Tú en Madrid y ella Londres. Tú en París y él en Sevilla. Tú en Barcelona y él en Nueva York. Son las relaciones a distancia, aquellas en las que te has enamorado perdidamente de alguien cuando coincidisteis en el espacio-tiempo pero, como la vida es caprichosa, os decidió separar. Vivisteis la encrucijada mental que pasamos todos los que las relaciones a distancia. Esa que por un lado te dice que rompas, que nadie conoce historias a distancia que funcionen, pero que por otro lado te dice que vuestro amor es demasiado fuerte y que no tire a la basura esto que habéis construido, porque, francamente, juntos sois perfectos.
Muchísimas personas nos decidimos por la opción de intentarlo. Somos optimistas, creemos que será temporal. “Aguantamos uno o dos años, y luego uno de los dos se va a vivir con el otro”, te repites. Siempre es algo temporal, siempre está la esperanza de que algún día ambos volveréis a compartir piso, cama, armario, bares, terrazas, playas, parques, historias.
Sin embargo, llega un día que te das cuenta que la separación no es temporal. Que la vida se empeña en que estéis separados. Que tú tienes tus proyectos de vida y él tiene los suyos. Que nadie renunciará a su vida, amigos y trabajo por el otro. Y lo peor, te das cuenta que te has acostumbrado a estar sin él. Que has ido construyendo tu vida y tu día a día sin incluirlo en tus rutinas. Que cuando habláis de mudaros y vivir juntos cada vez suena más irreal.
Al final llegas a una conclusión. Que no funciona. Estás harto de echar de menos sus besos. De que no haya nadie con quien compartir la cama. De no poder abrazarle cuando has tenido un día de mierda. De solo apoyarte en tus amigos y familia. De tener que celebrar Sant Jordi o San Valentín enviando un paquete por Correos. Estás harto de ver a tus amigos y sus parejas compartiendo su vida y que lo único que a ti te queda sean conversaciones interminables por Skype.
Y entonces, llega esa época del año. El reencuentro. Quizá es en Navidades, Semana Santa o verano, pero está claro que es más puntual de lo que te gustaría. Os encontráis, besáis y abrazáis con tanta fuerza como si cuando lo soltases fuese a desaparecer, porque ha pasado otras veces. Hay muchas lágrimas, amor y alegría. Pero es temporal. Se vuelve a ir, y vuelves a estar en la mierda. Te has acostumbrado a llorar y a decir adiós y has llorado en trenes, metros, autobuses y aviones más de lo que te corresponde. Y te das cuenta que lo temporal no es la distancia, sino los momentos de felicidad compartida.
Llegará el instante en que se materialice este pensamiento, entonces sabrás que se acabó y necesitas romper. No porque ya no os améis, sino porque como dice el tópico “somos el amor perfecto en el momento equivocado”. Sabes que es hora de pasar página. Pasar página de estar echando de menos un abrazo, de llorar hasta quedarse dormido cuando se va, de no poder improvisar planes románticos, de caminar solo por las calles, de no poder compartir manta y sofá en invierno, de no sentir el olor del otro en tu almohada, de no poder presentar a tu pareja a tus nuevos amigos y sentirte orgulloso cuando se ríen de sus chistes. Es hora de pasar página de todas aquellas cosas que no podéis hacer juntos.
En el fondo, te has dado cuenta de que prefieres estar soltero que vivir echando de menos. Y sí, le quieres, pero también te quieres a ti. Porque vivir pensando en todo momento en todo lo que te estás perdiendo no es vivir. Porque te mereces un abrazo, un beso, una caricia y una sonrisa cada mañana. Por eso toca pasar página. Y es entonces cuando llega el último día de tu relación a distancia.