Es uno de los mantras de quienes defienden la existencia de la pornografía y el acceso temprano a la misma: que educa acerca del sexo. Pero algunxs especialistas no están del todo de acuerdo. Carlos de la Cruz, por ejemplo, director honorífico del Máster Universitario en Sexología de la Universidad Camilo José Cela, subraya algunas características habituales de la pornografía que apuntan precisamente en la dirección opuesta: la desinformación y la distorsión de la percepción de la realidad sexual. Y no estamos hablando necesariamente de los penes de dimensiones poco convencionales ni de las posturas acrobáticas. Es una cuestión más básica: los planos audiovisuales son tramposos.
”En la pornografía se suele insistir mucho en los genitales y el coito, de tal modo que las imágenes fragmentan los cuerpos y ofrecen todo tipo de primeros planos de penes, vulvas y penetraciones. Tanto es así que es fácil olvidar que ese encuentro erótico se da entre dos personas, entre dos cuerpos: queda reducido a un encuentro entre dos genitales o un genital y la boca”. Y quizás te parezca inofensivo, pero piensa que vídeo tras vídeo tu mente se ha ido acostumbrando a relacionar el deseo sexual con lo que muestran esos planos que, seamos sincerxs, no sueles contemplar en la vida real. Y así ocurre que muchxs jóvenes se topan con una realidad decepcionante. ¿Dónde están esos planos?
Además, la obsesión de la pornografía con los genitales puede llevar a mucha gente joven a pensar que el sexo es solo eso. Pero existen unas sensaciones y, sobre todo, unas emociones, que son parte imprescindible de la ecuación. El porno no les habla de cómo pueden llegar a sentirse. De la conexión. De la desconexión. De la autoestima hinchada. De la inseguridad. Del cariño. De la euforia. De la paz. Aunque no es el único olvido del porno. En palabras de este experto, “la pornografía reduce la comunicación y la esfera afectiva: se olvidan muchas prácticas eróticas como los besos y las caricias”. Todo se empobrece. Todo se limita una barbaridad. El sexo pierde gran parte de su riqueza.
Tampoco hay imprevistos durante los encuentros sexuales. Ni posturas que se abandonan porque no son cómodas o no están haciendo gozar a ambas personas. Ni sexo insatisfactorio. Ni menstruación. Ni personas LGTBI normalizadas. Ni consentimiento. Como dice de la Cruz, “una práctica erótica en la que no medie consentimiento no es una práctica erótica: es abuso e insinuar lo contrario es mentir. En este sentido, quizás toque dar un girito a la premisa inicial y decir que sí, que la pornografía educa, pero educa muy mal. Tremendamente mal. Y no es una idea catastrofista. Es algo que psicólogxs y sexólogxs tienen cada vez más claro. La pregunta es: ¿qué vamos a hacer al respecto?