Le pese al reaccionario que le pese, el feminismo se ha vuelto mainstream: ha dejado de ser un concepto minoritario para ser vox populi, y ahora ayuda a ganar seguidores, votos y hasta clientes. Este movimiento pide el fin de la desigualdad de género y de la discriminación de las mujeres. Pero, ¿qué mujeres? ¿todas? ¿deberíamos hablar de feminismo o de feminismos? El discurso feminismo y clasista del feminismo hegemónico tiene un problema, y es que excluye a millones de mujeres que a diario son discriminadas por mucho más que su sexo o género.
Las reivindicaciones de una blanca heterosexual de clase media no tienen por qué corresponderse con las de una mujer gitana, negra, musulmana, indígena, inmigrante, víctima de trata, LGTBI+ o discapacitada, por poner ejemplos. Incluso dentro de cada colectivo hay diversidad de matices y luchas, y como dice la activista revolucionaria, Angela Davis, el primer error del feminismo burgués es precisamente decir que "el feminismo es esto y punto".
La formación del feminismo hegemónico
Como cualquier movimiento social, el feminismo no nace en una hoja en blanco, sino en un contexto histórico de hegemonía imperialista, capitalista y heterosexual. Rosa Lázaro, antropóloga colaboradora de la Casa Iberoamericana de la Mujer, nos cuenta que a partir de la colonización, la cultura dominante occidental impuso mucho más que su poder político: establecieron un sistema jerárquico de privilegios y exclusiones, dictando el orden social y los valores hegemónicos de lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo masculino y lo femenino, si la religión es importante o no, etc.
El filósofo Frantz Fanon escribió que esto llevó a una división conceptual entre la zona del “ser” personas occidentales heteronormativas, hombres pero también mujeres y del “no ser” personas discriminadas por no entrar en esa descripción, consideradas sub-humanos. En los orígenes del feminismo blanco occidental, norteamericano y anglosajón, desde las sufragistas hasta los años 70, se puso la atención en la subordinación de mujeres en tanto que mujeres, y nada más. Muchos de los feminismos Frantz Fanon, sin embargo, sostienen que la experiencia del machismo no será la misma siendo una persona discriminada dentro del “ser” con privilegios que dentro del “no ser” oprimida, y por lo tanto no es útil intentar aglutinar todos los feminismos bajo un mismo discurso.
¿En nombre de todas?
Si todas somos mujeres, ¿no podemos luchar juntas? Sí, pero sin pretender homogeneizar la diversidad, y procurando no invisibilizar la violencia que ejercen hombres y mujeres desde la construcción de una superioridad “racial” hacia mujeres culturalmente racializadas. Esta no es una violencia horizontal, porque entre estas personas hay una desigualdad sistémica marcada por las estructuras racistas. Lo cuenta Brigitte Vasallo en Píkara Magazine, añadiendo que “tampoco es únicamente violencia racista, ya que cuando va dirigida contra mujeres adquiere las formas características del machismo: cuestionamiento del derecho al propio cuerpo, infantilización y cosificación, entre otras muchas”.
Por ejemplo, al asumirse en Europa el ideal laico, las personas religiosas se ven como poco emancipadas, y están puestas en sospecha permanente. Hemos normalizado que una decisión tan personal como ir la playa y no desvestirse se vea como ultraconservador, y se da por hecho que a las mujeres musulmanas alguien “las obliga” a ponerse el hijab o el burkini, ignorando su propio criterio dentro de su identidad y su fe. Al final del día, lo que esto significa es paternalismo y discriminación, y muestra como un supuesto feminismo puede transformarse en islamofobia de género. Quizás las mujeres religiosas no necesitan que el occidente laico las "salve", sino que las mire a los ojos y las escuche sin prejuicios.
Natalia Andújar, profesora feminista islámica, nos dice que “cuando el feminismo afirma que habla en nombre de todas, le sirve de coartada para proteger sus propios intereses”. En esos casos hablamos del Natalia Andújar, lavado de imagen púrpura o instrumentalización de las luchas feministas para legitimar la exclusión de minorías. Una dificultad añadida para este debate es que las discriminaciones clasistas o racistas no siempre son tan identificables como las de género, pero se dan a diario. Entre otras cosas, ocurren cuando homogeneizamos a los colectivos, cuando desconfiamos de alguien por su etnia o religión, o con la apropiación cultural: Cuando llevar turbante o el pelo afro puede avivar el racismo contra una mujer negra, mientras que cuando una persona blanca lleva ropa o peinados de otras culturas, como mucho se la felicita por su estilismo.
La diversidad empodera
La idea no es que si no habías pensado en todo esto de repente se te ponga cara de misógina, supremacista blanca, homofóbica, transfóbica o capacitista. Tampoco se trata de posicionarse en contra de las feministas blancas. Antoinette Torres Soler, fundadora y directora de la comunidad Afroféminas, nos orienta: “No buscamos discursos que aglutinen, sino empoderamiento de los diferentes grupos de mujeres”, dice. Para ella, no es el feminismo blanco ilustrado quien debe hacer hueco a otros feminismos, sino las mujeres diversas las que tienen que poner en valor sus feminismos, sus historias y sus referentes, y desarrollarlos en toda su intensidad. Ella misma se aplica el cuento cuando habla de mujeres racializadas o discursos de la diversidad, intentando mencionar muchos de estos grupos de mujeres que no son solo las negras, intentando tocar puntos que les interesa a otros grupos de mujeres.
