Tuve que irme tres días a bailar a Amsterdam para perder el miedo a estar sola

Un viaje completamente en soledad que me permitió vivir mi libertad en todos los niveles y, sobre todo, con la música en el Ámsterdam Dance Event, uno de los eventos de música electrónica más grandes del planeta

20 minutos en autobús me alejan del centro de Ámsterdam la primera noche que salgo de fiesta. Son las doce de la noche y el frío se me clava en la piel pero tengo muchas ganas de entrar en la nave donde estarán pinchando puro techno. El lugar se llama The Box y tiene dos salas. Una inmensa y otra muy pequeña. No solo cuenta con estos dos espacios sino también con una zona exterior donde hay unas carpas con luces. Parece que estoy en un capítulo de la serie Skins y que esta fiesta, a pesar de ser en un lugar inmenso, es súper clandestina. Mi entorno es de lo más pintoresco pero eso no me sorprende. Al contrario, me agrada, me siento parte de una comunidad que en realidad no es mía. Tengo la sensación de que vivo en Ámsterdam desde hace años y de que este plan es algo natural en mi vida

Voy pululando de una punta a otra observándolo todo. La música de la sala grande no es de mi principal agrado pero bailo. Estoy como poseída por la novedad. Como el espacio es tan amplio y aún no hay mucha gente estoy pasando bastante frío y sé que la única manera de entrar en calor es bailando. Voy a por una cerveza. Me llama la atención que la única forma de pagar permitida sea la tarjeta. Le grito al de la barra: "¡cash!" y me dice: "no". Pienso "ok" y paso la tarjeta: 2,90€, ni tan mal para tratarse del Ámsterdam Dance Event ADE, uno de los festivales de música electrónica más grandes del planeta.

Cuando me despego de la barra es cuando me doy cuenta que mucha gente está entrando por un pasillo que, desde el principio, pienso que es el de los baños. Pero como hay realmente mucha gente encaminándose hacia allí, decido seguirlos y entonces llego a una sala mínima, donde no hace frío, hay mucha gente y la música lo peta.

Día uno: techno

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El humo no me deja ver bien y todas las personas de mi alrededor son muy grandes. De verdad, muy altas. Estoy segura que ahora mismo desconocen que existo. Esto me da una ventaja: me muevo entre los huecos que están a la altura de mi vista para llegar a primera fila. Hay un espacio amplio en esa parte delantera, justo en frente de los Dj's, justo delante de los altavoces que hacen que mi pecho retumbe. Los bajos mueven mínimamente el suelo y yo solo quiero cerrar los ojos y bailar. Me siento libre rodeada de un montón de desconocidos que sé que no me están juzgando. Hay solo un inconveniente: sé que en algún momento la música me va a aburrir. No estoy borracha ni mucho menos drogada y el techno tiene, para mí, una hora de caducidad. Su ritmo, en determinado momento, empieza a cansarme.

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En un momento de la noche me invade una sensación de gratitud, no puedo parar de sonreír. Me siento genial. He viajado hasta Ámsterdam por la presentación de las cuatro botellas de diseño de Ballantine's, la llamada Club Collection, que busca conmemorar a algunos de los clubes de música más icónicos y pioneros en todo el mundo. Aquellos que han estado siempre a la vanguardia de la cultura musical y que han tomado una actitud que ha traspasado fronteras. Una de las botellas representa a la Sala Apolo de Barcelona.

Día dos: drum & bass por la noche

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El programa del ADE es inmenso. Es casi imposible saber todo lo que hay para ver. Pienso que ni siquiera existe el tiempo para poder disfrutar de todos los eventos ni de conocer toda la música. Pero hay algo que tengo claro: voy a escuchar drum & bass. Cuando busco los artistas que hay, flipo, la mayoría los tenía grabados en cd's que escuchaba en mi discman. Me envuelve una alegría que no puedo contener. La fiesta, llamada Critical Sound, empieza a las 23.30 en una antigua fábrica de leche, el Melkweg en pleno centro. Cuenta con seis Dj's de diferentes lugares que traerán esos sonidos oscuros y la electrónica más deep y menos mainstream que existe dentro de este género. Decido dedicar el día a reponer mis fuerzas y conocer la ciudad perdiéndome por sus calles. Debo reservar mis fuerzas para romperme los tobillos sobre la pista.

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Lo recuerdo perfectamente: estoy subiendo unas escaleras y el suelo retumba. Aún hay luz en esta conexión de salas. No se si correr pero me apetece. Me apetece llegar cuanto antes, no quiero perderme ni un segundo más de esta música. La oigo de fondo, parece que estoy tocándola con las manos. Llego a la planta alta y solamente dos puertas me separan de una de las fiestas que con más ansia espero disfrutar. Cuando las abro unas luces rojas y azules se dispersan entre el humo de la sala y me impactan el rostro. Por fin lo escucho. Voy rapidísima a primera fila. No pido absolutamente nada para beber. Solo quiero bailar. Y eso es lo que hago desde las 12 de la noche hasta las cuatro de la madrugada. Sin parar. 

Día tres: drum & bass y hardtek por el día

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Me duele el cuerpo entero. Ya no tengo 18 años. He pasado una de las mejores noches de mi vida. Una de las noches más seguras. Más divertidas e incluso más amables. El universo de la electrónica y sobre todo también el del drum & bass envuelven un cierto aura de fuerza que podría, incluso, violentar a alguna persona. Suele ser un ambiente donde se acostumbra a realizar los llamados pogos la música te lleva a hacer un espacio en mitad de la sala y cuando llega a su punto álgido todo el mundo se encuentra en el centro para saltar y empujarse pero no fue este el caso. En Ámsterdam, la mayor parte de las personas, prefieren estar a salvo y no exponerse a hacerse daño. Todo era muy cuidadoso, muy educado.

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Entonces llegó el tercer día. Me entero, después de conocer a un grupo de gente, que hay un evento multitudinario que sucede en el marco del ADE y que es aún más guay que cualquier fiesta dentro de cualquier sala. Se trata de un pasacalles con más de 10 camiones y carros tuneados convertidos en discotecas móviles. Encima llevan altavoces inmensos que van a llenar las calles del centro de Ámsterdam y alrededores de electrónica. Hay muchos géneros, cada uno de los camiones tiene uno. Allí sí que se junta todo tipo de gente y de estética: desde lo más punkis hasta lo más chic y elegante. Encuentro el camión que pincha drum & bass y hardtek. 

No puedo parar de bailar y eso que estoy bastante cansada. Esta última experiencia fue, desde luego, una de las mejores. Me sentía parte de ese universo. Los turistas hacían fotos y grababan vídeos desde las aceras, nos grababan. Fue una manera maravillosa de conocer gran parte de la ciudad y, también, a gran parte de su gente. Éramos una comunidad. Me sentí libre y esa sensación me llenaba de felicidad. Eso es lo que me llevo, pude conocer Ámsterdam a través de este evento y, gracias a ello, vivirla desde dentro. Todo lo que pude sentir, todo está sellado en mi alma.

Artículo en colaboración con Ballantine's.