Si no fueras tan ególatra no creerías que el mundo conspira contra ti

Los estoicos nos enseñaron a aceptar el mundo tal cual es. El problema es que nos hemos olvidado de cómo hacerlo

Si yo fuese un joven empresario entrepreneur con un descapotable, un batido de proteínas en la mano derecha, el móvil en la oreja cerrando algún importante business, y si por algún motivo inexplicable tuviese que elegir mi escuela filosófica favorita, esta sería sin duda el estoicismo. Y es que en los últimos años se han popularizado mucho estos autores en el mundo de los deportes o del emprendimiento. Pero, ¿qué pasa cuando tu máxima aspiración económica consiste en desayunar pizza fría y la última vez que entraste en un gimnasio fue para preguntar cómo se salía? Pues, por extraño que parezca, también puedes utilizar algunos de sus buenos consejos para levantarte del sofá. O para quedarte tan ricamente en él, lo que prefieras. En cualquier caso te ayudarán a llevarte mejor con el mundo.

No puedes controlarlo todo

Cuando empezó todo lo del coronavirus tuve esa desagradable sensación de que todo se me escapaba de las manos, como si alguna vez realmente hubiese estado en ellas. La atmósfera de seguridad y de que yo podía controlar lo que me pasaba se esfumó y vino esa marea de malas noticias, ansiedad y de tristes miradas de envidia por la ventana a la gente que tenía un perro al que pasear. Todo mal. Me desesperé, me eché las culpas y no dejaba de pensar en que algo podría hacer para evitar aquello, aunque evidentemente no había nada. En fin. Lo que necesitaba era templar la cabeza, y de eso mismo va el estoicismo.

Una de sus primeras lecciones es que el mundo escapa de ti. Por lo tanto, no te responsabilices tanto en él. El caso del Coronavirus es solo uno de tantos. Zenón de Citio fundó la escuela estoica en el siglo tercero antes de Cristo. En ese momento Grecia se había expandido en el mundo, bajo el mandato de Alejandro Magno. Esto provocó que los individuos o las pequeñas ciudades-estado griegas las polis perdiesen valor y significado. En el pequeño espacio de la ciudad, el griego podía cambiar cosas. Pero no podía hacer lo mismo dentro del imperio del que había pasado a formar parte. Es decir, aparecía algo que los griegos individualmente no podían controlar, una situación no tan diferente de la que tenemos hoy en día.

Menos intensito, por favor

Epicteto fue uno de los estoicos más famosos, y tenía dos principios básicos: soportar y renunciar. Es cierto que la idea, así de primeras, puede no parecer el mejor plan de tarde que te hayan ofrecido, pero de verdad que te puede ayudar, y mucho, en tu salud mental.

Hay una serie de adversidades que, sí o sí, vas a tener que atravesar. Muertes, separaciones, pandemias, golpearte el meñique, despidos y desilusiones. La frustración y la ansiedad, ante estos casos, es perfectamente normal. Pero eso no implica que tenga que desembocar en un sentimiento irremediable de culpa. Hay cosas que no está en tu mano modificar, y son muchas más de las que te pueda parecer. Por lo tanto, no te des de cabezazos contra un muro. En esas ocasiones te toca pasar el mal trago, sufrir, y punto.

La segunda parte del mensaje de Epicteto es la renuncia: conocida también como ataraxia estoica o como la templanza de las pasiones. La idea es la de que no seas demasiado intenso, porque eso siempre desemboca irremediablemente en un drama. Y, al fin y al cabo, un motor apagado hace menos ruido que uno encendido.

Piensa que gran parte de las emociones que tenemos pueden ser directamente tóxicas y problemáticas: el odio, los celos y la envidia tienen una parte natural y racional, pero generalmente nos llevan por el camino de la amargura. Otras, como las altas expectativas, la autoexigencia o las obsesiones casi crónicas producen que el mundo no se adecúe nunca a nuestra realidad. Ante esto Epicteto diría algo muy sabio: tenemos que ver el mundo tal cual es, y no como nos gustaría que este fuese. Y eso también nos incluye a nosotros mismos.

La opinión que te quede de las cosas

Los estoicos mantenían la idea de que, lo que de verdad le afecta a uno, no son las cosas tal cual, sino la forma en la que uno las ve. No hay una mala lección detrás de esta idea. Evidentemente en el mundo pasan desgracias e injusticias terribles por las que es necesario chillar y quejarse hasta que se frenen. Pero otras veces nos ahogamos en un vaso de agua, y en esas situaciones, cuando nos enfrentamos a una auténtica tontería de problema que casi parece dejarnos sin aire, lo mejor que podemos hacer es relativizar, tratar de ver por qué nos afecta tanto y entender que eso no tiene tanta gravedad. Es decir: no preocuparnos por cosas que no podemos cambiar o que no son importantes. Así de sencillo y así de complicado.

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