Por qué no soporto a las personas que fuman

Hay muchas personas que fuman y destrozan su salud, pero encima son arrogantes y lo defienden como si fuera un derecho cuando en realidad no lo es.

Hagamos todos un ejercicio: Cojamos un cenicero bien repleto, pongámosle un chorrito de agua, acerquemos la nariz, inspiremos bien fuerte, saquemos la lengua y peguemos un generoso y lento lenguetazo. ¿Qué tal? ¿Bien? Esta es una descripción bastante acertada de lo que siente alguien al besar a un fumador. Y si a eso le sumamos el aliento mañanero, a nuestro cenicero tendríamos que añadirle un buen pedazo de carne podrida para tener una comparación de la sensación que transmite ese beso. Fumar es desagradable para el que lo practica y para quienes le rodean, ya sea una pareja, familiares, amigos o desconocidos que tenemos la mala suerte de habernos sentado a su lado en una terraza.

Los fumadores no deberían existir. De todas las dependencias, es la más absurda que existe. Las drogas duras prometen todo tipo de sensaciones, el alcohol ahoga las penas, el juego puede o no dar dinero, el sexo da satisfacción, pero el tabaco ¿qué hace el tabaco? Si alguien levantara la mano cuando preguntamos si le gustó la primera calada que le dio a un cigarrillo, habría que cortársela por mentiroso, porque ningún cuerpo humano siente placer cuando le introducen en los pulmones ese humo tóxico. Los hay que se acostumbran y sobreviven a ese envenenamiento progresivo para satisfacer el ego de su dueño, para que el adolescente inseguro vaya de mayor, para que el joven sienta que encaja en el grupo social al que quiera pertenecer y que el adulto alimente la dependencia crónica que se le ha generado desde que intentó hacerse el mayor en la adolescencia.

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Los fumadores son víctimas y como tal hay que tratarlos. Víctimas de la sociedad de consumo, del sistema capitalista y del monstruo del márketing que desde hace décadas ha metido en la cabeza a varias generaciones que este repugnante producto es algo que le hará parecer más cool o interesante. Así que muchos, con su mísero amor propio y su autoestima casi inexistente, caen en las garras del aparentar y se meten un pitillo en la boca para compensar otras carencias.

Después estamos el resto del mundo que tenemos que TOLERAR a los fumadores y convivir con ellos y con su arrogancia. 'Es que tú no eres quién para decirme lo que tengo que hacer o no con mi cuerpo', te dicen indignados cuando te atreves a criticar su autodestructivo hábito. 'Dios me libre de querer proteger tu salud de semejante lacra', les contestas, 'pero no me negarás el derecho a salvaguardar la mía de TU vicio y a luchar por que la sociedad deje de normalizarlo'.

Fumar no es un derecho. La última vez que lo consulté no me pareció verla en la Declaración de Derechos Humanos, pero la salud sí lo es. Y si las personas deciden atentar contra su propio cuerpo porque alguien les ha convencido de hacerlo, deberíamos intentar impedirlo, y no darles espacio en nuestras terrazas o acomodarles un balcón en la oficina y darles sus respectivas pausas para que lo practiquen. Igual que intentamos poner todos los medios para que las personas no acaben con sus vidas tirándose por un puente o saltando delante del tren, también deberíamos hacerlo con los fumadores que mueren igual, pero más lentamente. Aquí el fumador arrogante dirá: "Pues mi abuelo fumó toda la vida y...". Vale, ok.

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Por eso odio a todas las personas que fuman. Porque su raciocinio ha sido secuestrado por el tabaco y cuando se les abre la puerta de su celda no quieren salir porque han desarrollado síndrome de Estocolmo y ahora defienden a su secuestrador. No pasaría nada si, con su comportamiento, no incitaran a otros principalmente adolescentes y jóvenes a hacer lo mismo y a perpetuar esta dependencia que lleva décadas incrustada en nuestra sociedad. La única solución es que apagues ese cigarrillo en el cenicero que lamiste al empezar a leer este texto y que lo tires todo en la papelera más cercana para siempre. Por ti y por todos nosotros.