Las relaciones humanas son complicadas. Una negociación constante de necesidades y deseos. Un equilibrismo permanente de poder. Un intento de armonización prácticamente diario. Por eso surgen los conflictos. Las pequeñas discusiones. Los grandes dramas. Porque sois dos personas diferentes. Pero también, y según cuenta el psicólogo Robert N. Johansen, miembro de la Asociación Estadounidense de Psicología, en un artículo para Psychology Today, porque tanto tú como tu pareja tendéis a cometer el mayor de los pecados que pueden cometerse en una relación: dar por sentada a la otra persona. Algo que parece ocurrirle a prácticamente todo el mundo.
Y se manifiesta de muchas maneras. La más evidente de todas ellas es la creencia de que la presencia de la otra persona está garantizada. Que siempre va a estar ahí. Que resulta imposible que deje de amarte y se marche. Que es inmune y ninguna desgracia puede llevársela de este mundo para siempre. Pero párate a pensarlo seriamente un momento: nada de eso es verdad. En realidad, la vida es impredecible y lo que hoy parece inevitable puede no serlo mañana. Y esto no significa que debas vivir con miedo. Todo lo contrario: no darle por sentado es la mejor manera de no dejarte arrastrar por las pequeñeces y mantener un ánimo más lindo hacia él o ella.
Además, dar por sentada a tu pareja también implica dar por sentado que debe actuar siempre como tú necesitas que actúe. En este caso no es su presencia lo que percibes inevitable sino tu concepto de su personalidad. Esto te lleva a quejas tontas y también a no darle las gracias ni pedirle por favor las cosas que necesitas. Das por hecho que debe hacerlo así. En palabras de Johansen, “con demasiada frecuencia presuponemos arrogantemente que los demás cumplirán con nuestras necesidades y deseos incluso en ausencia de expresiones respetuosas” y de agradecimiento. Un pecado de omisión que “a menudo desgasta e incluso desgarra el afecto de la pareja”.
Es como si pensaras no tengo por qué agradecerte eso que has hecho porque es lo que hacen las personas que aman. En este sentido, te pierdes la oportunidad de ver cuánto te suma tu pareja. Solo llevas la cuenta a la negativa. Solo subrayas los momentos en los que no hace aquello que según tú hacen las personas que aman. Y eso debe crisparle. Quizá inconscientemente. Quizás conscientemente. Pero le crispa. Le ennegrece y reduce su satisfacción. Y lo mismo ocurre a la inversa. Y con lxs amigxs. Y con la familia. Dar por sentado a la gente, su presencia, su afecto y su generosidad, es el primer paso hacia el desastre en las relaciones. Cambia el chip. Todo fluirá mejor.