Aunque no quieras verlo tus artistas y museos favoritos son racistas

"La estatua de Colón en Barcelona es como una hostia en la cara para las personas migrantes", explica Linda Porn, artista y migrante

Piensa en tus museos favoritos. Seguro que están llenos de arte de todo el mundo. Por ejemplo, el Pergamonmuseum de Berlín, con la Puerta de Ishtar, de Babilonia. O el Museo Neues, con el busto de Nefertiti. O el Penacho de Moctezuma, en Austria. O los cuadros de Tahití, de Gauguin. O las Odaliscas del Louvre. Pero todas estas obras tienen algo en común: racismo, colonialismo y expolio. Así lo denuncian cientos de activistas racializados, con el argumento de que el arte que consumimos tanto en museos como en vía pública es racista.

Después de un verano con protestas de Black Lives Matter, que acabaron tumbando estatuas y reabriendo el debate sobre si el arte blanco glorifica el colonialismo y perpetúa las bases racistas de nuestra sociedad, este tema ha vuelto a ser de actualidad. Por eso, hablamos con Linda Porn, “puta, madre soltera y artista inmigrante”, como ella se define, que ha reflexionado sobre el supremacismo cultural europeo en la conversación Rompiendo las Narrativas Racistas junto a Daniela Ortiz para el espacio de reflexión Loom Senses, a la cual se puede acceder desde la página web de Loom Collective

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CN: Ahora que se habla de violencias machistas en el arte, ¿podemos hacer una lectura similar en clave racial?

LP: Sí, y se entiende fácilmente con un ejemplo: el arte europeo se considera arte, pero al de los nativos americanos se le llama folclore o artesanía. No es considerado alta cultura porque, a través del colonialismo se instauró la supremacía blanca, también en la cultura. Entonces, Europa se ha ‘adjudicado’ el copyright del arte, se han establecido como el universal, el estándar y, por supuesto, el mejor. Y, por eso, las personas que más ganan dinero del arte son hombres blancos.

CN: Como ejemplos de racismo y machismo en el mundo del arte se me ocurre, entre otros, el posimpresionista francés Paul Gauguin, con sus cuadros sobre Tahití.

Gauguin es el arquetipo del ‘macho blanco inspirado’, de este genio que puede abandonar a su familia y dejar a su esposa al cargo de sus hijos para irse por el mundo y cometer todo tipo de violencias [raciales y misóginas] en el nombre del arte. Un hombre que está tan inspirado y que es tan ‘genio’, al cual los placeres mundanos le quedan tan pequeños, que se le debe permitir cualquier cosa. Gauguin se fue a Tahití [colonia francesa] y sí, captó la belleza del trópico, pero no deja de ser un punto de vista del macho blanco descubridor. ¿Cómo representa a las mujeres? Pues todas desnudas y salvajes, las mismas representaciones estereotipadas que también hicieron los colonos de las mujeres tahitianas: morenas, sexuales, voluptuosas y exóticas.

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Y él no es el único: Picasso, más allá de las acusaciones de misoginia, están las de plagio al arte africano [por ejemplo, en los rostros geométricos, inspirados en máscaras africanas]. Es lo mismo que Gauguin, esos hombres blancos, cis y poderosos que pueden hacer cualquier cosa sin consecuencias porque son genios. Es un perfil muy común en Occidente.

CN: Algunxs activistas han hablado del arte histórico europeo como “propaganda blanca”. ¿Por qué?

Históricamente, el arte es parte de la política de una de una sociedad. Siempre ha servido como eje ideológico que indica hacia dónde va a ir caminando la sociedad y hacia dónde los poderosos quieren que se dirija. Entonces, está claro que en la época del colonialismo iba a promoverlo. Por ejemplo, el Renacimiento, la máxima expresión artística europea, convive con la devastación de territorios tanto de América como de África. Las representaciones que hacen, por lo tanto, son una exaltación al catolicismo, al hombre, al dios blanco y una denigración de las mujeres o convertirlas en santas, sus dos únicos roles. El arte siempre ha sido un aleccionador moral y, claro, no se va a eximir de un proceso colonizador.

CN: Hablemos de un tema de actualidad: las estatuas de colonos. ¿Cuáles son las posiciones más comunes con las que los diversos activistas afrontan este arte?

