Mierda en el probador y otras historias de terror contadas por dependientes de tiendas de ropa

Los trabajadores de las tiendas de ropa tienen que aguantar lo que no está escrito: gente sin empatía, gente sin respeto y mucho más

No nos vamos a engañar: trabajar como dependiente/a en una tienda de ropa puede ser un puto infierno y especialmente en Navidades o rebajas. Montañas de ropa apiladas por todas partes o directamente en el suelo, gente histérica dispuesta a pisotearte para conseguir su talla y mala educación en dosis letales. Aunque pueda parecer una locura, la mayoría de los dependientes se acaban acostumbrando a nuestra nula empatía y sobreviven a las ansias consumistas de mileuristas con afán de glamour low cost

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Sin embargo, esa supervivencia no sale gratis y sus cabezas acumulan infinidad de historias a cada cual más irritante o asquerosa que dan buena cuenta del asco que podemos llegar a dar cuando vamos a una tienda de ropa.

Guillermina, 27, Tenerife

Era un sábado de estos de máximo follón y a mí me tocaba estar en los probadores con una compañera. El trabajo se divide: una dobla la ropa que las personas dejan y la otra vacía los probadores y va haciendo que entre la gente que forma una cola infinita. Me dirijo al último probador porque parecía que estaba vacío y cuando me asomo veo a una mujer sujetando a una niña de unos tres o cuatro años en la postura para hacer pis. Vamos que la niña estaba orinando en una esquina del probador y la madre la estaba ayudando. Me quedé en shock y directamente le llamé la atención a la mujer. 

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En este tipo de casos lo más normal es avergonzarse al haber sido pillado pero ella se indignó, argumentando que llevaba casi una hora detrás del personal para que le abriéramos el baño y que, como nadie había podido atenderla y además ella tenía que probarse ropa, pues aprovechó. Y se quedó tan ancha. Le pedí con educación que saliera del probador para poder limpiarlo y exigió quedarse hasta terminar de probarse las prendas. Llamé a la encargada y conseguimos que se marchara. No sin antes pegar algunos gritos furiosos.

Esther, 31, Barcelona 

Estábamos en plena campaña de Navidad y había muchísima gente revolviendo ropa por todas partes. De repente, me aparece un bebé de estos que ya tienen edad para ponerse en pie pero que son demasiado pequeños para ir solos. Me quedé flipada porque estaba solo y no había nadie a su alrededor. Tuve que cogerlo, aunque no me gustan nada los bebés, y llevárselo a la encargada. Estuvimos buscando como locas a la familia no solo por la tienda, sino por todo el centro comercial. 

Pensábamos que lo normal era que si una familia hubiera perdido el bebé que estarían como locos buscándolo o acojonados por si alguien lo hubiera secuestrado. Nos tocó llamar a seguridad y movilizar a toda la seguridad del centro comercial y estábamos muy agobiadas con toda la situación porque, además, el bebé no era capaz de hablar y se le veía que no estaba entendiendo nada. Después de media hora de dramón, aparece una señora como si estuviera buscando algo. Rollo como si estuviera buscando unos zapatos, de lo más pachorra.

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Resulta que le pregunto qué estaba buscando y me pregunta por un bebé. Me quedé alucinada y se lo dije a la encargada que llevaba media hora con el niño en brazos. Eso sí, la bronca que le soltó a la madre fue de las buenas, aunque creo que si le importó cero que el niño estuviera perdido menos aún le importó la bronca. Para flipar. 

Alba, 27, Sevilla

Solamente con historias de niños abandonados a su suerte y de padres a los que se la sudaba donde estuvieran con tal de pillar una buena oferta tendría para escribir un libro. Pero lo peor es la gente que va de lista, sobre todo en fechas especiales cuando las tiendas cerramos a las 23h de la noche. El año pasado tuve un grupo de güiris que querían probarse un montón de ropa cinco minutos antes de cerrar y les dijimos que era imposible. Lo que hicieron fue distribuirse por toda la tienda y esconderse detrás de los pilares y estanterías para probarse la ropa sin que los viéramos.

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Algo en plan super cutre porque evidentemente sabíamos que estaban allí y cada vez quedaba menos gente en la tienda porque entendían que ya cerrábamos. Al final nos tocó retirarles las prendas y acompañarles a la salida para poder cerrar la tienda. Fue todo bastante desagradable porque se lo tomaron a cachondeo, como si fuera el juego del escondite, y se reían cada vez que intentábamos decirles que se fueran de la tienda. Casi nos alegramos de que llegaran tarde porque del rollo que iban quien sabe la que hubieran liado en los probadores. Mejor no saberlo.  

Jordi, 31, Barcelona

Trabajo en una de las marcas del todopoderoso Amancio y cuando se acercan estas fechas la gente va como hasta arriba de popper —obviamente no es cierto, pero verás como tiene algo que ver—. Deduzco que fue por ese motivo, la famosa relajación de esfínter que se produce cuando vamos de compras a toda hostia, por el cual una compañera vino corriendo a caja a por bolsas industriales de basura y papel. Mucho papel. Resulta que una señora advirtió a mi compañera de que había una chaqueta manchada de lo que creía era crema de cacao y, al parecer, no era la única con la misteriosa mancha. “Mira, es chocolate”, dijo mientras tocó los restos con el dedo y se lo acercó a la nariz. Inspiró solemnemente y soltó un inolvidable: “¡No, joder, es mierda!”.

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Deposiciones, caca, heces, excrementos, boñiga, ñordo, pino, plasta. Da igual el eufemismo que utilices, que esa tarde tuvimos que retirar de la tienda dos cajas grandes de ropa manchada con excrementos humanos. ¿Era necesario?