Por qué el enfrentamiento entre el feminismo radical y el transfeminismo nos afecta a todas

Analizamos los choques entre radfems y transfems para intentar salir del laberinto

Ver a twitteras acusándose las unas a las otras de misoginia o transfobia te puede parecer cansino o absurdo, pero entender las diferencias entre feminismo radical y transfeminismo te hará replantearte muchas cosas. Para las feministas radicales ‘ser mujer’ significa ser de una clase social oprimida a la que nadie elegiría pertenecer, y para muchas transfeministas, en cambio, es una identidad innata a reivindicar. Nos metemos en el laberinto de las ideas de las ‘radfems’ y las ‘transfems’, para ver si tiene salida.

Reivindicar o abolir el género

El feminismo radical, nacido en EEUU en los 60, no es una especie de conspiración misándrica como creen algunos, sino una corriente que quiere eliminar de raíz todas las desigualdades sociales causadas por el patriarcado. Esta raíz, que para las llamadas ‘radfems’ es la existencia misma de géneros, es la que las separa del movimiento transexual feminista consolidado en los 2000, ya que las ‘transfems’ consideran que el origen de la opresión patriarcal no son los géneros en sí sino el sistema binario rígido ‘hombre/mujer’ y el asociar los géneros al sexo. Así que mientras que el transfeminismo quiere que haya tantos géneros como identidades existan, el feminismo radical quiere que no haya ninguno.

Las transfems consideran que la sociedad privilegia a las personas que se identifican con el género que se le ha asignado al nacer las personas cisgénero y al ser un sistema binario solo reconoce dos géneros hombre o mujer, marginando al resto. Pero creen que el género en sí no es ni bueno ni malo, sino una cualidad personal e individual, una categoría neutra que cada persona percibe, subjetivamente, y no tiene por qué limitarse a masculino o femenino. En un mundo transfem ideal, de hecho, el número de identidades de género tiende a infinito de ahí el reconocimiento de los géneros 'no binarios', como intergénero, género fluido, bigénero, demigénero, y un largo etc..

Con ello, el transfeminismo pretende liberar de la cosificación y la binariedad tanto a mujeres como a hombres, y por eso Mar Cambrollé, presidenta de la Asociación de Transexuales de Andalucia-Sylvia Rivera, considera que “la revolución será transfeminista o no será”, y que la liberación de la mujer pasa por deshacerse de los estereotipos de los roles de género. Defienden que los sujetos del feminismo no son solo las mujeres cisgénero —que sí se identifican con el género que tienen—, sino también las trans y demás personas oprimidas por el cisheteropatriarcado.

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Esto choca frontalmente con el pensamiento radfem, que considera que no se puede luchar contra los estereotipos de género sin eliminar los géneros en sí. Y es que estos no son nada neutro ni algo que se pueda reivindicar, sino algo directamente negativo, un vehículo de opresión construido por el patriarcado y utilizado sobre las nacidas hembras humanas. “Es un error creer que la opresión surge de asignar las etiquetas mujer/hombre en base a los genitales, o que cambiando el significado de estas palabras y acabando con el binarismo se termina la opresión”, nos dice la periodista y feminista radical Anna Prats.

La 'mujer', ¿nace o se hace?

Para las feministas radicales, la opresión patriarcal es sexual, y se ejerce desde el nacimiento. "Al nacer nos asignan la clase sexual oprimida u opresora en función del sexo con el que nacemos”, nos dice Anna Prats. Desde entonces, el patriarcado te socializará, a través de la cultura, en la feminidad: sumisión, delicadeza, cuidados y objetificación sexual. Empezarás tu vida en desventaja social frente a los percibidos como hombres y el patriarcado explotará tu trabajo, tu sexo, tu reproducción y tu apoyo emocional mediante la violencia y la presión psicológica y cultural. Por eso, según el feminismo radical, educar a las mujeres así es ya de por sí un abuso.

En cambio, según las transfeministas, una persona puede nacer mujer aunque no nazca hembra, porque el sexo no tiene una relación predeterminada con la categoría social en que ese cuerpo vive, o con la identidad y la percepción subjetiva de la persona a través de dicho cuerpo. Nos lo cuenta Carmen García de Merlo, presidenta de COGAM colectivo LGTB+ de Madrid, que añade: “Yo no soy biológica en el todo, solo en la mente que creo que es la parte más importante del cuerpo. Adapto el resto de mi cuerpo a la mente, a mi sentir y a mi identidad de mujer, con la que nací y me moriré”.

