablones de menú de los restaurantes en inglés la han matado. La peña viaja desde todos los lugares del mundo para ver estas ciudades pero lo que se encuentran cada vez tiene menos que ver con su esencia original. Es una paradoja.
Y el problema es ese: todo el mundo viaja a los mismos destinos. Como explica el catedrático de marketing turístico Alan Fyall, de la Universidad de Florida Central, “hay unos 8.000 millones de personas en el planeta y en los próximos 20 o 30 años habrá otros mil millones más”, de los cuales un porcentaje cada vez más elevado querrá viajar. “¿Dónde irán? Pues a los mismos sitios que todo el mundo”. No planeas con tus colegas un viaje por las joyas de Castilla y León. No tienes en cuenta la belleza de los rincones cántabros. Lo que te hace ilusión es ir a México o a Tailandia porque te lo han vendido en redes hasta la saciedad. Es hora de cambiar. Turista, sí, pero no de masas.