Son los ídolos que han construido vuestra cultura [la europea]. Es “normal” que estén estas estatuas, porque lo que os llegó de las colonias está sesgado. Se cuenta la versión de que fuisteis a salvar, a evangelizar, a los salvajes, no se cuenta el genocidio. Entonces, cuando tú como persona racializada ves esos monumentos, lo primero que piensas es en que se caigan, y hasta en tirarlos tú mismo. Para nosotros, estas estatuas son un enfrentamiento contra el colono y todo lo que significa. Para mí, como persona racializada, la estatua de Colón en Barcelona es como una hostia en la cara.

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Ahora, como sociedad globalizada donde tenemos acceso a información no sesgada por el discurso blanco, tiene que haber una revisión sobre qué significan estos símbolos, porque violentan a gran parte de la sociedad. Más de un tercio de los seres humanos estamos cuestionando el levantamiento de estas estatuas, pero, sobre todo, que sigan ahí, reforzando el discurso de que la colonia fue algo positivo, de la supremacía blanca, el “nosotros somos mejores que vosotros”, “nosotros sabemos hacer bien las cosas, y vosotros seguís siendo salvajes”. Este discurso que perpetúa la violencia y pobreza global.

CN: Porque, como alertan muchos activistas, aunque el colonialismo “ha desaparecido”, seguimos en una etapa de neocolonialismo, ¿no?

Exacto, el colonialismo sigue todavía. La ley de extranjería o los muertos en el Mediterráneo son un ejemplo y una consecuencia del saqueo de nuestras comunidades. Y también quién controla el país: por ejemplo, yo soy mexicana, y ahí la telefonía que se utiliza es Movistar, y el pan es Bimbo. A lo que me refiero es de que los colonos en realidad no se fueron, sino que siguen ahí sus descendientes, teniendo el poder de las economías latinoamericanas.

CN: Otro tema de actualidad: la ONU dijo que se tenían que descolonizar los museos. ¿Qué quiere decir?

Devolver las piezas que robaron. Es muy curioso como consideran que nuestros trabajos artísticos no son arte, pero luego los meten en sus museos. Es ese juego perverso de deslegitimar nuestro trabajo para poder robarlo. Además, no quieren regresar las obras robadas porque tienen un valor muy alto para el país, marcan su PIB. ¿Por qué tienen la puerta de entrada de Babilonia en Berlín? Porque eso mejora el catálogo del museo, el interés turístico de la ciudad y les da dinero, claro. Por eso el Penacho está en Austria, la Biblia náhuatl en Toledo o la Estela de Ikhernofret en Berlín.

Hay una anécdota que refleja muy bien esta actitud europea y colonizadora. Juan Carlos I visitó México durante la presidencia de Vicente Fox. Lo llevaron al Museo Nacional, donde está Las dos Fridas, y el Rey le dijo que cuánto costaba. Fue tan absurdo como decir “me voy a comprar el Goya”, o “el Velázquez”. Tú no te puedes llevar una obra que pertenece a todos los mexicanos.

CN: Y si no me equivoco, descolonizar museos quiere decir, aparte de devolver lo robado, dar sitio a exposiciones de artistas que no sean este arquetipo de hombre cis blanco que explicabas. Pero, como demuestra el acoso que recibió Daniela Ortiz, tu compañera en la charla de Loom Senses, eso también supone exponerse a violencias.

Exacto. Daniela fue muy criticada por exponer en la Virreina de Barcelona, un centro colonial. Se la llegó a acusar de contradictoria cuando, precisamente, exponer ahí es descolonizar esos espacios. Además, ¿de qué otra manera puede llegar el arte? No es lo mismo compartir tus obras por redes a que te legitime un museo y la comunidad artística blanca. Si no nos dan estos espacios, nos vemos abocadas a la precariedad.

Los museos son centros de poder jerarquizados. Yo como trabajadora del arte y migrante estoy excluida de ellos porque están diseñados para reforzar el supremacismo blanco. Es tan fácil de comprobar como mirar quién dirige el arte, quién lleva los museos y quién produce lo que se expone. Eso también es descolonizar: superar el eurocentrismo, quitarle el estigma de folclore al arte de las comunidades originarias, dejar la visión de nuestro arte como un souvenir y reconocer su fuerza social y política.