Reduciéndolo al absurdo, podríamos decir que cuando las radfems ven a una transexual reivindicar su identidad innata de mujer, ven a una persona 'libre' sosteniendo una pancarta reivindicando que se la identifique como esclava, diciendo que ella nació esclava, y que por qué no iba a ser considerada y tratada como tal. Como escribe la Plataforma Anti Patriarcado, "aceptar que el género es biológico o innato sería asumir que no podemos escapar de nuestro destino, sería asumir que somos sumisas por naturaleza”. Así que si acabásemos con el patriarcado, el número ideal de géneros no sería ni dos sistema binario, ni infinito, sino cero. El blog de pedagogía Mejoremos la educación lo expresa así: “Tratar de destruir el género formando nuevos géneros es como tratar de destruir un Gobierno manteniendo las estructuras de poder con nuevos partidos políticos”.

El feminismo radical también rechaza la idea transfem de que una mujer trans está doblemente oprimida por ser trans y por ser mujer, ya que al haber nacido machos ya han tenido privilegios antes. Un caso controvertido es el de Danielle Muscato, una transactivista estadounidense que se identifica como mujer sin que su expresión de género sea tal y sin someterse a ningún proceso de hormonación u operación. “Y con su barba, su traje de chaqueta y sus dos cojones, nos dice que es mujer y que la tenemos que considerar transfeminista porque además sufre la misma opresión que cualquier mujer trans” escribe en su blog la feminista radical Judith Bosch.

Feministas trans-excluyentes 

No es de extrañar que estas diferencias hayan puesto en tensión a la comunidad transexual en su lucha por no ser estigmatizada, ignorada o discriminada. El transactivismo denomina TERF feministas radicales trans-excluyentes a aquellas feministas radicales que critican el transgenerismo y que "en algunos casos rechazan a las mujeres trans por considerarlas hombres, o hacen una interpretación tránsfoba de los hombres trans en sus espacios por leerlos como mujeres”, cuenta Silvia Valle. El transactivismo se queja de que el feminismo radical puede debilitar las reivindicaciones de los derechos de las personas trans, porque entre otras cosas si damos por hecho que no se nace 'hombre' ni 'mujer', puede parecer menos urgente o relevante garantizarles el acceso a servicios médicos para transicionar. 

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“Nosotras no excluimos a las mujeres trans de la lucha feminista, ahí está el error, nosotras solo definimos a la mujer como el sujeto político” dice Anna Prats, que rechaza la etiqueta TERF y añade que “como personas debemos apoyar que el colectivo trans no sufra discriminación, pero la raíz de su discriminación es distinta a la nuestra, y por tanto no debe ser un tema que se trate desde el feminismo”. Es importante recalcar que el feminismo radical rechaza la idea transfeminista de que las mujeres transexuales están doblemente oprimidas, porque consideran que al haber vivido como hombre antes ya ha tenido privilegios. Un caso controvertido es el de Danielle Muscato, un transactivista estadounidense que se identifica como mujer sin que su expresión de género sea tal y sin someterse a ningún proceso de hormonación u operación. “Y con su barba, su traje de chaqueta y sus dos cojones, nos dice que es mujer y que la tenemos que considerar transfeminista porque además sufre la misma opresión que cualquier mujer trans” escribe en su blog la feminista radical Judith Bosch. 

Un ejemplo de feminista a la que también se acusa de TERF es la británica Sheila Jeffreys, que considera que el concepto de transgenerismo va encontra de los intereses de las mujeres porque preserva y reafirma subliminalmente los roles y los estereotipos de género, en lugar de superarlos. Se refiere a que una transición transexual “completa” se convierte en un símbolo glorificado de la definición cultural de lo que es una mujer: la ropa, el maquillaje, los tacones, el pelo o incluso las maneras, todo aquello relacionado con lo “femenino” que para las feministas radicales es una manifestación directa de la opresión. En lugar de desdibujar lo que significa “ser hombre” y “ser mujer”, según las radfems, el transgenerismo vuelve más rígidas estas fronteras.

Pero ojo, porque las transactivistas consideran que reprocharles a las transexuales la perpetuación de roles de género opresivos es una actitud cispatriarcal nacida del privilegio. “Lo que no se puede hacer acusar a un movimiento trans de algo que en definitiva somos sujetos oprimidos toda la sociedad, mujeres y hombres, porque se nos imponen unos roles de género binarios y sexistas” nos dice Mar Cambrollé.

