A los 16, Chrystul Kizer conoció a un hombre de 33 años llamado Randy Volar. Él empezó a abusar de ella, de forma repetida. Lo grabó todo. Había más chicas, ella no era la única. La policía lo detuvo y lo dejó en libertad sin fianza con cargos de abuso infantil. Él es blanco, ella negra. Todas las demás una docena de niñas, también eran negras. Estuvo tres meses en libertad, incluso cuando la policía tenía evidencia de que había estado abusando de menores. Y grabándolas. Entonces, ella, una noche de junio, le disparó dos tiros, prendió su cuerpo en fuego y huyó con su coche.
Desde entonces, Chrystul, que ahora tiene 19 años, ha estado en prisión preventiva. Su defensa pide la absolución. Grupos de derechos humanos la consideran un víctima, pero el jurado pidió la semana pasada cadena perpetua para la chica por el asesinato de su agresor. Ella lo confesó todo, aunque asegura que fue en defensa propia. Se tomó la justicia por su mano y probablemente no volverá a ver la luz del sol. Todo esto aparece en un artículo de The Washington Post desgarrador que describe el juicio de la joven de Wisconsin, Estados Unidos, de una forma desgarradora.
El caso de Chrystul pone a la justicia estadounidense en una disyuntiva sobre cómo tratar a las mujeres que, para defenderse de sus propios agresores, acaban cometiendo un asesinato. El perfil suele ser muy similar: chicas pobres y vulnerables que son abusadas por hombres que no las tienen secuestradas en cautividad, sino manipuladas y asustadas, haciéndolas creer que ellas son las culpables de todo, explica el artículo. La ley considera a Chrystul una víctima de tráfico de personas e incluso protege a estas personas si cometen delitos en defensa propia, pero lo que está en duda en el juicio es si realmente fue un acto impulsivo o si el homicidio fue premeditado, como dice la acusación.
La policía acudió a la casa cuando vio que las llamas salían por el tejado. Empezaron a buscar pruebas. Encontraron botellas, cajas viejas de pizza, llaves, muchas llaves de habitaciones de hotel, un recibo de un trayecto de Uber la noche antes. El conductor dijo que la víspera había llevado a una chica negra llamada "Chrystal". Hay rastros de cómo huyó con el BMW, de cómo entró en una tienda y, sobre todo, del selfie que se hizo con la policía de fondo que la delataba. Los detalles que vienen después serán cruciales para la sentencia final de Chrystul, pero su testimonio es demoledor.
Ella ha contado los horrores que pasaban en esa casa y con el hombre al que mató. Los expertos hablan de "trauma bonding", un síndrome que aparece tras un largo período de abusos y por el cual ella consideraba a su agresor un "amigo". Hasta que estalló. Ahora la justicia puede girarse en su contra y si se confirma la sentencia, Chrystul podría tener una de las peores vidas que se nos ocurre. Movimientos sociales y una campaña de Change.org piden su liberación para que, además de haber sido violada y prostituida, no acabe con el traje de presa de por vida.