Intenté colarme en el Primavera Sound con una balsa de 30 euros y casi la palmo

Colarse en el Primavera Sound desde la playa, en modo ninja y con una patera de 30 pavos no es tan fácil como parece

Habíamos comprado la balsa hinchable por Amazon, teníamos nuestros móviles en bolsas herméticas del Mercadona y llevábamos un par de horas haciendo la última inspección de la zona del puerto para ver el itinerario por el que íbamos a desembarcar. Nos íbamos a colar en el Primavera Sound desde la playa, en modo ninja y con una patera de 30 pavos. Una misión imposible que nos daría la gloria suprema de ahorrarnos los 90 euros de la entrada o que nos conduciría directamente al calabozo de la Guardia Urbana de Barcelona. Total, ¿qué era lo peor que podía pasar? ¿Ahogarnos? ¿Ser atropellados por un crucero?

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Paso 1: una performance arriesgada

Rodeamos todo el Primavera Sound por una zona inhóspita, con las mochilas, la balsa, los remos, el hinchador y, en mi caso, el neopreno. Llegamos al puerto, donde había otra maldita fiesta, y nos dimos cuenta de que, sin comerlo ni beberlo, nos la estábamos jugando contra los tres grupos de seguridad: los del puerto, los del Primavera Sound y los de una fiesta privada en el Café del mar. Después de dar una vuelta en plan disimulado, encontramos un sitio apartado con containers. Nos escondimos ahí y empezamos a hinchar la balsa que antes habíamos pintado cutremente con un spray. Mi compañero —que al igual que yo prefiere mantener su anonimato— solamente hacía preguntas y se ponía nervioso mientras escuchamos a Amaia de fondo cantando algo parecido a Arcade Fire.

De repente, un guardia de seguridad del puerto se nos acercó y nos preguntó por la balsa. Nosotros, tan tranquilos, le dijimos que queríamos ir a ver el festival en ella, que éramos artistas y que esto era algo parecido a una performance. Contra todo pronóstico al guardia le pareció muy buena idea. “El mar es de todos”, nos dijo mientras señalaba los pantalanes, el puerto y el rompeolas descomunal que había al fondo. “¡Vamos!”, le dije a mi colega, que ya se estaba bebiendo una cerveza del tirón para ir menos cagado. El tema es que había que pasar un tramo de agua muy sucia para ir a la zona de pantalanes, así que sí o sí teníamos que usar la balsa. La tiramos al agua y me tiré yo primero, a pesar de caer al agua sucísima —olía a cloaca— me dio igual. Me daba igual hasta mi propia integridad.

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Paso 2: el desembarco de Normandía

Fue entonces cuando entramos en la zona desde la que íbamos a embarcarnos en una travesía de unos 700 metros para rodear la zona y llegar al lugar ‘X’, es decir, la explanada junto al escenario en la que la peña estaba dándolo todo con la música de Sylvan Esso. Pusimos las mochilas dentro, montamos los remos y mi colega se subió a la balsa. Me tiré al agua sin pensarlo y me encontré con el primer problema grave: la balsa parecía una puta pasa de lo deshinchada que estaba. 

Pero no problem, estaba tocando un grupazo a 200 metros de nosotros y, en nuestras cabezas, este baño nocturno era una aventura épica a punto de comenzar. Por fin, y tras una travesía marcada por la pachorra con la que mi colega hinchaba nuestra balsa —porque esa cosa no paraba de perder aire todo el tiempo— y el ruido que hacía yo pateando el agua con los remos y hasta las piernas, pasamos por el lado del festival. Algunos hipsters con purpurina hasta en las uñas nos divisaron y se desató la locura. Mientras nos grababan con el móvil, nos animaban y nos decían que nos amaban, pero nosotros sentíamos que estábamos a punto de naufragar. 

