Hubo un momento en el que los filósofos empezaron a preguntarse el por qué los seres humanos nos juntábamos en sociedad. Historias como las de Robinson Crusoe o El Náufrago te pueden ayudar a entender que la soledad es algo devorador, y que por algún motivo u otro buscamos siempre a los demás. Lo que está sucediendo hoy en día con la cuarentena en los balcones del país es una prueba de que siempre necesitamos el trato con los nuestros. Pero también son muchos los gestos egoístas, crueles y violentos que empañan ese lado tan humanitario que mostramos a veces. La histeria colectiva, la desconfianza, los actos de violencia… todo esto lleva a una pregunta que se hicieron los filósofos contractualistas: ¿cómo es la naturaleza del ser humano? Esto es, ¿cómo es el ser humano puro, si no tuviera contacto con la sociedad?
El estado de naturaleza
La filosofía contractualista buscaba fijar el momento exacto en el que los humanos nos habíamos juntado en sociedades. Evidentemente, eran incapaces de determinar una fecha. Más bien pensaban, de forma hipotética, sobre cómo era la vida antes de la sociedad tal y como la conocemos, y el motivo por el que empezamos a unirnos en grupos que fuesen más allá de nuestra familia.
Esto hizo que se plantearan preguntas interesantes: ¿cómo seríamos si no hubiese ley para limitar nuestros movimientos y policía para obligarnos? Es decir, en un mundo sin normas, ni trabajos, ni clases, ni conflictos, ni horarios, ni dinero, ni fronteras, ni nada de lo que tenemos hoy en día, ¿cómo nos comportaríamos?
Un lugar frío y violento
Thomas Hobbes fue un filósofo inglés del siglo XVII que, después de vivir los horrores de la guerra civil inglesa, escribió El Leviatán. A causa de todos los sufrimientos que contempló en esa época tan convulsa, su tesis principal era que el Estado tenía que ser absoluto y controlarlo todo. Por malo que fuese el gobierno, este siempre sería mejor que un mundo en el que el ser humano actuara con total libertad.
De hecho, escribió una de las frases más famosas de la filosofía: “el hombre es un lobo para el hombre”. Su concepción de la especie era totalmente negativa y pesimista. Veía a los seres humanos como animales violentos, destructivos y sádicos. Para Hobbes, la raíz de nuestra existencia es la misma maldad. Al no haber gobierno ni ley ni justicia, todo estaría permitido. Sin una represión o un castigo de por medio, nuestro verdadero instinto destructor saldría a la luz. Y nos comportaríamos como si estuviésemos en una perpetua guerra con el resto de humanos. Y lo haríamos por desconfianza o por puro sadismo.
La libertad más absoluta
John Locke, otro filósofo inglés del siglo XVII, no llegó a plantearse una visión tan psicológica ni moral del ser humano. No entró a valorar si somos buenos o malos por naturaleza, pero sí que consideró que en nuestra forma primitiva teníamos algo por lo que era necesario luchar: la libertad. Cuando no hay sociedad, una persona puede hacer cualquier cosa, ir a donde quiera, no rendir cuentas ni explicaciones. No existen autoridades que fijen normas ni reglas a las que sea indispensable atender.
Piensa en cuando eras pequeñx y tus padres te dejaban solx en casa. De algo así hablaría Locke. Él trataba de combatir la Monarquía Absoluta de su tiempo y de instaurar una sociedad liberal, es decir: de burgueses propietarios. Por lo tanto, la imagen que tenía del hombre se amoldaba a la perfección a cómo creía él que tendría que ser la sociedad.
El infierno son los grupos
Jacques Rousseau, filósofo francés del siglo XVIII, fue uno de los intelectuales que motivaron la Revolución Francesa. Su visión es la única que aporta realmente algo de luz y esperanza sobre la especie, y que pone el foco de maldad no tanto en las personas, sino más bien en la estructura que las confina. Para él, el error es la sociedad, no el ser humano.
Lo que hacía era suscribir un tópico de la época conocido como “el mito del buen salvaje”. Consistía en sostener que el ser humano es bondadoso, sano y libre. El sadismo, el comportamiento egoísta, la avaricia o la gula son cosas que nacen del contacto con la sociedad, de la educación que nos dan. En pleno estado de naturaleza, el ser humano se comportaría de una forma pura. No habría bienes que codiciar ni una industria que nos hiciese desear cosas ni pelearnos por conseguirlas.
Por lo tanto, en Rousseau lo negativo o lo potencialmente nocivo es la sociedad, nuestra manera de organizarnos. ¿Por qué? Pues porque siempre va a corromper nuestra verdadera naturaleza. El dinero, las propiedades, la envidia o todo lo que no sea la mera supervivencia va a ejercer un efecto nocivo sobre nosotros.
La cuestión sobre cómo seríamos sin sociedad siempre estará abierta. El mundo se puede ver de muchas maneras. Y, más aun, las personas tienen muchas formas de comportarse, algunas más cerca de la bondad y, otras, de la perversidad. Lo que es seguro es que escenarios como la cuarentena por el coronavirus sacan lo mejor y lo peor de nosotros. Y eso que no ha hecho más que empezar.