Tu pereza no es falta de entusiasmo, sino ganas de vivir sin obligaciones

'Elogio de la ociosidad' es un ensayo de Bertrand Russell que defiende que el tiempo que pasamos fuera del trabajo es el que realmente nos constituye como individuos, nos ayuda a crecer y a desarrollarnos

Cuando estaba en el instituto tenía un profesor de historia que decía, con bastante buen criterio, que lo mejor que podíamos hacer cuando fuésemos adultos era pelear por trabajar menos, y añadía esa frase de que nadie se va a la tumba queriendo haber currado más. Decía que el ocio era algo imprescindible para todos, un objetivo, fuésemos de la tendencia política que fuésemos, porque todo lo bueno que hay en la vida sucede siempre fuera del trabajo. También es cierto que ese profesor fue casi la única persona que llegó a decirme algo así. En cuanto me hice adulto, la palabra “trabajo” se puso de moda. Que si era algo que dignificaba, que si era necesario, que había que trabajar duro, que todo exigía muchísimo esfuerzo, etc. Eran las ideas del discurso clásico del culto al trabajo: “echa todas las horas que puedas, y aun así será insuficiente pero, si tienes suerte, conseguirás lo que quieres”. Ahora bien, ¿qué es lo que quiero?

¿Y si no hubiese que trabajar tanto?

Elogio de la ociosidad es un breve y lúcido ensayo de Bertrand Russell, uno de los filósofos más populares y destacados del siglo XX. Y es, probablemente, el único libro en el que volví a encontrar lo que me decía mi profesor del instituto. Una de las preguntas más lúcidas que se lanzaba Russell era la de: “¿y si no hubiese que trabajar tanto?”. No se trata de ninguna tontería. Aunque él no fuese economista, observó acertadamente una cosa bastante evidente: a medida que los avances científicos se acumulaban, y que la tecnificación de las máquinas se hacía más patente, lo que sucedió fue que la producción de prácticamente todo se pasó a dar a través del uso de las máquinas. Y, precisamente, esas máquinas provocaban que millones de personas en todo el mundo se quedasen sin trabajo.

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Entonces lanza una idea que bien se le pudiese haber ocurrido a un niño pequeño, por lo sencilla y efectiva que es: si no hay trabajo para todos, ¿por qué no trabajamos solo 4 horas al día? ¿No sería una forma de que todos tuviésemos ocio y, a la vez, un empleo asegurado?

La excusa de la dignidad del trabajo

Es algo que habrás escuchado mil veces: el trabajo dignifica, ¿pero quién se inventó esta idea? Russell rastrea un poco el origen del concepto, que le lleva a la clase burguesa y ociosa que se formó durante la Revolución Industrial. Ahí se creó una casta formada por hijos de propietarios que no tuvieron que trabajar ni un solo día de su vida. Y que, para perpetuar ese privilegio, empezaron a elaborar el ideal de que el trabajo es fuente de dignidad. Principalmente porque querían mantener ese status quo tan beneficioso para ellos, y porque no eran ellos los que tenían que currar.

Por aquellos tiempos y hasta hace no tanto la jornada laboral de los adultos en la Inglaterra industrial era de 15 horas al día, y la de la mayoría de niños era de 10 horas. La justificación a esta barbaridad era la de que el ocio podía embrutecer a las personas de clase obrera, ya que mientras estuviesen trabajando, no se dedicarían a beber, a pelearse o a robar. Por eso se decía que era algo que dignificaba, porque ahuyentaba a las personas del supuesto crimen o pecado.

Todo lo bueno sucede fuera del trabajo

Para Russell, todo lo que de verdad tiene valor para la vida humana sucede fuera del trabajo. No solo porque es el lugar en el que puedes ver a tus amigos, a tu pareja, a tu familia o hacer las actividades que te apetezca hacer, como comer pizza frente a la tele o aprender yoga. También porque es en el ocio cuando tienes tiempo para leer un libro, desarrollar una idea o empezar un proyecto personal. Es el tiempo libre el que te constituye como persona y también el que nos hace avanzar como civilización, ya que en él se producen buena parte de los logros culturales de cada época. Es un motor de cambio. El tiempo que pasamos fuera del trabajo es el que realmente nos constituye como individuos, nos ayuda a crecer y a desarrollarnos. Por eso tendríamos que tender a tener cada vez más tiempo para nuestro ocio.

Con cierto sarcasmo, Russell decía que el fin de la vida humana no es el de “llevar materia de un lado a otro” o, en otras palabras: no estamos aquí para trabajar. El trabajo duro fue necesario, pero ahora que hemos alcanzado un buen nivel de tecnificación, quizás podamos prescindir de él, o por lo menos no darle tanto protagonismo en nuestras vidas. Y aprovechar todo ese tiempo que nos vaya a sobrar en descubrir en qué consiste nuestra vida y qué dirección o sentido queremos darle, es decir: en vivirla. A veces la pereza no es falta de entusiasmo, sino ganas de vivir la vida.

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