Mi madre está haciendo un álbum con mis fotos trash

Cuando voy a casa de mis padres, siempre me gusta sacar los álbumes de lo que ellos llaman "los mejores años de su vida" pero un día me llevé una sorpresa

La casa de mis padres me da bastante pereza por muchas razones, ya sea por la decoración cutre noventera, las fotos de la comunión junto a un batman de corchopán, o mis posters de coches deportivos que nunca podré permitirme. Sin embargo, hay algo que considero un verdadero tesoro, y que desgraciadamente se está perdiendo con el paso de los años y la modernización de las nuevas generaciones: los álbumes de fotos.

Sí, todas hemos abierto el último cajón del mueble ese color .... de casa de abuela que hay en el salón y ha emanado un inmesurable número de álbumes pequeños de 10x15 con todos los recuerdos de nuestra infancia y de los supuestos mejores años de nuestros padres y madres “supuestos” jeje yo que sé, eso  dicen ellos. Por mucho que digan que facebook es más cómodo porque etiquetas a la gente ¿pero alguien sigue usando facebook para subir fotos de fiesta?, o que en el insta puedes ver todas las historias que has subido, o que tuenti era lo mejor y que imprimir las fotos es muy caro, es incomparable la sensación de revisitar todos esos recuerdos a través de algo palpable y que ocupa un lugar físico en tu hogar, accesible con o sin internet, y cuyo valor sentimental nunca será equiparable a una carpeta con fotos pixeladas en un disco duro.

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El hecho de que estas imágenes ocupen un lugar físico en la casa también las convierte en una especie de reliquia, y dota a la memoria de una dimensión más tangible que una red social, así como nos hace acceder a ellas casi de forma ritual cuando tenemos una visita importante o en momentos de melancolía. Que sí, que ya sé que puedes hacer lo mismo con el feed de tu ex, pero soy del 94 así que supongo que queda algo de romanticismo analógico en mi sangre.  

Me ha pasado muchas veces estando de fiesta que de repente un flashazo me deja ciego perdido en medio de la sala y cuando comienzo a vislumbrar de nuevo alguna forma reconocible me doy cuenta de que no ha sido un móvil, sino un cacharro negro un poco más grande que un paquete de tabaco con una pegatina de Hello Kitty. En ese instante siempre siento alegría y una extraña curiosidad por saber quién carajo está de fiesta en un antro a las 2 a.m. con una Pentax de 35mm que habrá cogido de casa de sus padres, o de la mítica prima que es fotógrafa de bodas y se la regaló hace tiempo y lleva en el mismo cajón desde 5º de primaria.

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Supongo que la gente cada vez más joven ya no percibe la cinta magnética, el vinilo, el analógico, y este tipo de cosas como algo inmediatamente anterior, sino como un fósil mecánico, ya que el ritmo al que avanza la tecnología en los últimos años es abrumador y hace que un móvil del año pasado quede casi obsoleto frente a sus sucesores algo que no es rotundo a nivel tecnológico en muchos aspectos, pero la obsolescencia programada acaba dirigiéndonos a ello, y ya no solo a nivel práctico o profesional, sino también como un determinante social, y que este tipo de dispositivos “vintage” se están revalorizando y conviertiendo casi en fetiches de la gente que sí que nos dedicamos  de forma profesional al audiovisual.

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De hecho, veo muy a menudo a un par de colegas del 2001 usar en sus historias de insta un filtro que simula una película de 8mm y me parece bastante gracioso, incluso muchas de vosotras estaréis pensando ahora mismo que qué hostias es eso del 8mm. En cualquier caso, no estoy tachando a las nuevas generaciones de ignorantes por saber o no lo que es un cassete, o por acercarse a los formatos analógicos generalmente por estética y no para conocer sus procesos o su historia; pero sí que veo una especie de peligro en que nos alejemos de este formato de “baúl” de los recuerdos, ya que ni un marco de fotos digital ni un disco duro extraíble tienen la misma esperanza de vida ni accesibilidad que el papel.

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Y que oye, a más de una le ha pasado eso de “madre mía, acabo de encontrar la carpeta de fotos del whatsapp de mi nokia que copié al ordenador de mi madre hace dos años y que pasé a un disco duro con cosas de la uni y no sabía dónde estaba”. Más allá de quedar como un carca fotográfico  dando una especie de discurso sobre incitar a los jóvenes a gastarse su paga en imprimir fotos,  también voy a decir que adoro la tecnología y no siempre imprimo mis fotos ya que actualmente  generamos muchas más imágenes que en la época de nuestros padres y la cantidad de material  y “recuerdos” es mayor, por lo que también intento ser un poco selectivo con aquello que acabe ocupando un lugar en mi estantería.

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Creo que voy a pasar de reflexionar sobre los carretes y todo eso de que es precioso hacer fotos sin poder verlas, tener que esperar a llevarlas a revelar, etc. Sí, está guay, y me encanta, pero creo que también podemos tener recuerdos en papel que procedan de cámaras y dispositivos digitales, y es igual de satisfactorio. Mi madre tiene un cajón lleno de álbumes con fotos mías haciendo el idiota, selfies, fotos de comida, de mi casa, memés de whatsapp; un auténtico tesoro que abriré dentro de 10 años y suspiraré orgulloso de poder conservar toda la basura que he mandado por el grupo “Familia <3” durante estos años.