En el cole nos enseñaban que el ciclo de cualquier vida es nacer, crecer, reproducirse y morir. Lo hacen las plantas, los árboles, los animales y, en principio, también lo hacemos los seres humanos, pero yo me he dado cuenta de que muy probablemente me muera sin tener hijos. No porque no quiera, que sería una elección muy respetable. Tampoco porque no pueda, claro que en la práctica podría salir ahora mismo a la calle y guiñarle un ojo al primer transeúnte con el que me cruce para que me fecunde, pero todos sabemos que las cosas son un poco más complejas.

Te pasas la década de los 20 haciendo malavares entre estudios, idiomas, mudanzas varias, prácticas a mansalva y alguna que otra relación. Es incluso posible que hayas tenido pareja durante años pero, fustigada por esos mismos estudios, prácticas y mudanzas, un día te das cuenta de que ya no es lo que era, así que te armas de valor y lo dejas. Te enseñaron que para pensar en formar una familia tiene que haber amor y algo de armonía y a ti solo te queda en la boca el amargo sabor de que eso ya no se puede salvar.
Así que te plantas en la treintena con la sensación de que dejaste la maternidad en segundo plano por llegar a ‘alguna parte’ y te quedaste atrapada en el barrizal de la crisis económica, la precariedad laboral juvenil y toda esa mierda. Nunca le diste prioridad a la pareja, al germen de esa familia que un día podrías haber formado, porque eras demasiado joven para pensar en esas cosas y porque aspirabas a ser esa mujer independiente y realizada hasta que te diste cuenta de que eso tampoco iba a pasar.

Nunca te planteaste tener hijos, pero tampoco concebiste no tenerlos. Parecía que era algo que le era intrínseco a la vida, que tarde o temprano pasaría de forma natural, y que experimentarías ese amor incondicional que todo padre dice sentir y que te asegura solo podrás entender cuando seas padre a tu vez.
Pero no. Resulta que no va a ser todo tan fácil como parecía. Claro que ‘oficialmente’ todavía te queda tiempo y que cada vez hay más tratamientos. Pero ¿qué pasa si los próximos diez años pasan igual de rápido que los últimos diez? ¿qué pasa si hasta entonces no consigues tener una relación de esas en las que un niño puede crecer con una salud mental medianamente decente? ¿o si continúas teniendo sueldos de mileurista de esos con los que acabas el mes saltándote las cenas?

Tienes que empezar a plantearte la posibilidad de que no vaya a ocurrir. Seguro que puedes tener una vida plena y feliz sin hijos, pero necesitas tiempo para deshacer toda la construcción mental que te habías creado desde pequeña de cómo iba a ser tu vida y para enterrar esos nombres que les habías pensado poner. Es mejor que te comiences a familiarizar con la idea y no encontrarte que tu cuerpo te cierra las puertas de la fertilidad en las narices y tener que asumirlo entonces todo de golpe.
Mientras tanto te dedicas a limpiarte la baba en el metro cuando algún niño te sonríe, te desvives con sobrinos o hijos de amigos intentando apartar el pensamiento de que a lo mejor el papel de tía simpática será lo más cercano a la maternidad que vayas a experimentar. Y esperas que eso de la reencarnación exista y que en la próxima vida no te vuelvas a marchar sin sentir ese amor incondicional que te aseguraron que solo se siente cuando se es madre.