Las razones por las que dejé de ir diciendo por la vida que era vegano

La etiqueta #vegano conlleva unas exigencias morales difíciles de alcanzar que terminan ensombreciendo todo lo bueno que haces

#Vegano. Equiparme con la etiqueta cuando abandoné el consumo de alimentos de origen animal resultó bastante cómodo. Al principio la vestía con pudor. Más tarde con creciente orgullo. Y, al final, acabé sintiéndome legitimado a utilizarla para desenmascarar la hipocresía moral de quienes miran hacia otro lado ante las salvajadas de la industria alimentaria animal. No soportaba sus incoherencias. No soportaba que vivieran tal autoengaño. Que creyesen ser buenas, moralmente en paz, cuando la realidad era muy diferente. Hasta que un día comprendí que yo había estado viviendo mi propio autoengaño pseudovegano.

1. Dieta 100% vegana not found

Cuando comienzas una dieta vegana eliminas de tu despensa todos los alimentos que contienen producto animales de manera obvia. La idea inicial es continuar investigando para llevar el veganismo al extremo que requiere, pero pronto te acostumbras a la comodidad de cierta dosis de ignorancia. Intuyes que cierto aditivos podrían tener origen animal, pero no alcanzas tal meticulosidad. Efectivamente, y según informa Oxfam Intermón, el E120 y el E631 presente en muchos productos son pecaminosos. El primero proviene de la cochinilla Kermes vermilio y el segundo suele extraerse del pescado y de la carne.

Algo parecido ocurre con alimentos teóricamente veganos. Muchas leches de soja, por ejemplo, contienen vitamina D procedente de animales. Y algunos vinos utilizan vitamina D procedente de animales como clarificantes. Esto sucede también con otros productos como vitamina D procedente de animales, zumos de fruta e incluso suplementos vitamínicos, pues las cápsulas de gel contienen gelatina animal. Por tanto, no ingerir absolutamente nada animal resulta muy complicado. Tienes que ser extremadamente receloso. Estudiar cada producto profundamente. Y la mayoría de personas con dietas veganas que he conocido, incluido yo, no lo hacemos.

2. Mucho más que una dieta

Los verdaderos veganos adoptan una posición radical preciosa: evitan por todos los medios ser cómplices de cualquier clase de maltrato animal. Esto supone combatir la explotación que conocen pero también, y muy importante, comprometerse a informarse activamente. Esa conciencia por no vivir bajo el "ojos que no ven, corazón que no siente" define al movimiento vegano. Pero como expliqué antes con la alimentación, muchos otros productos que solemos comprar esconden componentes animales —como los condones con la caseína— o perjudican directamente los hábitats de algunos animales, como ocurre con los productos plásticos.

Otras veces la explotación es mucho más evidente, pero infinitamente más difícil de sortear. Es el caso de la experimentación animal. Según datos del MAPAMA, los laboratorios de investigación españoles usaron 917.896 animales en 2016. El 5% sufrió intervenciones mortales y el 8% intervenciones muy severas. Sin embargo, y mientras aterrizan métodos alternativos como las células madre, apenas unos pocos estarían dispuestos a renunciar a los avances médicos conseguidos gracias a todo ese sufrimiento animal. Aceptar esa contradicción me ha costado muchísimo. Y forma parte de muchos otros autoproclamados veganos.

3. ¿Y las personas qué?

Cualquier vegano está cansado de escuchar el manido argumento de "te preocupas más por los animales que por las personas". Pero esto suele funcionar más como ataque gratuito que como argumento eficaz: los veganos suelen ser personas muy concienciadas contra otras injusticias sociales. Al menos teóricamente. Porque en la práctica, de nuevo, resulta bastante difícil ser moralmente impecable ante la compleja realidad que vivimos. La explotación de seres humanos, tan animales como cualquier otro, ocurre silenciosamente a lo largo y ancho del planeta como consecuencia del capitalismo insensible. Y de nuestro consumo ciego.

El ordenador desde el que escribo, por ejemplo, está elaborado con coltán, un mineral cuya extracción está rodeada de muchísima sangre. También mi teléfono móvil. Y la ropa que estoy vistiendo, comprada en alguna multinacional textil, fue fabricada en condiciones laborales indignas. Podría hacerme con el Fairphone, el primer móvil de comercio justo que existe, o pillar la ropa en tiendas éticas. Pero la diversidad, y sobre todo, siendo honesto conmigo mismo, la gran diferencia de precios me conducen hacia esta hipocresía que se extiende hacia muchos otros productos. ¿Cómo podría yo dar lecciones de coherencia ética?

4. Las etiquetas asfixian

Autodenominarte vegano conlleva unas expectativas por parte de los demás. Nadie resulta tan escrutado moralmente. Y, como hemos visto, resulta imposible ser absolutamente ejemplar. De hecho, y según dice el naturalista argentino Claudio Bertonatti, el impacto ecológico cero no existe. Esto conlleva que, aunque estés generando mucho menos impacto negativo sobre los animales y el mundo que la inmensa mayoría de omnívoros, acabas sintiéndote mucho peor. Pierdes la perspectiva de cuanto bien haces a pesar de la educación especista que recibiste. Lo ambicioso de la etiqueta, y la crítica externa que atrae, pesan demasiado.

Porque el ideario vegano permite poca movilidad. Cualquier excepción o desviación, fruto de tu propio criterio individual, conlleva perder la legitimidad social de vestir la etiqueta #vegano. Pero no nos equivoquemos: practicar el antiespecismo un 70% del tiempo resulta mucho mejor que no practicarlo nunca. El veganismo, más que un concepto cerrado, más que una etiqueta cómoda que lucir, debería ser una utopía que nos empuje a seguir mejorando. Hasta que un día, quién sabe, quizá deje de serlo. Mientras tanto, evitaré utilizar etiquetas, abandonaré el moralismo barato hacia los demás y me perdonaré a mí mismo por las grandes contradicciones que cargo. Mi único juez soy yo.