A la pedagoga Silvia Valle también le parece ilegítimo cuestionar y exigirles nada a personas que probablemente si no adoptan la performatividad del género verían cuestionada su identidad. Según nos cuenta Silvia, la expresión “estereotípica” del género no deja de ser, en ocasiones, una herramienta para poder vivir con menos hostilidad. "Algunas mujeres trans, por ejemplo, a menudo se visten mucho más femenino de lo que les gustaría porque, si no, sienten que no se las toma en serio, incluso en las terapias durante la transición", dice Silvia. No todas las personas que transitan tienen formación en género ni puede exigírseles saber sobre feminismo o estar politizadas, pero incluso si es el caso, y si eres una persona transexual que cuestiona los roles de género, no existe un mundo paralelo al que puedas trasladarte, así que tratas de sobrevivir lo mejor que puedes.

La invisibilización de los cuerpos 

Otra controversia de este debate surge de asociar palabras como "vagina", "menstruación" o "embarazo" al género femenino únicamente, porque según el transactivismo esto es una visión esencialista que relaciona sexo con género y deja de lado a las personas transexuales. Según Mar Cambrollé, “no hay nada más patriarcal que valorar a una mujer por sus genitales, porque es obsoleto creer que un órgano que no tiene consciencia determine quién soy, qué género tengo o qué identidad tengo".

Pero este argumento no complace a las feministas radicales, que consideran que, si no se analizan las opresiones que sufren las mujeres como clase por haber nacido hembras, se invisibiliza la violencia específica asociada a su biología. "Las ablaciones de clítoris, la criminalización del aborto, el aborto selectivo de fetos femeninos, los rituales de desfloramientos, los matrimonios infantiles, la inanición por haber nacido niñas o los vientres de alquiler" son algunos de los ejemplos que pone la Plataforma Anti Patriarcado. Defendiéndose de las críticas de las transfems, esta plataforma escribió que "poner de manifiesto el hecho de que millones de niñas y mujeres están siendo violentadas y asesinadas por haber nacido hembras de la especie humana no es transfobia”. La invisibilización de los cuerpos de mujer, según las radfem, solo beneficia al patriarcado.

Salir del laberinto

Más allá de los malos rollos en Twitter, es importante reconocer y procesar las tensiones conceptuales entre estas dos corrientes si queremos tener un discurso razonado sobre lo que es el género y cómo nos afecta a todas las mujeres. Por supuesto, hay matices dentro de los movimientos, y no todas las transfeministas ni las feministas sienten que estas diferencias sean insalvables.

Hay voces a favor de unificar la lucha de feministas y transactivistas que cuestionen el género, sin necesariamente querer abolirlo. Beatriz Gimeno, política y activista a favor de los derechos LGBTI, considera que el feminismo no tiene discrepancias fundamentales con todas las personas trans. “Más allá de la diferencia biológica, lo que las feministas llamamos "género" y que, en teoría, queremos abolir, tampoco sabemos en qué consiste exactamente ni cómo se construye”, nos dice. Beatriz considera que si la sociedad fuese más flexible con las identidades y el género dejase de vincularse tanto al cuerpo, también dejaría de ser una variable de desigualdad social. Lo ideal, entonces, es que tanto las personas ‘cis’ como las trans tuvieran más espacio para expresarse y sentirse como la diese la gana.

Juntas pero no revueltas

Desde el transactivismo hay varias posturas en cuanto a estas tensiones. “Considero que el movimiento LGTBI tiene que ser en su concepto feminista, ya que supone una lucha por el reconocimiento de la igualdad de géneros, no solo de dos géneros”, dice la presidenta de la COGAM, que cree que habría que trabajar más juntas, aunque algunas feministas y transactivistas no tengamos las mismas ideas con relación al cuerpo o al género. Mar Cambrollé, por otro lado, matiza que aunque sean importantes las alianzas y la transversalidad, no es eficaz mezclar luchas en un tótum revolútum, y las respuestas han de ser específicas dependiendo del sector para no invisibilizar ningún tipo de discriminación. Así que por un lado está la lucha feminista y por otro la LGBTI+ con sus propias segmentaciones internas, y hay algunos puntos en los que sus intereses no van de la mano.

¿Y qué hacemos las feministas, radicales o no, que rechazamos los roles de género pero no queremos obstaculizar el transactivismo? El mensaje que da la pedagoga Silvia Valle es que hay que dar espacios y escuchar, para acompañar la lucha trans sin pretender liderarla. Para Beatriz Gimeno es imprescindible que no olvidemos la vulnerabilidad del colectivo trans, y que más allá de la teoría, sus derechos no colisionan con los de nadie y merecen ser defendidos. Con la suficiente empatía por ambas partes, esto no tendría por qué estar reñido con la libre expresión de las ideas del feminismo radical.