Estás brindando con fuerza y alegría con tus compañeros de trabajo en la esperada cena de Navidad. Te haces selfies, ríes, cuentas chistes y recuerdas anécdotas vividas durante todo el año. Ya habéis terminado de comer y os habéis ido viniendo arriba poco a poco. El vino, la sangría y la cerveza corren como la pólvora y, además, ahora viene lo mejor: un postrecito y a salir de fiesta. Todo es ideal, tal y como te habías imaginado. Pero algo ha fallado y vosotros ni siquiera os habéis dado cuenta: lo mal que os habéis comportado con los camareros y la cantidad de suciedad que habéis montado con todo el lío. Pero te la suda, porque serán los camareros y hasta los cocineros los que se quedarán recogiendo todo eso. Por eso, y para crear un poco de conciencia en estas fechas tan tiernas, hablamos con cuatro camareros que nos cuentan el asco que damos cuando celebramos cualquier cosa en un restaurante.
“Soy camarera, no tu psicóloga”, Guillermina, 27 años.
Las cenas de Navidad suelen coincidir la misma noche, así que se preparan varias mesas con unos 10-20 cubiertos. Suele ser una noche ajetreada, tienes que estar súper atento a todo, apuntar bien las bebidas, ver que los primeros salen a la vez y que antes de que lleguen los segundos ya has retirado los anteriores. Y así todo el rato. Ir preguntando cómo va todo, si falta algo y estar 100% concentrado en el trabajo. Pero claro, los comensales creen que ellos son los únicos clientes y que tienes tiempo de sobra para pararte a escuchar su vida. Y no digo que no se pueda hablar un rato pero están los clásicos pesados que realmente quieren hablarte y hasta hacerte bromas. Y si te vas o explicas amablemente que tienes que seguir trabajando puede incluso caerte una hoja de reclamaciones.
Entiendo que es una noche especial y que todos quieren ser tratados de una manera personalizada e individualizada pero, al menos en donde yo trabajaba, no podíamos pararnos a hablar con nadie porque la comida tenía que salir rápido y bien. Bajo mi opinión es importante que todos sepan que somos camareros, no psicólogos y que, aunque queramos pararnos a escuchar, tenemos que estar enfocados en el trabajo.
“Hay que saber comportarse”, Adrián, 29 años.
Atendí en el restaurante en el que trabajo a un grupo grande de extranjeros ingleses, eran como 15 personas y se sentaron en la terraza, todos alrededor de dos mesas. La imagen del restaurante —conocido por tener gran parte de la carta sin gluten— es bastante cuidada, así que les pedimos que se sentaran bien. Al final no acabaron sentándose como pedíamos y lo dejamos pasar. En un momento en el que estábamos dentro del restaurante, se acercó otro cliente y nos dijo: "¿Habéis pasado por el baño? Porque creo que los clientes de fuera han robado harina de la cocina y han puesto el baño lleno como de rayas de 'cocaína'". Entramos en el baño y lo vimos: rayas de harina de unos 20 cm., por el suelo y por todas partes. Salimos fuera y nos acercamos a la mesa y les dijimos que sabíamos lo que habían hecho, que no estaba bien y que, por favor, pagaran la cuenta y se marcharan. Todo de manera educada.
Ellos, que ya iban un poco bebidos, nos dijeron que no habían sido y que no se iban a ir. Sacamos la cuenta, se la dimos y les señalamos que tenían restos de harina en sus zapatos, que se notaba que habían sido ellos. Uno se puso de pie con una actitud de chulo y sacando un fajo de billetes del bolsillo: "Vale, sí, hemos sido nosotros ¿Cuánto queréis?, os doy lo que sea, lo limpiáis y aquí no ha pasado nada". Nosotros, sorprendidos, repetimos que lo que queríamos era que se fueran y nada más.
Como seguían insistiendo en quedarse, ya me puse serio y dije: "Nuestro restaurante es sin gluten, esa harina que habéis cogido es una que tenemos aparte. La habéis esparcido poniendo en peligro a alguna persona que pudiera tocar la harina y contaminar su comida. Así que, al menos tened la educación de pagar e iros". Les dio igual y formaron un jaleo que tuvimos que llamar a la policía. Acabaron yéndose y al día siguiente nos enteramos que esa misma noche habían acabado peleándose e incluso uno de ellos fue arrestado.
“Fue un problema del idioma”, Juan, 27 años.
Esto me pasó a mí en Edimburgo y por entonces no manejaba muy bien el inglés. Me fui para allí a vivir una temporada y estuve trabajando de camarero en un hotel. Una noche me tocó atender una cena de empresa. Me puse a servir poco a poco las bebidas y los platos, sin ningún problema, hasta que una de las mujeres de la mesa me preguntó que de dónde era. Le expliqué que venía de España, de Andalucía y empezó a contarme que ella había estado en Jerez y que había visto los caballos de allí y que le encantaban. Me hablaba en inglés y me decía continuamente: Andalusian horses. Ahí estaba yo con mi inglés malo, con 7 u 8 personas mirándome fijamente y en silencio, intentando pronunciar que sí, que estaba de acuerdo con que los caballos de Jerez eran impresionantes y muy buenos.
Pero, ¿qué pasó? que mientras estaba hablando noté cómo la mujer fue cambiando poco a poco la expresión y los demás cruzaban miradas o miraban para otro lado. Me di cuenta que era el momento de alejarme de la mesa. Como me quedé bastante rayado le comenté a un compañero lo sucedido y resulta que, por mi pronunciación, en lugar de horses caballos, se había entendido whores putas. Así que, en otras palabras, lo que le había dicho a la mujer era que las putas de Jerez eran increíbles. La conclusión es que, en varias ocasiones, por intentar quedar bien con un grupo de personas y con una mesa —porque los camareros están reconocidos por personas que tienen que dar un buen servicio— todo puede salir mal parado. Mejor que los comensales se sienten a comer a su rollo y los camareros a servir la comida, sin más entresijos.
"La paciencia es la madre de las ciencias", Lando, 30 años.
Hace poco tuvimos una mesa de 29 personas comiendo por Navidad. Les explicamos que la comida iba a tardar unos 50 minutos, porque son 29 personas diferentes con 29 platos diferentes, entrantes, aperitivos y demás. A los 25 minutos de haberles avisado esto, muchos estaban esperando, charlando y disfrutando excepto una persona. Esta mujer se levantó muy aireada, se acercó a la barra y nos reclamó, hablándonos bastante mal, que le cambiáramos la Coca Cola porque había perdido todo el gas esperando por su comida. Nos dijo que no pensaba pagar esa bebida porque estábamos tardando mucho. No pasó nada, lo hicimos, cambiamos el refresco.
Aún así lo que quiero decir es que ante todo, amamos la hostelería y amamos lo que hacemos pero es cierto que la gente tiene que tener un poquito de paciencia y un poquito de espíritu navideño. Recomiendo que disfruten de la cena, que compartan ese momento, que conversen y la comida irá llegando. No pueden exigir que todo salga volando porque hay muchas más mesas y todo eso lleva un trabajo. Por muy rápido que se pueda ir, es imposible que todo salga en 15 minutos. Agradeceríamos un poco más de amor y, sobre todo, paciencia.