Me juego la vida colándome en sitios abandonados para petarlo en Instagram

El Urbex es la popular moda instagramera de ir a lugares urbanos abandonados, explorarlos y descubrir sus misterios

Sobre mí, una noche oscura que ilumina entre poco y nada. Frente a mí, el vacío, una caída de unas cinco plantas. Bajo mis pies, la pequeña cornisa de una ventana cerrada a cal y canto. Tengo que saltar hasta un pequeño tejado de madera y bajar unos centímetros de fachada para entrar por una de las pequeñas ventanas abiertas. Estoy en una casa abandonada, a un traspié de caerme, y matarme. Todo por el Urbex.

Urbex es sinónimo de 'likes'

No hace falta abrir un diccionario para descubrir qué es el Urbex. La mejor definición de esta práctica está en Instagram. Una rápida búsqueda a través del hashtag #Urbex y entenderás de qué se trata: explorar sitios abandonados en espacios urbanizados. Es decir, colarte en edificios abandonados de tu ciudad e, incluso, explorar pueblos que han sido abandonados en su totalidad. España y su elevado número de #Urbex es el lugar perfecto para hacerlo.

Urbex es, en muchísmos casos, sinónimo de likes. En parte porque se pueden fotografiar estampas con una estética muy urbana e inusual. Por ejemplo, una fotografía del ábside de una iglesia abandonada con un anticristo pintado. O una casa con el tejado roto. Unas escaleras llenas de polvo con un agujero por donde se cuela la luz. O unos jardines románicos devorados por la vegetación salvaje.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Pero el placer de muchos aventureros, entre los que me incluyo, no es el ser influencer. El Urbex lo practicamos por la excitación de explorar. En el mundo actual, donde todo está descubierto y ya no hay lugar para la magia, la fantasía y lo desconocido, esta es una forma de trascender. Incluso en la punta más remota de Tailandia, te encontrarás a un turista intentando descubrirse a sí mismo. Ya no hay posibilidad de sentir que estás explorando algo que pocos han visto.

Por eso, colarse en estos recintos, muchas veces vallados e inaccesibles, es una forma de recuperar esta ilusión por lo desconocido. Estás en un sitio prohibido —lo cual añade morbo e interés—, un lugar que pocas personas visitan y que probablemente tiene una leyenda negra que lo envuelve en un halo de misterio y sobrenaturalidad.

Explorando a través de ruinas modernas

Mi primer Urbex fue en Cal Governador, un recinto de Alella Barcelona que había sido una mansión, un internado y hasta llegó a ser utilizado como escenario de película: en 2004 se rodaron varias secuencias de La Mala Educación, de Almodóvar. La visité en tres ocasiones, pero la última vez fue cuando casi muero.

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La primera vez llegué de los nervios. Tras un buen rato caminando de noche, llegamos frente a una gran verja cerrada. “Es aquí”, nos dijo un tipo que ya había estado allí anteriormente. Se entraba por un pasadizo paralelo de tierra. Tenías que escalar, luego subir por un tronco y saltar a la parte superior de un puente que llevaba directamente a la casa. Suena más complicado de lo que era, porque se notaba que muchos ya habían hecho ese camino.

Dentro de la casa encontramos muchísimos muebles. Eran más de cinco plantas de pupitres, armarios y hasta camas. Se podía explorar y ver las pequeñas joyas del pasado que demostraban que ese lugar tuvo vida hasta el 2000, cuando fue abandonado. En el jardín romántico se conservaban estatuas y jarrones de cerámica. En la iglesia, algunos bancos y la cruz de Cristo. En el sótano, un piano hecho polvo. Nos pasamos la noche explorando, descubriendo todas las habitaciones, los grafitis muchísimos, abriendo cajones, leyendo libros, y acabamos viendo el amanecer en el mediterráneo desde la torre del lugar, que tenía unas vistas envidiables del litoral catalán.

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Vándalos que destruyen siglos de historia por unas risas

La segunda vez, más de un año después, fuimos con otros amigos. Los verdaderos amantes del Urbex no tocamos nada y solamente estuvimos por ahí explorando y sintiendo el notable estado de degradación del edificio. Pero habíamos cometido el error de llevar allí otra gente que solo quería beber y hacer una fiesta. Recuerdo que, hacia las tres, los que más taja iban acabaron tirando sillas y mesas del siglo pasado por la ventana, rompiendo cristales que tenían 50 años de historia. Cuando fuimos al sótano, vimos que ya no había cruz y que el piano estaba en las últimas.

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En 2015 nos llegó una noticia horrible: el ruso Vadim Sukharev compraba la mansión a una inmobiliaria gracias al apoyo del Marqués d’Alella, Juan Peláez. Se iba a restaurar la casa para construir un hotel. El internado tenía así fecha de caducidad: 2020. Entendíamos que era necesario restaurar la casa, como explicó La Vanguardia en 2016, “la finca de Cal Governador de Alella está muy degradada por las acciones vandálicas”. Así, teníamos que ir a verla por última vez y despedirnos.

Escalar una fachada y arriesgarse a caer al vacío

Cuando llegamos habían cerrado a cal y canto el acceso secundario que habíamos usado siempre. En su lugar, habían colocado una placa de metal compacto, la típica de obra que tiene unas pequeñas franjas que sobresalen, las cuales nos permitieron —con muchas dificultades— escalarlas. Pasada la primera valla, nos encontramos que había una segunda valla idéntica. Mierda. Saltada la segunda, llegamos al puente que daba a la casa. Había una cámara de seguridad. No sonó ninguna alarma. Seguimos. Cuando alcanzamos la puerta, volvimos a maldecir. Habían tapiado puertas y ventanas.

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Entonces, las vimos: ahí estaban las únicas ventanas abiertas, colgando sobre el vacío. La única forma era ir de repisa en repisa de las ventanas tapiadas hasta llegar a un pequeño tejado de madera del chaflán donde estaban las ventanas abiertas. Para llegar al pequeño tejado que me daría acceso al internado tuve que, agarrado al borde de la ventana, dar un pequeño saltito en una zona que tanteé con el pie para comprobar su rigidez. Una vez sobre el tejado, descendí hasta la ventana y entré en la casa. El suelo de madera cedió un poco bajo mis pies. Pensé que me caía.

Explorando y despidiéndonos de la casa vimos que habían retirado todos los muebles. Ya estaba vacía. Aburridos, caminamos por algunos sitios, pero escuchamos un perro y pasos. Estuvimos media hora escondidos, creyendo que serían guardias de seguridad que habían notado nuestra presencia gracias a alguna cámara. Cuando cesaron los ruidos subimos a la azotea por una escalera que prácticamente se caía a pedazos. Nos esperamos al amanecer, hicimos algunas de estas fotos que lo petan en Instagram y entonces nos fuimos, otra vez poniendo en riesgo nuestras vidas.

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Cal Governador no es el único sitio en el que me he colado para hacer Urbex. En Badalona al norte de Barcelona me colé en la antigua finca de Ca l’Arnús antes de que fuera tapiada, cerca de Tarragona entré en un pueblo que estaba íntegramente vallado por el mal estado de conservación, y en las montañas de Barcelona también salté al interior de una masía antigua. Casi todas las ciudades permiten Urbex, es solo cuestión de buscar. Y de estar entrenados. Hay muchos blogs que te explican dónde están, cómo colarse y qué leyendas negras tienen. Eso sí, si vas a hacerlo, tres cosas a tener en cuenta: primero, es peligroso, segundo, es ilegal, y tercero, guárdate el vandalismo y respeta el patrimonio.