Has pasado seis meses yendo al gimnasio y cuidando tu alimentación como nunca. Te miras al espejo y te ves mejor que nunca. Llegas a casa, cansadx, y entras a Instagram. Tu ex compañerx de trabajo, a quien hace tiempo que no ves, ha subido una foto sin camiseta en Instagram y está, bajo tu punto de vista, mucho más buenorrx que tú. Después de días reforzando tu autoestima a base de pesas, te vuelves a hundir y te dejas llevar. Cuidado, el hilo que une la autoexigencia y las redes sociales es algo peligroso.
No solo se trata de tu aspecto físico o de quién tiene unas vacaciones más maravillosas. Nuestra autoexigencia se puede asfixiar en las redes cuando ves aquella contratación en LinkedIn para el puesto en el que pensabas que sería tuyo, o ese freelance del diseño o de la ilustración que está teniendo mucho más éxito que tú, o el abogado que gracias a sus tuits virales está teniendo el éxito que justamente te gustaría tener a ti.
Los efectos de las redes sociales en la autoestima fueron incluso estudiados en un informe interno de Facebook e Instagram desvelado por The Wall Street Journal. El estudio concluía que el 32% de las adolescentes que se sentían mal con su cuerpo empeoraban cuando veían Instagram. Lo peor es que la red social no cambió ninguna conducta después de conocer ese informe.
El problema de acceder a vidas “perfectas” a través de las redes
Un artículo reciente de La Mente es Maravillosa destaca una investigación de la Universidad de Bath que concluye que las nuevas generaciones son más perfeccionistas que las de sus padres, condición que aumenta década a década y que podría estar motivado precisamente por las redes sociales.
La media de cinco horas al día conectados que pasan lxs jóvenes a unas redes en las que pueden tener acceso a vidas perfectas es uno de los motivos que esgrime el estudio, con la figura del influencer como un gran potenciador del perfeccionismo.
Un elevado perfeccionismo, resalta el artículo, puede potenciar la ansiedad, la angustia, la depresión y también los Transtornos de Conducta Alimentaria (TCA), en tantas ocasiones motivados por la imposibilidad de conseguir una autopercepción mínimamente aceptable.
Ya en 1954, la teoría de la comparación social, de Leon Festinger, apuntaba que de manera natural las personas tendemos a compararnos unas con otras. Por ello, uno de los principales puntos de partida para combatir los efectos tóxicos de esta comparación constante —multiplicada ahora por las redes y generadora de perfeccionismo y ansiedad— es, según el artículo, educar en la aceptación de la imperfección. Rebajar la autoexigencia, dice, mejora el bienestar. Qué fácil de decir, qué difícil de asumir.