Por favor, deja de llamar a Pablo ‘el calvo de la Isla de las tentaciones’

¿Quiénes son los tentados del programa? Están Lester, Cristian, Tom, Alessandro, y “el calvo”, ¿verdad?

Si digo “Pablo de La isla de las tentaciones”, mucha gente me dirá “¿quién?”, esperando la respuesta clave: “el calvo”. Ah, claro, entonces sí. De hecho, así es como se le conoce en redes sociales: “el calvo”. Están Lester, Cristian, Tom, Alessandro, y “el calvo”. Hasta el propio Pablo se quejó, de lo descarado que es. “Me llamo Pablo”, recordó en sus stories. Una forma muy elegante de denunciar algo que se lleva reproduciendo durante las últimas semanas: una ola de calvofobia.

Obviamente, no es la primera vez que sucede algo así. Están “el calvo de la lotería” vale, de él no conocemos el nombre, pero tampoco hay nadie más, podría ser “el de la lotería”, pero no, es el calvo, también “el calvo del telediario”, o “el calvo de los deportes”. Siempre que un calvo sale en la tele, ese rasgo se convierte en su única definición. Y no solo en pantalla. Seguro que, en tu grupo de amigos, conocidos o en cualquier lado, cuando había alguien sin pelo, era “el calvo”. Por supuesto, no es algo malo per se, si eres calvo, eres calvo. Además, también diríamos “la rubia” o “el pelirrojo” si no conocemos su nombre.

El problema es cómo lo decimos. Ser calvo se convierte tanto en una definición como un insulto. Es algo similar a “mira ese gordo”, o “el negro”, salvando las distancias de las discriminaciones sufridas por el racismo y la gordofobia, por supuesto. Estas palabras son definiciones, sí, pero esconden una connotación negativa que se suele usar como arma de doble filo. Te están describiendo, pero lo hacen para hacerte daño, centrándose en un rasgo que consideran negativo, por mil formas diferentes de discriminación o prejuicio estético.

Aunque cada vez hay más conversación sobre el racismo y el body-shaming sobre todo en mujeres, y cada vez las palabras negrx y gorda están más reivindicadas, reapropiadas y vaciadas del insulto, en la calvicie esta tendencia no está tan establecida. En parte, porque los colectivos que suelen sufrir las anteriores están afectados por más discriminaciones raciales y de género, y dialogan más sobre su identidad y los prejuicios físicos y estéticos que sufren. Con la calvicie esto no se da tanto, sobre todo porque los hombres cishetero no están tan acostumbrados a reflexionar sobre su identidad y presión estética, y los hombres queer, en la conversación sobre orientación sexual y de género, no tratamos el tema de la calvicie porque no suele ser pertinente y sí, también hay mujeres que la sufren, pero la discriminación es muy diferente, como explicamos en otro reportaje.

Este silencio resulta en que ser calvo acaba convirtiéndose en un proceso físicamente muy visible y por eso es sujeto de burlas y ridiculización, pero con una carga emocional muy fuerte y traumática que no se exterioriza. Se quejaba de ello Pablo, de forma más o menos acertada, de nuevo, en sus stories: “¿Cuál es tu opinión respecto a toda la calvofobia?”, “a mí no me afecta, pero hay cierta hipocresía porque cuando dicen ‘puto gordo’ por ejemplo nos llevamos las manos a la cabeza, pero si decimos ‘puto calvo’ no”.

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El psicólogo Jaume Guinot me explicaba, en un artículo anterior, por qué es tan traumático este proceso kafkiano de la calvicie: “al cabello se lo vincula con el atractivo masculino e incluso, con la fortaleza y la virilidad. No tener pelo es un fracaso masculino”, y para los hombres especialmente los cisheterosexuales cuya masculinidad es esencial, hablar de calvicie y abordar las inseguridades que provoca puede leerse como una pérdida de esta autopercibida “virtud”.

Este último párrafo no es una chapa teórica y ya está. Es pertinente. Más que nada que había decenas de tweets, comentarios y mensajes asegurando que “pobre Pablo, además de calvo”, su novia le ha engañado y pasará a la historia como el primer pretendiente rechazado por una soltera en la isla. Lo planteaban como un cúmulo de desgracias: rechazado y calvo. Una desgracia de hombre, casi un eunuco, alimentando, así, esta retórica de la calvicie como el fracaso de la masculinidad.

Por otra parte, estaban los tweets que, a mi parecer, son los más graciosos por el nivel de hipocresía. La gente que “apoyando a Pablo” se quejaba de que le llamen calvo. No reivindicaban que calvo no es un insulto, no. Se quejaban de que no se le llamase calvo. Es la evolución de la discriminación: en cambio de denunciar la visión negativa de la calvicie, pides que no le llamen por lo que es, porque a ti te parece que no tener pelo es algo negativo y “pobrecillo”, no debe sufrir estas palabras. Si es calvo lo es. Eso sí: ni es la única forma de describir a una persona, ni es algo negativo. Es, simplemente, quitarle hierro al asunto y asumirlo como un rasgo más.

El año pasado sucedió algo similar. José, un hombre que apareció con tupé desde el capítulo uno, se “descubrió” a medio programa porque él tampoco lo escondía que se había puesto injertos. Surgieron decenas de titulares sensacionalistas con la moral de “te hemos pillado”, sin hacer lo mismo con las operaciones estéticas que rondaban por el show. Responde, como el caso de Pablo, a la obsesión con este rasgo tan definitorio de la masculinidad. En un programa tan superficial, el aspecto físico está escudriñado constantemente: tu color de piel, tus rasgos étnicos, tu forma física, y, obviamente, la calvicie, la mejor forma de atacar a “los valores” que asociamos a la masculinidad.