Estas parejas interraciales te cuentan por qué la sociedad española sigue siendo racista

Aunque las personas blancas no los vivamos, nuestra sociedad está llena de microracismo que nos pasan inadvertidos y los cuales reproducimos

Creemos que las grandes ciudades de España son cosmopolitas, modernas, tolerantes e inclusivas. Al fin y al cabo, son importantes puntos turísticos y económicos donde conviven muchísimas culturas y personas. Pero esta imagen no es más que una fachada. Cuatro parejas interraciales de Barcelona nos explican los problemas que han vivido construyendo su relación en una sociedad llena de microracismos.

Fetichización etnicista

Uno de los grandes problemas de las personas racializadas es que sufren una gran fetichización. Valèria, una catalana adoptada de Madagascar, y Miquel, su pareja, consideran que son innumerables las situaciones en que han escuchado comentarios referentes a una supuesta desproporcionada y exagerada sexualidad debido a su etnia. Por ejemplo, en un bar un camarero le gritó a Valèria: “¡vaya culo, nena!”, un piropo que Miquel relaciona con el tópico del ‘culo de negra’.

Este episodio es solamente uno más en la larga lista que ha sufrido a lo largo de los años. Recuerda que en clase siempre era la chica “exótica” y que muchísimas veces le habían comentado que “las chicas negras lo hacen mejor”. Incluso en las discotecas se le habían acercado muchos chicos para señalar su etnia y comentarle que “tenían ganas de liarse con una negra”, como si ella fuera un ítem más en una lista sexual.

Por el contrario, Rivo, un joven también de Madagascar, explica que esta hipersexualización no afecta en la misma magnitud a los hombres heterosexuales. Sí que ha oído comentarios tópicos como el de la longitud del pene en personas negras, pero no suponían una norma, como sí que se encuentran muchas mujeres racializadas. El racismo, por lo tanto, se ve magnificado por el machismo.

Aun así, en ambientes de hombres homosexuales este patrón de fetichismo racial se repite. Guillermo y José, una pareja de un catalán y un venezolano respectivamente, cuentan que ellos se conocieron en Grindr, donde la etnia latina de José condicionó notablemente sus relaciones, hasta tal punto que el propio Guillermo empezó a hablar con él por ese mismo motivo. “Me llamó la atención porque era latino”, asegura. Por su parte, José apunta que las reacciones con las que se topa dentro del colectivo son totalmente opuestas, o nota desdén y desprecio, o siente una fuerte fetichización. Más de una vez le han soltado un “siempre me he querido tirar a un latino" y sucedáneos.

Discriminación positiva y negativa

El ‘exotismo’ de las mujeres racializadas también se extiende a sus parejas cuando están juntos. Se convierten en objeto de miradas y en personas interesantes. Por ejemplo, explica Miquel que cuando fueron a la 080 Barcelona les fotografiaron mucho, "bastante descarado", probablemente porque con ella en el público quedaba más internacional algo deseable para una pasarela de moda. También en manifestaciones independentistas, Valèria se ha encontrado que es el foco de muchas fotografías, incluso en el Instagram de Carles Puigdemont aparece con banderas. “Ha habido veces que no he llevado pancartas porque entonces sé que seré la foto”, confiesa.

La discriminación positiva también la ha vivido Utkarsh, un hombre indio casado con Alba, una chica catalana. Desde que están juntos, han notado que muchísimos de sus familiares en India han retomado el contacto perdido con sus padres, siempre para hablar de “lo guay que es tener una nuera blanca” y queriendo juntarse con ellos para parecer “más internacionales” y “más modernos”.  

Pero al igual que en determinados ambientes se utiliza el etnicismo como herramienta de publicidad y modernidad, también pueden sentir un gran rechazo y discriminación. Todos los entrevistados coinciden en que siempre les miran, y que la mayoría han visto o vivido comentarios despectivos y rechazo. Por ejemplo, algunos familiares de Guillermo censuran la relación con José por ser latino.

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Dos piezas que no encajan

Otra de las problemáticas que surgen a las parejas interraciales es la sensación de antinaturalidad, en el sentido de que las personas que les rodean creen que no encajan. Por ejemplo, explican Valèria i Miquel que cada vez que van al metro, muchas personas se sorprenden cuando los ven interactuando como pareja, “cuando nos besamos o nos damos la mano, en ocasiones se quedan mirando con asco o con desconcierto, sin entender qué hacemos juntos”.

También los han llegado a confundir con una pareja estadounidense, porque se asume que la interracialidad solamente existe en ese país. En este sentido, el hecho de que Valèria sea catalana es, para muchos, inconcebible. Cuenta Miquel que cuando van juntos la gente le habla a él en catalán y a ella en español, como si no fuera a entenderlo. Dan por hecho que es extranjera.

Esta antinaturalidad responde al racismo más estructural de la sociedad, uno que es sutil pero que cala en nuestro interior. Explica Rivo que su pareja, Teresa, una vez al principio de la relación sintió este racismo interiorizado. “Vio una foto juntos y creía que no hacíamos buena pareja”, comenta. Aun así, no necesitó mucho tiempo para naturalizar su unión, pese a que la sociedad se empeñe, diariamente, en resaltar las uniones interraciales como algo anómalo.

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Racismo multiplicado por homofobia y machismo

Pero el racismo no afecta igual a todo el mundo. El machismo y la homofobia sirven de megáfono de la discriminación. Por ejemplo, explica Alba que cuando va con Utkarsh, otros hombres indios los miran con aprobación, felicitando a su marido con los ojos, como si fuera un triunfador porque se ha hecho con un ‘chochito blanco’ –una expresión literal–, dándole a la relación un exclusivo componente sexual. Rivo coincide, asegurando que otras veces hombres negros también le han respondido con complicidad.

Según Valèria, el porno, que muchas veces es la única fuente de educación sexual, es especialmente racista y los tópicos que reproduce son los que construyen la principal imagen que se tiene del amor racializado. Y que, por eso, se generan algunas de estas actitudes machistas y fetichistas frente a estas parejas. Añade, además, otro caso en que el machismo y el racismo se entrecruzan. “Como el estereotipo de las rubias, creen que las mujeres negras somos tontas y que aquí solo venimos a prostituirnos. Una vez en la universidad incluso dijeron que los negros no estudian, y sin embargo yo estoy ahí sacando buenas notas”, recuerda.

Guillermo y José denuncian que la homofobia les determina enormemente su relación. “Al ser una pareja homosexual estamos bajo un foco. Pero ser una pareja interracial lo incrementa. Si yo fuera blanco no se fijarían tanto en nosotros”, se lamenta. Aun así, cree que, en comparación con otras, la identidad latina está más aceptada y reconocida en España y esto le facilita la inclusión. Por lo tanto, siente que que siendo latino, “Barcelona es más homófoba que racista”.

Los entrevistados consideran que la sociedad barcelonesa es clasista y que los microracismos emanan de ahí, ya que este elitismo convierte las etnias minoritarias en inferiores. Incluso en los “templos del saber”, las universidades, estas actitudes se reproducen fácilmente, y eso es porque no hay una conciencia colectiva sobre el racismo que impera y, por lo tanto, no hay un esfuerzo conjunto para erradicarlo.

Como apunta Rivo, solo hace falta ver la cultura ya sea en televisión, teatro, publicidad: es blanca y no refleja las múltiples identidades que conviven en nuestra tierra. Sin duda, la inclusión en los espacios públicos es todavía la asignatura pendiente para crear una sociedad que haga justicia a la diversidad que la compone.