Una de las premisas básicas con las que el capitalismo neoliberal trata de venderse a sí mismo es la meritocracia: que si te esfuerzas lo suficiente vas a terminar recogiendo los frutos que mereces sí o sí. Que la redistribución de la riqueza vía impuestos no es necesaria porque cualquier persona puede alcanzar el éxito socioeconómico si lo persigue y venga del contexto del que venga. Algo en lo que la gente joven está dejando de creer. Según un metaanálisis de la investigadora Mercedes Herrero, “la meritocracia es cuestionada a medida que avanza la edad y algunos expresan su desencanto con frases como el ascensor social se ha roto”.
No es una cuestión de pesimismo gratuito. “Según el último Barómetro del CIS, publicado en octubre pasado, la vivienda destaca como al principal preocupación para el 26,9% de los consultados”, seguido de “la situación política (6,2%) y la crisis económica (5,6%). Unas realidades a las que tienes que sumarle la incertidumbre profesional provocada por la IA, el aumento constante del precio de la cesta básica y la dificultad para acceder a trabajos bien remunerados con los que llevar una vida tranquila. Es un contexto que paraliza. Que te hace pensar que poco de lo que hagas va a mejorar lo que te depara el futuro. Algo muy desolador.
De hecho, y fruto de esta desconfianza en la meritocracia, en la capacidad de cambiar tu vida a mejor a través de todo lo que haces, las encuestas de las que habla Herrero revelan que la juventud española ya no aspira a los hitos clásicos de la adultez. Como es la emancipación. En palabras de uno de los consultados, “¿voy a emplear mi sueldo en vivir en unas condiciones peores que en casa de mis padres?”. No tiene mucho sentido. O como lo de formar una familia. Algo que ya consideramos un lujo, un privilegio que solo los más favorecidos pueden permitirse. El resto bastante tenemos con ser capaces de pagar nuestras facturas.
El resumen, explica esta investigadora, es un sentimiento de profunda frustración, “recogido en frases como teníamos una creencia sobre lo que sería nuestra vida que hoy en día es totalmente errónea”. Pero también un optimismo ciego, quizás por mera supervivencia psicológica, por no volvernos locos, por no dejarnos ir del todo, basado en la capacidad de adaptación. Como responde uno de los encuestados, “yo creo en los pequeños actos, porque hay grandes dinámicas globales en las que no podemos influir”. Quizá sea un futuro complicado. Pero es nuestro futuro. El que hay. El que nos ha tocado. La única vida que tenemos.