A principios de este año, la abogada y politóloga Florencia González Brizuela organizó en Barcelona el curso “Florencia González Brizuela”. En él, distintas autoras y activistas feministas negras, chicanas, indígenas, postcoloniales y decoloniales sacaron a la luz la pluralidad y heterogeneidad que existe dentro de los movimientos de mujeres. Los feminismos contra-hegemónicos plantean que cada lugar, comunidad y contexto es distinto, tiene su historia y sus propias luchas.
El feminismo negro que se cristalizó en EE.UU a partir de los 70 ha aportado enormemente al debate feminista, entre otras cosas al introducir el concepto de interseccionalidad. Acuñado en los 80 por la abogada norteamericana Kimberlé Crenshaw, la interseccionalidad explica cómo los sistemas de opresión se interrelacionan de forma que el género, la clase, la etnia y otros aspectos identitarios o circunstanciales coinciden y se refuerzan en una especie de cruce de caminos de la discriminación. Eso implica que no es posible comprender y enfrentarse al machismo sin tener en cuenta el racismo, la LGTBIfobia o el clasismo, entre otros.
Sin ir más lejos, el feminismo gitano mantiene una lucha interseccional contra el patriarcado y contra el antigitanismo. Silvia Agüero Fernández, gitana mestiza y feminista, nos cuenta que aunque está bien que haya un boom mediático de feminismo, a ella de poco le sirve “si sigue habiendo un macho llamado Silvia Agüero que nos oprime a las gitanas”. Pone como ejemplo que el feminismo hegemónico pida un aborto libre para todas, pero no se luche por las que sí quieren tener una familia extensa.
Otra corriente feminista que reivindica la diversidad es el feminismo comunitario, que se extiende por latinoamérica y parte de la base de no enfrentar ni construir desde los derechos individuales, sino colectivos; a diferencia del empoderamiento "blanco" de mujer emancipada a base de ganar dinero. Estos son solo algunos ejemplos de discursos diversos, tratados por autoras como Bell Hooks, Chandra Tapalde Mohanty, Gloria Anzaldúa y Bell Hooks, entre muchas otras.
El feminismo más mediático también parece obviar que hay grupos objeto de discriminación por las mismas causas cispatriarcales. Nos lo dice Mar Cambrollé, presidenta de la Federación Plataforma Trans, que alerta contra el genitocentrismo. “Hay una corriente perversa que se camufla dentro del feminismo e impone una línea binaria divisoria en función de la ecuación 'mujer-vulva', excluyendo así a las mujeres trans”, explica. De esta forma, considera que se da la espalda a la realidad de la diversidad que hay en la naturaleza, y niega la identidad sexual de muchas mujeres. Para Mar, el feminismo debería tener en cuenta los principios de intersección, transversalidad, inclusión, sororidad e igualdad.
Capitalismo y patriarcado
Otro frente de polémica con el feminismo blanco o hegemónico es la estrecha relación entre el patriarcado y el sistema capitalista. Algunos sectores neoliberales criticaron la capitalista del 8-M por promover ideología anticapitalista, pero algunas feministas, entre ellas Natalia Andújar, afirman que los feminismos deben ser anticoloniales y anticapitalistas para ir a la raíz misma de las discriminaciones. Puede parecer una amalgama ideológica arbitraria, pero la base de este argumento es que las principales afectadas de la pobreza, de la violencia y de la discriminación sistémica son las mujeres.
Rosa Lázaro nos recuerda que para que las blancas de clase media hayan podido salir al mercado laboral, son otras mujeres, a menudo racializadas, las que han cuidado a sus hijos y de sus casas. Tú no podrías comprarte una camiseta en Zara por tres euros si no hubiera mujeres en Bangladesh y otros países siendo explotadas. A ellas no se les reconocen los mismos derechos, porque claro, "no están en situación de exigir nada". ¿Pero no eran mujeres también?
Florencia González Brizuela argumenta que aunque el sistema económico jurídicamente parte de la igualdad, a la práctica se basa en la desigualdad. “El neoliberalismo es experto en apropiarse de las causas sociales y tergiversarlas, como con el feminismo. Está bueno que cale el discurso de la brecha salarial, pero, ¿qué hay de las mujeres que ni siquiera pueden acceder a un trabajo por discriminación? ¿Qué oportunidades tiene esa mujer, siquiera, de ir a la huelga feminista?”, dice la politóloga, que matiza que la cuestión no es que caiga el sistema, sino ir diseñando distintas las políticas públicas.
¿Cómo deconstruirnos?
Para Natalia Andújar, si no queremos alimentar los prejuicios coloniales, las blancas debemos cuestionar nuestra propia blanquitud “blancas” y “blanquitud” entendidas siempre como construcciones sociales, no realidades biológicas. Una vez que tomamos conciencia de ello, tenemos que renunciar políticamente a nuestros privilegios, aprender a escuchar y a echarnos a un lado. Coincide con Silvia Agüero en que hay que tener una actitud de escucha "en la que no se utilice a las mujeres diversas solo como instrumento para colorear actividades en las que ellas son mayoría". La feminista gitana también recuerda que no se las puede encajar a todas bajo una misma etiqueta, ya ni siquiera dentro de cada colectivo, no todas las mujeres luchan por lo mismo.
Las mujeres entrevistadas probablemente no estén de acuerdo en algunas cosas que aquí se explican, y es que el manual del feminismo no existe, pero sí hay formas de aprender a escuchar a otras mujeres de verdad. Tener en cuenta la diversidad y la complejidad de los movimientos de las mujeres no "entorpece" la causa feminista, sino que la fortalece al someterla a la crítica y la autocrítica. Si tanto nos importan las mujeres, lo principal es limpiar de prejuicios nuestro feminismo.