La filosofía del wabi-sabi te da alegría para que no te hundas con una pérdida

Observar las cosas porque duran poco, ver belleza en las heridas, porque enseñan que no eres perfectx y que has sabido prosperar y adaptarte a un entorno cambiante

Wabi-sabi, en japonés, “la belleza de la imperfecciónes esa filosofía estética que mira con ojos cálidos y tiernos el mundo. Que donde hay un hierro oxidado, ve la belleza del paso del tiempo. O cuando hay un edificio en ruinas comido por las hierbas hay una obra de arte creada por la fuerza creativa de la naturaleza.

Es un término difícil de definir. Como explica la periodista Lily Crossley-Baxter desde Japón, a veces, cuando alguien dice wabi-sabi y le preguntas por qué, responde que “imposible de explicar”. Es una sensación casi mística que te llena de esa paz tan propia de contemplar algo hermoso, aunque lo que tengas delante no cumpla los cánones prototípicos.

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Pero el wabi-sabi es popularmente conocido por la cerámica. Sí, seguro que tú también has visto esos vasos de cerámica artesanal para la hora del té japonés con 0 simetría y algo deformes pero que tienen cierto encanto. O esos boles de barro rotos cuyas estrías y roturas se cubren con sustancias preciosas y de colores, para enseñar que en las heridas —en las imperfecciones— también hay belleza.

Esta filosofía surge del budismo. Pero los budistas creían que las palabras eran castradoras y delimitaban mucho. Es decir, que un término solo sirve para entender el tema superficialmente. El wabi-sabi no solo sirve para ver belleza en lo imperfecto, esconde mucho más, unas lecciones de vida que podemos aplicar para ser más felices.

Wabi-sabi, o el arte de superar las tragedias

A través de apreciar la imperfección, esta filosofía hace algo más: aceptar lo malo. El país nipón, proclive a sufrir desastres naturales —terremotos, tsunamis, tifones—, tiene que reconstruir, adaptarse y convivir con la muerte con demasiada frecuencia. Aceptando la imperfección y viéndola hasta hermosa, pueden sobrellevarlo mejor. La tragedia no es algo en lo que derrumbarse, al contrario, es una forma de inspiración para mejorar. Después de un gran accidente tienes que tener más coraje, más valentía, y eso es lo hermoso, saber avanzar.

Por eso, las roturas del jarrón de cerámica se cubren con oro u otros materiales preciosos: para demostrar que lo bello es la cicatriz, el dolor que se ha superado. O por eso unas ruinas comidas por las plantas son wabi-sabi, porque donde solo había muerte ahora hay una forma diferente de vida. Los japoneses saben mucho de prosperar y avanzar pese a las tragedias y es, en parte, gracias a esta filosofía, que el escritor el dolor ve como “la mortalidad sin concesiones para enfocar la mente en la exquisita belleza transitoria que se encuentra en todas las cosas impermanentes”.

Todo está en constante cambio

El wabi-sabi no solo sirve para superar las tragedias de la vida. También para entender que en lo que está vivo hay cambio y transitoriedad. Explica Crossley-Baxter que en Occidente se ha puesto en un pedestal lo “perfecto”, un término que proviene de la filosofía latina. “Nos esforzamos por crear cosas perfectas y luego luchamos por preservarlas”. Pero deberíamos empezar a no obcecarnos en mantenerlo todo perfecto.

Por ejemplo, quizá la relación con tu pareja no es perfecta, ¿y qué? Si sois felices, avanzad, vividla y disfrutadla. Porque probablemente algún día se acabe, y es por eso que debéis disfrutar de este momento, del día a día. Es absurdo vivir pensando constantemente en construir algo que mañana sea perfecto, porque no sabes qué pasará mañana.

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Creemos que las cosas deben ser perfectas y mantenerlas. En la cultura de lo material nos aferramos demasiado a lo que tenemos. Pero, por contrapartida, existen filosofías de la tranquilidad, de lo reposado y del cambio, como el wabi-sabi, que creen que se deben valorar las cosas por el cambio, por lo imperecedero y sus imperfecciones.

Por eso es tan famosa en Japón la fiesta de los cerezos en flor, porque la belleza de sus pétalos rosas apenas dura unos días. O por eso cubren las heridas de sus cerámicas, porque aunque ya no estén nuevas ni “bonitas”, tienen un nuevo tipo de belleza: la certeza de que han sabido curar sus heridas adaptándose a un entorno cambiante. La belleza que hay en el cambio, que nunca es perfecto, pero siempre enseña tu historia, tu resistencia y tu ímpetu vital. Y eso es, para ellos, precioso.