Un joven te enseña cómo es vivir en una auténtica ecoaldea

Vivir una vida de forma sostenible y en conexión con la naturaleza

El vertiginoso ritmo de la vida moderna junto a los estándares y modelos que la propia sociedad nos impone, hace que en ocasiones nos olvidemos de que hay infinitas formas de vida, y que no todas están dentro de la normatividad. Sumidos en un mundo de materialismo y consumismo, nos adentramos en uno totalmente nuevo, en el que priman los ideales y principios alejándose totalmente de lo convencional.  Para ello deberemos trasladarnos hasta el mágico paraje del Bierzo, en León. Aquí, los pueblos de Matavenero, Fonfría y Poibueno fueron abandonados alrededor de los 60, posiblemente debido a las difíciles condiciones meteorológicas de la zona y la falta de oportunidades de sus habitantes. A finales de los 80 fueron repoblados de nuevo por un grupo de personas que por distintos motivos decidieron escapar de la sociedad y, de paso, dar una segunda vida a las ruinas de estas aldeas subsistiendo de forma autosuficiente y en armonía con la naturaleza.

Hoy conoceremos el más pequeño y menos conocido de todos, Fonfría, de la mano de Adrián, un joven de un pueblo de León que hace cuatro años decidió dejarlo todo para disfrutar de la naturaleza y perseguir un estilo de vida que siempre le había atraído. “Solo hacía que trabajar todo el día y ganar dinero para acabar gastándolo, y vuelta empezar, como si de una rueda de hámster se tratara. Ahora soy dueño de todas las horas del mi día”, explica con la satisfacción de quien ha sabido darle esquinazo a una asfixiante rutina.

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Todo restaurado, todo reciclado

Lo primero que llama la atención al visitar por primera vez la ecoaldea de Fonfría son las ruinas de las antiguas casas que aún se conservan en el lugar. Ruinas sobre las que Adrián decidió instalarse y construir su propia casa reutilizando los escombros que allí encontró. Cuando se le acabaron los materiales, empezó a reciclar toda clase de objetos de los puntos limpios de las ciudades y pueblos cercanos. “Nosotros construimos nuestros hogares con lo que las demás personas desechan. Es increíble lo que mucha gente llega a tirar a la basura”, asegura dejado claro que aquí todo se aprovecha de una manera u otra. El resultado es que no todo el mundo puede presumir de tener una casa de dos pisos con vistas a un impresionante valle y afirmar que la ha construido con material reciclado y sus propias manos.

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Después de dar un paseo por la casa de Adrián, y sobre todo después de quedar maravillada con su confortable baño – porque sí, también tenía un baño – me queda claro que no todo el mundo podría construirse una vida en un lugar donde el ingenio, la creatividad y la maña priman por encima de todo: “Aquí hay gente que se lo curra mucho. No por vivir en un pueblo así debes renunciar a cierto confort”.

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Autosuficiencia y autogestión

Como cualquier ecoaldea que se precie, los habitantes de Fonfría intentan subsistir a través de los frutos que la propia naturaleza les da. La electricidad la consiguen a través de placas solares, mientras que el agua corriente llega a la aldea gracias a un manantial cercano. “Intentamos ser todo lo autosuficientes que podemos”, insiste aunque también reconoce que, en ocasiones, a subsistencia es difícil o directamente imposible: “Hay cosas que es complicado producir uno mismo, así que en esos casos no tenemos más remedio que bajar al supermercado, aunque si podemos, lo evitamos a toda costa”.

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Al ‘callejear’ entre las ruinas del pueblo, nos encontramos con gallinas y cabras merodeando alegremente por entre las ruinas. “Los animales son de varios habitantes, pero tenemos un acuerdo para cuidarlos entre todos”, apunta Adrián que recuerda que Fonfría también cuenta con su propio huerto donde producen todos los vegetales que necesitan. “Cada uno tiene su perímetro delimitado para plantar. Luego si lo necesitamos, hacemos intercambio de alimentos entre nosotros", señala.

