La crisis silenciosa de la soledad afecta a las personas mayores tanto como a las jóvenes. Pero en Japón, la opresiva sensación de la soledad no deseada ha empujado a algunas ancianas a cometer hurtos para entrar en prisión y así sentirse menos aisladas. Datos de 2022 indican que más del 80% de las mujeres mayores encarceladas por delitos fueron condenadas por hurtos, siendo muchas reincidentes en busca de estabilidad.
En un reportaje para la CNN, Akiyo, una mujer de 81 años encarcelada por robar alimentos, cuenta que la vida entre rejas quizá “es la más estable” para ella. En la institución penitenciaria recibe cuidados, comidas regulares, y se relaciona con otras mujeres que no encontraría en la intemperie de la ciudad. Su caso no es el único.
En la prisión de mujeres de Tochigi, en Tokio, una de cada cinco internas tiene más de 65 años. Akiyo afirma que con una situación económica estable no lo habría hecho. Su testimonio pone rostro a la crisis de la soledad que vive Japón, a cuya gente mayor no ha sabido proteger. Una pandemia de la soledad de la que hablamos como si fuese una enfermedad, pero que es un problema social que afecta a otros países. En el Reino Unido, se creó un Ministerio encargado exclusivamente de atajar el problema de la soledad.
Como contaban en RTVE, en Japón, por robar un poco de kimchi (col fermentada) cuyo valor no llega a dos euros (algo más de 300 yenes) se puede condenar a una persona hasta con dos años de prisión, o cinco si se es reincidente. Japón es el país más envejecido del mundo. Una de cada diez personas tiene 80 o más años, y cada vez nacen menos niños. La esperanza de vida durante los últimos años es de 87 años para las mujeres y 81 para los hombres.
La pobreza de los ancianos
No es solo una cuestión de soledad, también se junta la búsqueda de un plato caliente. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), alrededor del 20% de los japoneses mayores de 65 años vive en pobreza, una cifra muy superior al promedio de otros países miembros. En este contexto, muchxs ancianxs prefieren cometer delitos menores, como el hurto de alimentos, para poder sobrevivir.
Yoko, interna de 50 años condenada cinco veces por delitos que tienen que ver con drogas, explicó a la CNN que cada vez que vuelve a prisión, la población parece todavía más mayor. “Algunas personas hacen cosas malas a propósito para que las atrapen y puedan volver aquí”, añadió.
El fenómeno está comenzando a generar presión sobre el sistema penitenciario, donde el personal debe asumir responsabilidades adicionales, como la atención física de las reclusas mayores. Por otro lado, la alta tasa de reincidencia entre las ancianas está estrechamente relacionada con la falta de apoyo tras su salida de prisión. Sin embargo, lo prefieren antes que quedarse solas en sus casas.