De hecho, no teníamos ni idea de lo que íbamos a hacer porque todos nos habían visto. Así que decidimos seguir rodeando el festival hasta llegar a una especie de bahía y nos encontramos con una nueva sorpresita: por lo menos 12 vigilantes. Justo en el momento en el que comprendimos que la habíamos cagado, uno nos pilló de pleno y se puso a gritar por el walkie talkie. Pero nos la sudaba, sabíamos que, pasara lo que pasara, teníamos que seguir adelante.

Paso 3: La huída

Nos pareció una eternidad pero llegamos a tierra y ya estábamos a 10 metros del escenario Pitchfork. Era una especie de victoria agridulce porque sabíamos que no íbamos a poder entrar: una valla enorme rodeada de vigilantes de seguridad cada pocos metros nos impedía culminar la hazaña. Sin embargo, el trayecto había sido brutal, nos sentíamos el puto Ulyses milenial y, de repente… ¡Ups! Se nos acercó un tío enorme con un chaleco naranja y nos soltó un bombazo que nos dejó acojonados: “Hemos llamado a la guardia costera y a todo cristo, salid de aquí pero ya”.

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Nos tiramos a nuestra pasa flotante y se inundó como nunca, las bolsas zip del Mercadona no podían hacer nada contra el maremoto que las prisas estaban causando y el agua se colaba por todas partes dejando nuestros móviles como si del principio de “Hold Up” de Beyoncé se tratase. Al colega histérico le tocaba remar y a mí hinchar con la bomba, pero como vi que la situación lo requería me puse a hinchar, remar, achicar el agua y animar al colega que se había puesto tan nervioso que se había tirado al agua con las bambas puestas.

Cinco minutos después de iniciar nuestro chapoteo en la más completa oscuridad, oímos una voz que se cagaba en nuestras familias. Era una lancha del puerto, y en los 30 segundos que tardó en llegar hasta nosotros, nos imaginamos en el calabozo, empapados y yo con el neopreno del Decathlon de cuando tenía 16 años que me apretaba tanto que no me dejaba espacio ni a la imaginación. Finalmente, nos subió a la balsa mientras se quejaba de nosotros en voz alta, y nos llamaba “comando madalena” por alguna razón que aún desconocemos. En el trayecto de vuelta nos ofreció dos opciones: la policía o dejarnos ir. A mi amigo le entró un retortijón tal que le descolocó la cara y me tocó elegir por él. Queríamos irnos a casa.

Paso 4: Eliminando las pruebas

El tipo de la lancha, que resultó ser una especie de trabajador de mantenimiento del puerto, nos dejó en el puerto y se despidió de nosotros simpáticamente, llamándonos “Madalena Sound”. Nada más dar unos pasos, unos coches de policía con las sirenas a toda hostia parecía que venían a por nosotros pero acabaron pasando de largo. Eso sí, un vigilante que andaba por allí nos fichó desde lejos y se acercó a comprobar qué cojones hacíamos allí. Estábamos agotados, y mientras mi amigo se estresaba intentando encender su móvil, le dije cosas ambiguas pero no colaron porque la balsa arrugada y destruida nos delataba. Aún así, el tipo no parecía querer complicarse la vida y nos dejó largarnos.

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Tras deshacernos de la balsa y demás pruebas en el container de reciclaje amarillo nos escondimos para cambiarnos con la ropa semihúmeda de las bolsas zip. Mientras me despelotaba en un sitio apartado —porque debajo del neopreno no llevaba nada—, pensé que había sido una experiencia única, pero que ni de coña la repetiría. Además de tener que comprar un móvil nuevo, ya que el mío acabó naufragando miserablemente, nos pudo pasar un barco por encima —teníamos la esperanza de poder hacer luces con una linterna del chino para evitarlo— y si me hubiesen detenido habría sido un dramón, más que nada porque le había dicho a mis padres que un amigo me había regalado la entrada. El caso es que ni palmamos ni nos detuvieron, pero ahora sabemos que colarse en el Primavera Sound desde el mar es fucking misión imposible. Nunca lo intentes. Jamás. 

P.D: Sí, la última foto es de mi móvil intentando sobrevivir... pero él y todas las fotos a partir del momento del embarque murieron en el intento.