“Follamigos”: ¿por qué casi nadie usa ya este término?

El concepto follamigo parece estar en desuso, ¿pero realmente funciona este tipo de relación?

Llevas quedando con aquella persona desde hace ya un par de años. Te gusta, le gustas y hay química y cariño, pero no lo suficiente. O sea, se podría decir hasta que la quieres, pero no te has llegado a enamorar. Ya sale tu amigo de turno: “Yo no puedo. Si quedo más de tres veces, o relación o puerta”. ¿Qué pasa con los follamigos? ¿Funciona o no este modelo de relación que pareció petarlo a principios del 2000 y ha pasado un poco de moda?

Los primeros años de los 2000, antes de la pandemia, fueron años de hedonismo y un renacer del rock’n roll a través del boom del indie. Con el cambio climático y la extrema derecha aún lejos del horizonte, fueron años de despolitización y disfrute, donde más o menos todxs nos llevábamos bien. Lxs hijxs que habían vivido como niñxs el primer boom de separaciones de matrimonios en España empezaron a desconfiar de las relaciones para toda la vida, elemento de discusión con la generación X, aún más idealista en lo que supone el amor.

Así, en aquella época, la generación X y los boomers (a rasgos generales) eran capaces de entender la idea del amante, del polvo de una noche, pero los millenials, cuando tenían 20 años, fueron un paso más allá al popularizar el concepto de follamigo. Sin compromisos, sin exigencias, podías quedar durante meses e incluso años con alguien con quien te llevabas bien y tenías cosas en común, pero de quien no te ibas a enamorar, con quien no ibas a construir un futuro.

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Sexo de una noche: vacío y superficialidad

Llegó la pandemia, nuestra salud mental se deterioró y muchxs de lxs que creían que el follamigo era un acuerdo ideal se acabaron quemando. Sostenido en el tiempo, el encadenamiento de follamigos puede generar una sensación de vacío, de superficialidad, que en ocasiones es peor que estar solx. Tal vez por edad, tal vez por cansancio, tal vez por la situación, las relaciones románticas volvieron a entrar con fuerza en la agenda de los milenials, que de repente encontraron pareja todxs a la vez.

Lo hicieron, eso sí, con esos nuevos debates sobre poliamor y parejas abiertas que hacen que todo esté siendo cuestionado. Y algunos, a sus treinta, cuarenta o cincuenta años, da igual la edad, están probando nuevas formas de relacionarse. Pero, ¿y la generación Z? Crecida ya en una especie de boom de la angustia y el pesimismo, no ha abrazado el concepto de follamigo con la misma fuerza que sus antecesores.

Por un lado, la generación Z necesita intimidad, necesita personas que compartan sus códigos y le acompañen. Pero no les basta cualquiera y prefieren una relación estrecha sin sexo a una relación vacía con sexo. Son, de hecho, la generación que menos relaciones sexuales tiene, a diferencia de lo que podría parecer.

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Con eso no queremos decir que la generación Z no tenga relaciones sexuales esporádicas y haya vuelto al pasado, sino que seguramente las tenga de manera más esporádica y fuera de etiquetas que sus antecesores. El milenial, más cuadriculado, quedaba con su follamigx los viernes y con sus amigos los sábados. El Z, seguramente, pueda tener sexo con un amigo en un momento concreto aunque nunca vuelva a pasar o pasarse un mes sin tener relaciones sin sufrir demasiado.

Parece, pues, que el concepto follamigo está en decadencia. ¿Pero realmente alguna vez funcionó? Los mileniales miran hacia atrás y tienen algunos recuerdos bonitos vinculados a estas relaciones de intercambio pragmático. Pero muchxs tienen también recuerdos dolorosos o confusos. Todxs tenemos amigxs que lo tienen claro: “Yo, si veo que no hay futuro como pareja, no repito”. Y esta postura cada vez es más común a medida que vas haciéndote mayor.

¿Y aquellxs que creían tener pareja cuando la otra persona solo quería sexo y no era clarx con sus intenciones? ¿Y aquella persona que se enamoró y lo mantuvo en silencio para no asustar y perder al follamigx en cuestión? Los límites temporales y de intimidad siempre fueron difíciles de marcar. Tal vez sean más importante la comunicación y la responsabilidad afectiva que las etiquetas.