El holocausto que protagonizó la civilización azteca y que a nadie le interesa recordar

La antropóloga australiana Inga Clendinnen cree que lo único que podría compararse a tal genocidio es el holocausto nazi durante la Segunda Guerra Mundial

Si hay una evidencia histórica imposible de negar es que la barbarie no es una cosa del pasado sino que ha sido una constante en todos y cada uno de los contextos y periodos históricos. Las guerras, los genocidios, el canibalismo, el esclavismo… todo ello existía desde la antigüedad e, incluso, hay prehistoriadores que opinan que la llegada del homo sapiens a todos los rincones del planeta se produjo precisamente eliminando y consumiendo a los neandertales. El ser humano es un ser violento y civilizado a partes iguales, desde siempre. Y, aunque parezca paradigmático, muchas veces las civilizaciones más desarrolladas han sido a su vez las más violentas y crueles.

Aunque recientemente el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, pidió que la Casa Real española pidiera perdón por el genocidio y colonización de lo que hoy es México por Hernan Cortés —algo que en cierta manera es entendible desde la perspectiva postcolonial— omitió de manera consciente la auténtica complejidad del asunto ya que, en realidad, los apenas 500 colonizadores que acompañaron a Cortés solo consiguieron alcanzar el éxito gracias al hartazgo que el dominio de la Triple Alianza de pueblos Texcoco, Tlacopan y Tenochtitlán ejercía sobre el resto de pueblos del territorio. Las alianzas de los castellanos con los pueblos oprimidos tlaxcalas y totonacos fueron las que a la postre consiguieron imponerse a una de las civilizaciones más sanguinarias de la historia. 

Según las evidencias arqueológicas, la cultura azteca sacrificaba anualmente entre 20.000 y 30.000 personas que solían provenir de los guerreros capturados de los pueblos subyugados por la Triple Alianza. La masacre era tal que para la antropóloga australiana Inga Clendinnen lo único que podría compararse a tal genocidio es el holocausto nazi durante la Segunda Guerra Mundial con la particularidad de que, según las fuentes españolas de la época, los aztecas además consumían partes de los cadáveres con lo que el holocausto azteca era además un holocausto canibal. Una afirmación difícil de digerir en nuestros días que, sin embargo, no ha podido ser plenamente corroborada por la arqueología se desconoce si el consumo de sacrificados era sistemático o residual aunque las fuentes documentales no dejen lugar a dudas.

“Después de que los hubieran muerto y sacado los corazones, llevábanlos pasito, rodando por las gradas abajo; llegados abajo cortábanles las cabezas y espetábanlas en un palo y los cuerpos llevábanlos a las casas que llamaban Calpul donde los repartían para comer”, escribió el franciscano Bernardino de Sahagún que fue testigo directo de las costumbres aztecas. “Hallaron alguna gente con quien pelearon, e trajeron ciertos indios; e llegados al real dijeron cómo ellos se andaban juntando para nos dar batalla e pelear a todo su poder para nos matar e comernos”, afirmó en La conquista de Tenochtitlán el castellano Andrés de Tapia. Esta versión fue confirmada por el célebre cronista Bernal Diaz del Castillo quien señaló que en una expedición en Cempoala observaron como los aztecas “cortábanles los pies y los brazos y las piernas y los comían”.

Pero el horror que los castellanos sembraban y recogían en su avance conquistador hacia la gran capital del imperio azteca, Tenochtitlán, solo eran un aperitivo en comparación con lo que se encontrarían al ser recibidos como invitados por el emperador Moctezuma quien en un principio pensó que la llegada de los españoles se correspondía con sus profecías del regreso de los dioses. “Oí decir que [le] solían guisar carnes de muchachos de poca edad”, apuntó Díaz del Castillo mientras que el historiador Diego Luis de Moctezuma matizó esta afirmación resaltando que el emperador únicamente comía carne humana cuando se producía un sacrificio y que solía reservarse el muslo derecho del sacrificado para el líder azteca. Los propios castellanos tuvieron que huir de la ciudad por miedo a que el rechazo de sus habitantes a su presencia acabase con ellos formando parte del menú en lo que se conoció como ‘La Noche Triste’.

El final de aquella huída y posterior contraataque junto a los aliados de Tlaxcala ya lo conocemos y no acabó precisamente bien para los aztecas de Tenochtitlán. Pero, ¿qué llevó a los aztecas a practicar la antropofagia con sus propios vecinos? El primero en aventurarse en la explicación fue el antropólogo Michael Harner quien en 1977 sugirió que el consumo de carne humana por esta cultura precolombina fue la manera de suplir la falta de animales para la caza y la ausencia de animales domesticados. Según él, la ausencia de un proceso de domesticación a la escala europea habría forzado a esta civilización a buscar esta fuente de proteínas. Relacionada con esta hipótesis, el experto Marvin Harris añadió que debido a la escasez de carne de caza que los soldados pudieran hacerse con los cuerpos de los enemigos sería un incentivo para que guerreasen con mayor implicación en la batalla.

Ambas tesis fueron desmontadas por el investigador Manuel Moros Peña al destacar que efectivamente sí disponían de caza y animales domésticos además de que, en términos reales, el número de humanos que consumían era insuficiente para garantizar el acceso a las proteínas a los 250.000 habitantes de Tenochtitlán. Según Moros, la clave la ofreció Fray Diego de Durán quien afirmó que para los aztecas se trataba de un rito sagrado: “La tenían verdaderamente por carne consagrada y bendita, y la comían con tanta reverencia y con tantas ceremonias y melindres como si fuera alguna cosa celestial”. Es decir, el canibalismo precedido de un sacrificio ritual era una manera de rendir pleitesía a los dioses. ¿Justifica esto la conducta de los aztecas?¿Justifica la conquista y eliminación de toda una cultura por parte de los castellanos? No y no.

Juzgar hechos pretéritos protagonizados por culturas con una cosmovisión y valores radicalmente opuestos a los nuestros desde nuestra perspectiva actual no es más que un absurdo. Ni los aztecas comedores de hombres eran el demonio que merecía ser aniquilado y cristianizado, ni los castellanos que pretendían salvar las almas de lo que ellos contemplaban como seres condenados eran asesinos sin escrúpulos e imperialistas que planeaban dominar el mundo. O sí, desde sus respectivas perspectivas, pero lo cierto es que jamás podremos interpretar sus circunstancias sin caer en nuestros sesgos actuales y por ello los historiadores deben hacer un esfuerzo consciente para no dejarse llevar por sus ideas y valores actuales en sus investigaciones.

Nunca estará de más que los gobiernos actuales reconozcan los errores del pasado y condenen simbólicamente los respectivos errores, pero lo realmente importante es entender que en la historia de la humanidad no existe el blanco o el negro, el bueno y el malo. Solo existe el gris, solo la imperfección del ser humano.

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