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En la parte baja de la aldea me encuentro con Lara, una chica belga que llegó a Fonfría con su caravana y ha decidido residir aquí permanentemente, reconoce que evita en la medida de lo posible bajar al pueblo más cercano: “Cuando llevas muchos días aquí con esta tranquilidad, volver a la civilización aunque sea por unas horas es agobiante. No te das cuenta de lo estresante que es hasta que te alejas de este tipo de vida”.

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Una forma de vida un poquito más libre

Al contrario de lo que podríamos pensar, esta comunidad no está exenta de normas. La primera y más básica de todas: vive y deja vivir. Pero además, cada uno de los habitantes permanentes debe estar debidamente censado: “Hay un jefe en la aldea, como una especie de alcalde. Cuando decides que quieres quedarte, debes ir a inscribirte allí e indicar más o menos donde te vas a ubicar”.

Adrián cuenta que las demás aldeas cercanas utilizan un sistema similar, aunque Matavenero, al ser la más conocida y grande de todas, tiene algunas otras normas como que todos los habitantes deben colaborar obligatoriamente en las tareas y actividades comunitarias para poder quedarse. “Aquí en Fonfría tienes más libertad de decidir si quieres contribuir en las tareas comunes, o vivir a tu aire sin que nadie te moleste”, comenta para diferenciar su filosofía de la aldea vecinao que ha ido creciendo de popularidad situándose en el mapa de la zona como un punto de interés turístico: “Hacen rutas turísticas por el pueblo y todo, pero creo que eso le ha hecho perder parte del encanto. Aquí en Fonfría vivimos más tranquilos”.

Otra de las sorpresas de esta ecoaldea es su casa del árbol, que sirve de cobijo para los invitados. “Esta casa se suele utilizar para los recién llegados o los visitantes. Así, cualquiera puede venir aquí y tener donde dormir, mientras decide si este estilo de vida es para él/ella o se construye su casa”, dice Adrian que no puede ocultar su debilidad por uno de los rincones más pintoresco de Fonfría.

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Cerca de la casa del árbol, nos encontramos con una pareja extranjera que está levantando su propia casa desde cero. Nos indican que conocieron la existencia de Fonfría después de ver un anuncio en internet donde buscaban habitantes para repoblar la aldea: “Nos pareció una idea interesante además de una buena forma de vivir conforme a nuestros ideales, y aquí estamos”.

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Aires de libertad en un clima realmente duro

Pero, aunque la vida en este lugar pueda parecer una utopía, Adrián cuenta que en ocasiones resulta dura, muy dura. “Mi madre siempre me dice que no hago nada, pero en realidad vivir en un lugar así, donde tienes que trabajar para suplir todas tus necesidades conlleva esfuerzo. Desde primera hora de la mañana, cuando me levanto para ir a ordeñar a mi cabra, estoy todo el día arreglando cosas o construyendo otras tantas, cuidando del huerto o de los animales”, insiste el joven que repite esta misma rutina llueva, nieve o haga 40 grados y no corra nada de viento.

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Precisamente, uno de los factores a tener en cuenta es el duro clima invernal de la zona, considerando que estos pueblos se encuentran a casi 1.000 metros de altitud y con frecuencia quedan incomunicados con las primeras nieves de invierno. No obstante, según Adrián: “Esta sensación de desconexión y aislamiento es parte del encanto de vivir aquí”. Desde luego, optimismo y positividad no le falta a pesar de la dureza de vivir en un lugar tan aislado y sin las facilidades de la gran ciudad. 

Me despido de Adrián y de esta hermosa aldea, y vuelvo a la civilización con la sensación de haber aprendido mucho de un estilo de vida bohemio y singular. Sin embargo, no puedo dejar de envidiar, en cierta medida, a este grupo de personas inconformistas que un día decidieron hacer de la naturaleza su hogar, y de la libertad, su estilo de vida.