En todo festival hay un momento en el que la gente (mayoritariamente hombres) abren un gran espacio en medio de la pista para iniciar un pogo. Seguramente no haga falta explicar en qué consisten los pogos. Sin duda, participar en uno de ellos puede ser una de las experiencias más liberadoras por toda la energía que se saca, pero también esa necesidad de agresividad tan acentuada tiene algo de masculinidad frágil. Por no hablar que se trata de espacios donde las mujeres a veces no se sienten seguras.
Cabe decir que muchas veces los pogos dependen mucho del tipo de espacio en el que se producen y del tipo de público. En según qué escenas y conciertos, un pogo puede ser un espacio totalmente seguro, pero con determinados grupos y contextos puede convertirse en lo contrario. Un buen termómetro de ello es fijarse en quién está pidiendo el pogo en medio del concierto. O si solo en el escenario hay hombres.
En medio de un pogo, al estar todos los cuerpos chocando los unos con los otros, más allá de llevarte un moratón, también hay la posibilidad de sufrir una agresión sexual. Aunque, como decíamos, los pogos de por sí no son inseguros para las mujeres, sino más bien lo pueden ser los espacios en que esos pogos se llevan a cabo.
Más allá de esto, para ver si hay una pátina de “masculinidad frágil” en los pogos cabe remontarse al supuesto origen de este baile. El pogo nació en los años 70 dentro de la escena punk británica y su autor sería Sid Vicious, el bajista y corista de los Sex Pistols. Según explicaba el mismo Vicious en una entrevista incluida en el documental The Filth and The Fury.
En el largometraje, Vicious explicaba lo siguiente: “Empecé con eso del pogo porque odiaba al grupo Bromley [personas del barrio de Bromley que imitaban los Sex Pistols]. Inventé un baile que me permitía empujarlos por todo el 100 Club [un legendario local de Oxford Street, Londres]. Podía saltar hacia arriba y hacia los lados, aterrizaba encima de ellos y los tiraba al suelo”.
Por lo que explica el mismo Vicious, un poco de masculinidad frágil si que había. Esa necesidad de ser violento con el otro, de poder propinarle un golpe, solo porque te da rabia que intente parecerse a ti. También hay que decir que el pogo, como alternativa a acabar en una esquina a puñetazos, no es una mala solución. Pero sí, puede que tras esos gritos y empujones esté esa socialización tan masculina que tienen como eje central la rabia como único sentimiento válido.