Que Levante La Mano Quien No Haya Hecho Ni Un Amigo En Barcelona

A estas alturas ya ha quedado claro que hacer nuevos amigos después de acabar los estudios es algo bastante improbable.

A estas alturas ya ha quedado claro que hacer nuevos amigos después de acabar los estudios es algo bastante improbable. Hablamos de los amigos de verdad, esos que invitaría uno a una boda de bajo presupuesto de la que quedan excluidas las invitaciones ‘por quedar bien’. Pero aún así, con esta galopante crisis en el empleo juvenil, muchos nos vemos en la obligación de emigrar, tanto al extranjero como dentro del territorio nacional, siguiendo alguna oferta de trabajo medianamente digna o para hacer ese último master que supuestamente nos abrirá las puertas del paraíso vocacional.

Así es como nos encontramos, pasados los 25, en una ciudad extraña, con un trabajo nuevo, cuyos compañeros ya tienen su vida montada y con bastante escasas oportunidades de hacer nuevas amistades. Aquí es donde llegan las tremendas diferencias entre Madrid y el resto de ciudades, pero la que más sorprende es Barcelona.

Para que nos entendamos. En Madrid es muy habitual tomarse una caña con los compañeros al salir del trabajo. Esa caña generalmente se multiplica por tres o cuatro, da la hora de cenar, después llega el “venga una copa” y, sin comerlo ni beberlo o más bien tras haberlo bebido todo, uno llega a casa a las 6 de la mañana y tiene cinco nuevos teléfonos en la agenda de gente que se ha ido juntando al grupo a lo largo de la noche y ha organizado planes para las próximas tres semanas.

La explicación es que en Madrid hay mucha inmigración nacional, gente que se fue a estudiar y se quedó o que se ha mudado para trabajar pero cuya familia y amigos de la infancia viven en otra comunidad. Por lo tanto tienen mucho más tiempo libre y están mucho más abiertos a hacer amigos nuevos que en otras ciudades.

En cambio uno llega a la capital catalana y descubre que los barceloneses no han tenido especial necesidad de moverse de su ciudad, más allá de algún Erasmus, porque ya lo tienen todo: el mar, el sol, la cultura y, especialmente, el trabajo. Así que llegar tarde a Barcelona, es decir, después de los estudios, implica ver muchas series en el portátil, hablar mucho por Skype con la familia y los amigos, darse algún que otro paseo por la ciudad… en definitiva, estar más solo que la una.

No solo es una cuestión de carácter, sino que cuando llega el fin de semana, los adorables compañeros de trabajo deben dividirse en 14 para quedar con los amigos del cole que no ven desde hace dos meses, cenar con los de la universidad, pasar a ver a los sobrinos, ir a comer a casa de la abuela y ya, si tienen pareja, nos podemos olvidar de verles el pelo fuera de la oficina.

Además, como avisaba al principio del párrafo anterior, también hay una pequeña diferencia de carácter. Pero no porque los barceloneses tengan ningún problema con la gente que viene de fuera, como a muchos les gusta creer, sino porque están un poco más al norte, y cuanto más te acercas a Europa, más distantes son las relaciones sociales. No le deseo a nadie intentar hacer amigos en Londres o en París. Ahí para quedar con alguien a tomar un café tienes que pedir cita y te la dan como en la Seguridad Social, al cabo de dos meses.

La gente tiene planificada su vida social al detalle para conseguir dar a basto con todo, y entonces es cuando añoras el estilo madrileño de: “¿Qué haces esta noche?, Estaré tomando unas cañas por Lavapiés, ¿te apuntas?”.

Otra diferencia significativa a señalar dentro de este estudio sociológico totalmente subjetivo basado en percepciones estrictamente personales, es el tipo de amistad que se establece. En Madrid es mucho más fácil que las relaciones sean efímeras. Hoy somos uña y carne pero mañana me cambian el horario, coincidimos menos, nos distanciamos, vas quedando con otra gente y de repente te das cuenta de que ya no formo parte de tu vida. En cambio en Barcelona, cuando consigues derribar esa muralla china social y meterte en el corazón de alguien, es muy probable que te presente a la ‘yaya’, que te lleve de ‘calçotada’ con los amigos del cole y te encuentre un lugar privilegiado en esa lista de invitados para la boda de bajo presupuesto.